El hombre se apresuraba hacia el aeropuerto. Pero lo que vio por el camino le sorprendió tanto que tuvo que detenerse.
Iba corriendo para no perder su vuelo cuando, bajo la lluvia torrencial, divisó a una mujer con un niño pequeño. Por un instante, pensó en seguir adelante, pero la conciencia le obligó a parar el coche y acercarse a ellos.
Buenas tardes, ¿necesitan ayuda? ¿Qué hacen aquí con este pequeño bajo la lluvia? preguntó con preocupación.
No tengo a dónde ir respondió la mujer, abrazando al niño. Mi marido nos echó de casa y no sé qué será de nosotros.
Sin dudarlo, el hombre sacó las llaves de su piso en Madrid y le dijo al chófer que los llevara allí, asegurándose de que tuvieran todo lo necesario hasta su regreso.
El chófer los acompañó, mientras él continuó hacia el aeropuerto.
Dos semanas después, al volver de su viaje, fue directamente a su casa. Tocó el timbre, pero nadie respondió. La puerta estaba abierta, así que entró.
Lo que encontró dentro le dejó sin palabras.
En el salón, una mujer y un niño estaban sentados, pero no eran los mismos que había ayudado aquel día. Los juguetes estaban ordenados, la mesa puesta con una cena recién hecha, y sobre el piano había una pequeña nota: *”Gracias por su bondad. Ya estamos en casa.”*
Sin embargo, al mirar hacia el rincón, vio a otro niño envuelto en una manta, acurrucado.
No lo reconocía, pero algo en él le resultaba familiar aquellos ojos eran los mismos que los del bebé bajo la lluvia, solo que ahora parecía tener casi siete años.
La mujer levantó la vista y le sonrió, aunque con cierta inquietud: Él nos encontró solo. Lo llamamos nuestro milagro.
El hombre sintió cómo el peso en su pecho se aliviaba, pero una extraña sensación permanecía. No era solo gratitud. Era un misterio que escondía algo extraordinario.