«Antonio, ¿qué clase de bautizo en un restaurante? Hay que comprar un regalo», le dije a mi marido cuando supe que nuestra hija organizaba una celebración lujosa para la pequeña. Esta es la historia de cómo intentamos entender la mejor forma de celebrar el bautizo de nuestra nieta y por qué causó tantas discusiones.
**La invitación al bautizo**
Nuestra hija, Lucía, tuvo a su niña hace medio año. La nieta, Martita, es la primera de la familia y tanto Antonio como yo la adoramos. Cuando Lucía anunció que planeaba el bautizo, me alegré: es un momento importante y quería que todo siguiera la tradición. Pero después dijo que no sería solo en la iglesia con una merienda en casa, sino en un restaurante, con montones de invitados, un presentador e incluso un fotógrafo. Me sorprendí: «Lucía, ¿para qué tanto lujo? ¡Es un bautizo, no una boda!».
Lucía explicó que quería que todo fuera bonito, algo que se recordara. Su marido, Javier, la apoyó: era su primer hijo y deseaban celebrarlo de manera especial. No discutí, pero por dentro me sentía incómoda. Antonio y yo somos gente sencilla, hemos vivido con humildad, y esos gastos nos parecían excesivos.
**El dilema del regalo**
Lo peor vino al pensar en el regalo. En un bautizo se suele dar algo significativo: una cruz, un medallón, dinero para el futuro del niño. Pero Lucía insinuó que en el restaurante habría invitados y que «llegar sin nada no quedaba bien». Pregunté: «¿Entonces metemos dinero en un sobre?». Ella respondió evasiva: «Bueno, como queráis, pero todos traen algo». Hice cálculos: poner cincuenta euros en un sobre parecería poco, pero más no teníamos. La pensión no da para mucho y los ahorros los gastamos en arreglar el tejado.
Antonio sugirió no ir al restaurante. «Vayamos al día siguiente, felicitaremos a Martita en casa y le daremos algo con cariño», dijo. Acepté: en casa habría más calidez y no habría que pensar en cuánto poner en el sobre. Decidimos comprar una cruz de plata y una biblia infantil bonita, un regalo simbólico y sincero.
**La conversación con nuestra hija**
Cuando le conté a Lucía nuestro plan, se enfadó. «Mamá, ¿qué pasa? ¿No vais a venir al bautizo? ¡Es el día más importante de Martita y os lo saltáis así!». Intenté explicarle que no estábamos en contra, solo que no nos apetecía ese «espectáculo de restaurante». Pero Lucía lo tomó como un desprecio. «Todos los abuelos estarán, ¿vosotros no queréis ser parte de la familia?», dijo. Aquello me dolió. Claro que queríamos, pero ¿por qué tenía que ser en un restaurante?
Antonio fue más tajante: «Si ellos quieren gastar un dineral, allá ellos. Nosotros preferimos estar con la nieta en casa». Pero vi que Lucía estaba dolida y empecé a dudar. ¿Seríamos demasiado anticuados? ¿Deberíamos haber cedido e ir, aunque no nos gustara?
**Cómo lo resolvimos**
Al final, llegamos a un acuerdo. Antonio y yo fuimos a la iglesia para la ceremonia, un momento tierno y emotivo. Martita, con su vestido blanco, parecía un angelito. Pero al banquete no fuimos. Al día siguiente, visitamos a Lucía y Javier en casa. Les dimos la cruz y la biblia, pasamos tiempo con Martita y tomamos café. Lucía al principio estaba resentida, pero luego se suavizó, sobre todo al ver cómo la niña nos sonreía.
Entendí que las tradiciones son distintas para cada uno. Para Lucía, era importante la fiesta; para nosotros, estar cerca de nuestra nieta. Aun así, quedó un sinsabor: ¿será que ahora cada celebración familiar será así, con sobres y obligaciones?
Si habéis pasado por algo parecido, contadme: ¿cómo lo resolvisteis? ¿Cómo encontrar el equilibrio entre vuestros principios y lo que quieren vuestros hijos? ¿O es que Antonio y yo exageramos con nuestra «modestia»? Necesito consejos.