Un giro inesperado: cuando el destino llegó bajo las salpicaduras de un charco

El incidente que lo cambió todo: cómo el destino llegó entre salpicaduras de charcos

En la cocina, con una taza de té y un trozo de tarta de chocolate, Lucía y su abuela Carmen disfrutaban de una tranquila tarde. Un cumpleaños de 75 años no es poca cosa: la bulliciosa celebración familiar ya había terminado, los invitados se habían marchado, y ese momento íntimo entre las dos era el más especial.

—Abuela, siempre dices que los hombres se enamoran por los ojos —comentó Lucía de repente, bajando la mirada—. Entonces, dime, ¿qué pasa conmigo?

—Nada, cariño —respondió Carmen con firmeza—. Eres inteligente, hermosa, amable y educada. ¿Qué más se puede pedir?

—¿Entonces por qué estoy sola? Ya tengo veinticinco, abuela… Mis amigas tienen familias, hijos, y yo… parece que me he quedado atascada.

—No has encontrado a la persona adecuada, eso es todo —sonrió cálidamente la abuela—. ¿Y ese chico, cómo se llamaba…? ¿Alejandro?

—Sí, pero resultó que estaba casado —asintió Lucía—. Se fue tan silenciosamente como llegó.

—Hiciste bien en mandarlo a paseo —refunfuñó la abuela, apretando una servilleta—. Los casados no son para el amor, sino para el dolor ajeno. Tu felicidad te encontrará, ya lo verás.

Al día siguiente, la mañana comenzó con un ligero frío. Lucía se dirigía al trabajo con un abrigo nuevo, esquivando charcos y zonas resbaladizas. Iba distraída hasta que una ola de agua sucia la empapó por completo.

Su abrigo claro se tiñó de marrón grisáceo en un instante. Lucía se quedó paralizada, sintiendo cómo las lágrimas asomaban.

—¡Perdona! —se acercó corriendo un hombre con un abrigo caro—. No te vi, lo siento mucho. ¿Estás bien?

—¡Tus disculpas no me secan! —sollozó ella—. ¿Cómo voy a ir así a trabajar?

—Déjame llevarte. Y de paso, al tinte, para limpiar el abrigo. Te lo prometo. Soy Adrián, por cierto.

—Lucía…

La ayudó a cruzar la calle, abrió la puerta de su coche y la llevó primero a la oficina, y luego el abrigo al tinte. El día pasó entre esperas, pero Lucía se dio cuenta de que no había pedido su número. Ahora se preguntaba desesperada: ¿cómo encontrarlo?

Al salir del trabajo, mientras esperaba un taxi, escuchó una voz.

—¡Lucía!

Era un hombre con un ramo de flores. Alejandro. El mismo de antes.

—¡Necesitamos hablar!

—¡No tenemos nada de qué hablar! —respondió firme ella—. ¡Vuelve con tu esposa!

—No me iré así —la agarró del brazo—. Tienes que escucharme…

—¡Suéltala! —sonó una voz detrás de ella.

Era Adrián. Seguro, decidido, firme. Le colocó el abrigo, ya limpio, sobre los hombros y miró a Alejandro.

—Ella es mi mujer. No la toques.

—¿Qué? —Alejandro se quedó perplejo—. Pero… ¿desde cuándo?

—Todo está bien, Adrián —sonrió Lucía—. Ni siquiera lo conozco.

Al subir al coche, ella susurró:

—Gracias. Me salvaste.

—Tonterías —sonrió él—. Aunque esperaba una cena a cambio del abrigo.

—Y yo pensaba que algo más, como una boda —respondió Lucía.

Seis meses después, en la misma casa donde Carmen celebró su cumpleaños, la familia se reunió de nuevo, esta vez para la boda de Lucía y Adrián.

Y solo una sonreía con complicidad en la mirada: Carmen.

—¿Ves, Lucita? —le susurró a su nieta—. El destino siempre llega, aunque sea entre charcos.

Rate article
MagistrUm
Un giro inesperado: cuando el destino llegó bajo las salpicaduras de un charco