La esperaba una conversación difícil.
Tras la ventana, las luces de los coches parpadeaban mientras los transeúntes apuraban el paso. Rodrigo se quedó a solas con sus pensamientos. Aquel día, se sentía más abatido que nunca, aunque nada en su rostro delataba su pesar.
Pensaba en Lucía. Llevaban varios años juntos, y en apariencia, todo había sido perfecto. Hacía cuanto estaba en su mano para hacerla feliz: regalos costosos, cenas románticas, atenciones sin fin. Pero últimamente notaba un cambio en ella. Lucía se había vuelto distante, ensimismada, y sus conversaciones eran cada vez más breves y espaciadas.
Rodrigo intentaba comprender qué había sucedido. ¿Habría cometido algún error? ¿O quizá ella se cansó de tanta protección? No encontraba respuestas, y esa incertidumbre lo sumía en la desesperación.
Recordó el día en que se conocieron. Fue en una de aquellas fiestas donde solía pasar las tardes. Lucía captó su atención al instante, con su belleza y seguridad. No se parecía a ninguna otra mujer que hubiera conocido. Tenía sus propias ideas, sus pasiones. Rodrigo sintió el deseo de conocerla más, y pronto empezaron a salir juntos.
Al principio, todo fue maravilloso. Viajaban, asistían a eventos, compartían horas sin fin. Rodrigo disfrutaba cada instante a su lado, convencido de que su relación avanzaba en la dirección correcta. Pero poco a todo, algo cambió. Lucía sonreía menos, respondía tarde a sus mensajes. A veces, tenía la impresión de que sólo aguantaba su compañía.
Esa sensación lo corroía, pero Rodrigo disimulaba. Seguía esforzándose por recuperar lo perdido. Sin embargo, cada vez que intentaba hablar de sus sentimientos, ella eludía la conversación, atribuyendo su silencio al cansancio o al trabajo.
Aquel día fue especialmente doloroso. Lucía salió con sus amigas, dejándolo solo otra vez. Sabía que todos necesitaban su espacio, pero el corazón le pesaba. Sentía que la estaba perdiendo, aunque no supiera cómo evitarlo.
Mientras, Lucía permanecía sentada en una cafetería, rodeada del bullicio vespertino de la ciudad. Podría estar con Rodrigo, su novio, un hombre que, en teoría, lo tenía todo: atractivo, inteligente, detallista. El sueño de cualquier mujer. Y, sin embargo, se sentía vacía.
Todo comenzó años atrás, cuando conoció a Rodrigo en una fiesta. Su seguridad y carisma la cautivaron. Sabía impresionar, conversar de cualquier tema, vestir con elegancia. Que un hombre así se fijara en ella halagaba su orgullo.
Recordó aquella primera mirada entre la multitud. Entonces creía que el amor llegaba de repente, con pasión y fuego. Pero con Rodrigo fue distinto. Todo fue lento, calculado, casi frío. Poco a poco, compartieron más tiempo, hasta volverse pareja. Él la colmaba de atenciones, regalos, viajes. Todo parecía perfecto, pero en su interior crecía un vacío.
Apreciaba que Rodrigo respetara sus opiniones, que la apoyara. Pensaba que el respeto y la comprensión eran la base de una relación sólida. ¿El amor? Eso llegaría con el tiempo, ¿no?
Pero el tiempo pasó, y el amor no vino. En su lugar, apareció la irritación. Cada gesto de Rodrigo le resultaba fingido, hasta su sonrisa le molestaba. Y lo peor: comenzó a compararlo con otro.
Javier. Amigo de la infancia, torpe, siempre metido en líos. Siempre lo vio como un hermano, alguien con quien reír y confiar. Pero, sin darse cuenta, ocupaba sus pensamientos más que Rodrigo. Recordaba sus charlas interminables, sus risas tontas, su lealtad incondicional. Lucía sabía que Javier la amaba desde siempre, pero nunca lo tomó en serio. ¿No era solo un amigo, después de todo?
Intentando entender sus sentimientos, repasó los últimos meses. Rodrigo le resultaba insoportable. Lo que antes era cuidado, ahora le parecía control. Sus intentos por complacerla, una carga.
Sabía que debía hablar con Rodrigo. Decirle que su relación no tenía futuro. Pero la idea de confesar sus sentimientos por otro la hacía sentirse miserable. ¿Cómo había sido tan ciega? ¿Cómo no vio lo que tenía delante?
De pronto, sintió las lágrimas recorrerle las mejillas. Las secó discretamente, avergonzada de su debilidad. Se odiaba por haber permitido que todo se complicara así. Pero, a pesar del dolor, sabía que debía actuar. Tal vez fuera tarde, pero era necesario.
Lucía se levantó y salió del local. La esperaba una conversación difícil con Rodrigo, y sabía que, después de ella, su vida cambiaría para siempre. Tal vez fuera el primer paso hacia la felicidad que llevaba abandonando demasiado tiempo.