Tenía por delante una conversación difícil.
Por la ventana, las luces de los coches pasaban raudas mientras la gente caminaba apresurada. Santiago se quedó a solas con sus pensamientos. Hoy se sentía especialmente deprimido, aunque nadie lo notaría a simple vista.
Pensaba en Lucía. Llevaban años juntos y, en apariencia, todo era perfecto. Él hacía lo posible por hacerla feliz: regalos caros, cenas románticas, detalles y atenciones sin fin. Pero últimamente notaba que algo había cambiado. Lucía se mostraba distante, perdida en sí misma, y sus conversaciones eran cada vez más breves.
Santiago intentaba entender qué había pasado. ¿Habría hecho algo mal? ¿Quizás estaba cansada de tanta atención? No encontraba respuestas y eso lo desesperaba.
Recordó cuando se conocieron. Fue en una fiesta de esas que solía frecuentar en su tiempo libre. Lucía llamó su atención al instante por su belleza y seguridad. Era diferente a otras mujeres que había conocido antes. Lucía tenía su propio criterio, sus pasiones, su forma de ver la vida. Santiago sintió que quería conocerla mejor y, pronto, comenzaron a salir.
Al principio todo fue maravilloso. Pasaban horas juntos, viajaban, iban a eventos. Santiago disfrutaba cada minuto con Lucía y creía que su relación iba por buen camino. Pero, poco a poco, notó cambios. Ella sonreía menos, respondía menos llamadas, a veces parecía soportar su presencia más que disfrutarla.
Era una sensación horrible, pero Santiago disimulaba. Seguía esforzándose por recuperar aquella conexión. Sin embargo, cada vez que intentaba hablar de sus sentimientos, Lucía esquivaba el tema con excusas: el trabajo, el cansancio…
Hoy había sido especialmente duro. Lucía había salido de nuevo con sus amigas, dejándolo solo. Santiago entendía que cada uno necesitaba su espacio, pero el corazón le encogía de dolor. Sentía que la estaba perdiendo, pero no sabía cómo evitarlo.
La angustia lo invadía, pero no había solución a la vista. Amaba a Lucía y quería su felicidad, aunque sospechaba que sus esfuerzos serían inútiles. En el fondo, esperaba que algún día ella abriera su corazón y le contara qué pasaba. Mientras, solo podía esperar… y cruzar los dedos.
Lucía estaba sentada en una cafetería, rodeada del bullicio nocturno de Madrid. Podría estar junto a Santiago, su novio perfecto: guapo, inteligente, detallista… el sueño de cualquier mujer. Pero, por alguna razón, se sentía vacía.
Todo había empezado años atrás, cuando conoció a Santiago en una fiesta. Él destacaba entre la multitud por su carisma y seguridad, y el hecho de que alguien así se fijara en ella le subía el ego. Recordaba cómo se miraron aquella noche, cuando todavía creía que el amor era algo intenso, pasional, arrollador.
Pero con Santiago fue distinto. Su relación fue creciendo poco a poco, de forma tranquila, casi calculada. Pasaban más tiempo juntos, se hicieron pareja, él la colmaba de atenciones… Todo parecía ir bien, pero Lucía sentía que algo faltaba.
Le gustaba que Santiago respetara sus opiniones, que solucionara sus problemas cotidianos, que la apoyara. Pensaba que la confianza y el respeto eran la base de una buena relación… ¿Y el amor? Eso, supuestamente, llegaría con el tiempo, ¿no?
Pero el tiempo pasaba y el amor no aparecía. En su lugar, crecía la irritación. Cada gesto de Santiago le resultaba fingido, incluso su sonrisa le molestaba. Lo peor era que no podía dejar de compararlo con otra persona: con alguien que, en teoría, no tenía nada que ver con ella.
Martín. Su amigo de la infancia, torpe, divertido, siempre metido en líos. Lucía siempre lo había visto como un confidente, alguien con quien reírse y compartir secretos. Pero sin darse cuenta, empezó a llenar sus pensamientos más que Santiago. Recordaba sus conversaciones interminables, su complicidad, cómo siempre estaba ahí cuando lo necesitaba. Lucía supo que Martín la había amado en silencio durante años, pero ella nunca lo tomó en serio. ¿Cómo? Si solo era su amigo, ¿no?
Intentando aclarar sus sentimientos, recordaba los últimos meses. Santiago le resultaba insoportable. Lo que antes era cariño, ahora era agobio. Sus atenciones se habían convertido en presión.
Sabía que debía hablar con él, admitir que su relación no iba a ninguna parte. Pero pensarlo la hacía sentirse miserable. ¿Cómo podía haberse equivocado tanto? ¿Cómo no haber visto lo que realmente sentía?
En ese momento, notó las lágrimas resbalando por sus mejillas. Las secó rápido, sin querer llamar la atención. Se odiaba por su debilidad, por haber enredado sus sentimientos de tal manera. Pero, aunque fuera tarde, tenía que arreglarlo. Dolería, pero era necesario.
Lucía se levantó y salió de la cafetería. Tenía por delante una conversación difícil con Santiago y sabía que, después, nada sería igual. Pero quizás, por fin, sería el primer paso hacia la felicidad que llevaba años ignorando.