**Diario de un padre**
Hoy fue un día extraño. A Lucía le tocaba un raro día libre, y quiso consentir a los suyos con algo especial. Tras pensarlo un poco, decidió hacer un pastel de naranja, el postre favorito de la familia. Pero al abrir la despensa, se dio cuenta de que faltaba harina. No le quedó más remedio que ponerse el abrigo, cerrar la casa con llave y salir al supermercado. En ese momento, no había nadie en casa: su marido, Manuel, se había llevado a los niños al pueblo de sus padres, y su hija mayor, como Lucía sabía bien, estaba en la ciudad.
Sin embargo, al volver con las compras, sintió un escalofrío. Alguien había entrado. No solo eso: en el recibidor estaban los zapatos de su hija. El corazón se le encogió. Dejó las bolsas en silencio en la cocina, se acercó al dormitorio de su hija y… se quedó quieta. En la cama, hecha un ovillo, lloraba su Carmen.
Lucía, al principio, se sintió perdida, pero pronto reaccionó. Se sentó junto a ella y le acarició el pelo. Entre sollozos, Carmen le contó todo. Sobre cómo había conocido a Pablo, cómo él le había jurado amor eterno, cómo llevaban casi un año juntos. Y cómo, de repente, todo se vino abajo.
Cuando Carmen descubrió que estaba embarazada, sintió miedo, pero también alegría. Decidió hablarlo primero con Pablo y luego decírselo a sus padres. Pero él se asustó mucho. Demasiado. Simplemente desapareció —ignoró sus llamadas, la borró de las redes sociales, como si nunca hubiera existido.
—Mamá —gemía Carmen—, no te enfades, por favor… No quise ocultártelo. Solo pensé que todo iba a ser diferente…
Lucía calló. No por rabia. Por el dolor de ver a su hija así. La abrazó y susurró:
—No me debes nada, ¿me oyes? Solo a tu bebé. Lo demás, lo resolveremos. Juntas.
Por la noche, cuando Manuel regresó con los niños, Lucía le contó lo sucedido. Él se quedó callado un largo rato. Luego miró a su hija, a su mujer, y sonrió:
—Bueno, Lu… Sabes que siempre quise otra niña. Si no fue posible, al menos tendremos una nieta. O un nieto. Y al fin y al cabo, esto es felicidad. Inesperada, complicada, pero nuestra.
Lucía respiró aliviada. Manuel era un hombre sencillo, pero de los que no fallan. Carmen sonrió entre lágrimas. Esa noche cenaron en familia, sabiendo que pronto serían más.
Decidieron que Carmen pediría una excedencia en la universidad y que, después del parto, retomaría los estudios. Manuel fue tajante respecto a Pablo:
—Un yerno así no nos sirve. Los cobardes no tienen cabida aquí.
Todos estuvieron de acuerdo.
Pero, como suele pasar, el pueblo empezó a murmurar. Susurros de «Se quedó preñada», «De un casado», «Ella tiene la culpa». Nadie lo dijo a la cara, pero Lucía lo notaba.
Un día, en la tienda, se le acercó la cotilla del barrio, Marisol.
—Hola, Lu. Oye, ¿es verdad lo de tu Carmen? ¿De quién es? ¿O ni ella sabe?
Lucía dejó una caja de velas delante de ella.
—Para que veas más claro cuando mires donde no te llaman. Yo en mi hija no he visto nada raro, pero quizá tú con más luz lo descubras.
Las mujeres de la cola soltaron una carcajada. Marisol se puso blanca y no volvió a meter las narices.
Carmen tuvo una niña. La llamaron Alba. Manuel la adoraba. Dos años después, Carmen se casó con un hombre bueno, que aceptó a la pequeña como suya. Vivieron felices, en amor y respeto.
Y así debe ser en una familia de verdad.
**Lección de hoy:** El amor no entiende de planes, pero siempre encuentra su camino. Lo importante es no dejar que nadie pisotee tu dignidad. Y sobre todo, defender a los tuyos, siempre.