Un encuentro fuera de lo común

**Un Encuentro Inesperado**

En el aniversario de Carmen López, familiares y amigos se reunieron para celebrar sus sesenta años. No era ni muy joven ni demasiado mayor, pero no se consideraba una persona anciana. Sigue siendo enérgica y activa, con esa vitalidad que la caracteriza desde siempre. Siempre dice con una sonrisa:

—Aún me queda pólvora en la recámara, y hasta puedo compartirla—, y su risa llena la habitación.

El café estaba lleno de gente: su marido, sus dos hijos con sus esposas, parientes y antiguos colegas del trabajo. Carmen ya no volvería a la oficina, aunque en la empresa donde trabajó tantos años como jefa de contabilidad, todos la despidieron con cariño.

—No será un adiós para siempre, vendré a visitarlos—, dijo. —La verdad, no me imagino en casa, jubilada. Pero a todos nos llega esta etapa… y ahora es mi turno.

Sus compañeros la respetaban mucho. Era una mujer de gran corazón, siempre dispuesta a ayudar y dar buenos consejos. El director lamentaba perder a una profesional tan valiosa, pero no había remedio. Sus colegas también la extrañarían:

—Carmen, no le daremos paz en casa, la llamaremos seguido. ¿Quién nos aconsejará ahora?— decían entre risas mientras la despedían.

—Llámennme, chicas, no me molesta en absoluto—, respondía ella.

Ahora, todos estaban reunidos en el café, felices y elegantes. La cumpleañera, radiante, parecía más joven que nunca. Llevaba un vestido largo color chocolate, un collar de piedras naturales y unos zapatos de tacón bajo, algo que hacía tiempo no usaba.

—Mamá, estás preciosa—, le decían sus hijos, entregándole dos enormes ramos de rosas.

—Gracias, mis tesoros—, contestaba abrazándolos uno a uno.

La celebración fue maravillosa, todos disfrutaron. Su marido, Javier, no apartaba los ojos de ella, tan hermosa esa noche. Llevaban casi cuarenta años juntos, una vida tranquila y feliz, criando a sus hijos con amor. Ahora, era momento de disfrutar el tiempo para ellos mismos.

—Javi, deberías jubilarte también. Ya es hora—, le decía Carmen.

—Lo pensaré, cariño. Pero no sé estar sin trabajar. Nuestra generación es así, nos educaron para ser laboriosos—, respondía él.

Al día siguiente, Carmen se levantó temprano. Sus hijos y sus nueras, su hermana con su cuñado y su madre anciana seguían en casa. La gran casa de dos pisos, construida por Javier con ayuda de su equipo de construcción, siempre estaba llena de vida.

Mientras preparaba el desayuno en la cocina espaciosa, pensaba en lo mucho que disfrutaba recibir invitados. Sus hijos adoraban su tarta de cerezas, que ya estaba en el horno.

—Carmen, ¿ya estás levantada? Deberías descansar, acabas de cumplir sesenta—, dijo Javier, riéndose. —Aunque sé que es inútil decírtelo—.

Ella nunca se quedaba en la cama si había visitas. Siempre preparaba un desayuno abundante, como era costumbre en casa. Javier solía bromear:

—El desayuno cómetelo tú solo, el almuerzo compártelo con un amigo, y la cena…

—¿Y la cena?— preguntaba Carmen.

—La cena también me la como yo—, respondía él, y ambos reían.

Poco a poco, los invitados fueron despertándose y reunidos en la cocina, la alegría continuó.

—Qué bonito es todo aquí—, comentó Laura, la hermana de Carmen. —Orden, limpieza, y ese jardín tan cuidado. Enhorabuena, hermana.

—No es mérito mío—, dijo Carmen, pasando la mano por el pelo de Javier. —Sin él, nada de esto sería posible.

Javier, mirándola con ternura, añadió:

—Mi Carmen es incansable, y siempre me arrastra con ella. Juntos, como se dice, podemos mover montañas.

—Qué suerte tienen los dos—, dijo Laura.

—Es cierto—, asintió Javier. —No me imagino la vida sin ella. A veces pienso qué hubiera pasado si no nos hubiéramos conocido.

Todos rieron, pues conocían bien su peculiar historia.

—Sí, esa historia—, suspiró Carmen. —Tampoco me imagino sin ti, Javi.

—Mamá, cuéntala otra vez—, pidió el hijo menor. —O mejor, tú, papá, lo haces más divertido.

En sus años de universidad, ocurrió algo gracioso en el autobús. Javier volvía a casa después de clase, repasando apuntes, cuando la conductora le dio el billete y un euro de cambio. Metió la mano en el bolsillo y…

Carmen, que viajaba hacia su residencia, sintió que alguien le metía la mano en el bolsillo derecho.

—¡Qué descarado!— pensó, indignada. —¿Me robará mis tres euros?

Agarró la mano del intruso y susurró:

—¿Te has vuelto loco?

—Tú misma—, respondió una voz masculina.

—¡No te daré mi dinero!— gritó, alertando a los demás pasajeros.

—Ese dinero es mío—, insistió el joven.

—¿Cómo que tuyo? ¡Es mi bolsillo!—

El autobús llegó a su parada, y Carmen, forcejeando, logró arrebatar el billete y bajarse rápidamente. Al abrir la mano, descubrió que en lugar de sus tres euros, tenía un euro de Javier. Él la miró con una sonrisa burlona.

—¿Ahora entiendes que era mi dinero?

—¿Y qué hacías en mi bolsillo?

—Me equivoqué. Con tanta gente, pensé que era el mío—, explicó él, riendo.

Carmen revisó su bolsillo y encontró sus tres euros intactos. Se ruborizó y soltó una carcajada.

—Parece que luché por tu euro—, dijo, mirándolo.

Javier quedó prendado de su risa contagiosa y su sonrisa luminosa.

—Javier—, dijo, tendiéndole la mano.

—Carmen—, respondió ella.

—Me lo imaginaba—, murmuró él.

—¿Por qué?

—Porque eres radiante, como tu nombre.

El autobús se fue, pero ellos siguieron hablando.

—Oye, Javier, ¿bajaste por mí o por tu dinero?

—Esta también es mi parada. ¿Quedamos aquí mañana a las siete y media?

—Sí, suelo llegar temprano para no llegar tarde a clase.

—Yo siempre voy con prisas, pero mañana no me dormiré—, prometió él.

Al día siguiente, se encontraron de nuevo en la parada. Y desde entonces, no se separaron.

—Todo por un euro—, reían los invitados. —Un encuentro fuera de lo común.

Javier y Carmen también reían, felices de que él hubiera metido la mano en su bolsillo y ella lo hubiera atrapado… en el lugar perfecto.

**Moraleja:** A veces, los malentendidos más absurdos pueden convertirse en los comienzos más hermosos. La vida tiene su manera de unir a las personas, incluso en las circunstancias más inesperadas.

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Un encuentro fuera de lo común