Tú eres la que tienes problemas, hermanita, esta no es tu casa.
La hermana de mi madre nunca tuvo hijos, pero tenía un espléndido piso de tres habitaciones en pleno centro de la ciudad y graves problemas de salud. Su marido era coleccionista, así que el hogar de mi hermana parecía más bien un museo.
Mi hermana pequeña, Rosario, tenía un marido holgazán y dos hijos. Vivían en una habitación alquilada en una residencia estudiantil. Cuando Rosario se enteró de los achaques de la tía, tan pronto como pudo, corrió a visitarla para lamentarse de su triste suerte.
Debo aclarar que nuestra tía es una mujer de carácter difícil, que no mide sus palabras y sabe poner a cada cual en su lugar. Durante años, nos invitaba a mi marido y a mí a vivir con ella, prometiéndonos que nos dejaría el piso.
Nosotros teníamos nuestro propio hogar, así que rechazamos aquella “generosa oferta”. Solo le llevábamos comida y medicinas de vez en cuando, y yo le ayudaba con la limpieza. Lo hacíamos por deber, no por los metros cuadrados de la tía. Tras aquella visita, Rosario y su familia se mudaron con ella a los pocos días.
Nunca me llevé bien con mi hermana; siempre me envidiaba. Yo tenía un marido trabajador y cariñoso, un hijo maravilloso, un buen empleo, un sueldo generoso y mi propia casa. Rosario solo me llamaba cuando necesitaba dinero prestado.
Pero tenía mala memoria, porque nunca me devolvía ni un céntimo. Cuando quedé embarazada por segunda vez, dejé de visitar a la tía, aunque mi esposo seguía llevándole algún que otro paquete con delicias. Cuando mi bebé cumplió seis meses, fui a verla. Al llegar a la puerta, escuché un grito: era Rosario, que vociferaba:
¡Hasta que no firmes la donación, no comerás nada! Así que date la vuelta, arrástrate de vuelta adentro y esta noche no salgas ni de la perrera.
Llamé a la puerta. Cuando Rosario me vio, no tuvo intención de dejarme entrar y se puso grosera:
Ni lo sueñes, no entrarás aquí ni te quedarás con este piso.
Solo me abrieron cuando amenacé con llamar a la policía. La tía había envejecido muchísimo en ese tiempo, al menos diez años. Al verme, sus ojos se llenaron de lágrimas.
¿Por qué lloras? Vamos, cuéntale lo bien que vives con nosotros y dile que se aparte de una vez. Mira, ni siquiera se molestó en traer al niño gritaba Rosario.
En la habitación de la tía solo quedaba una cama. Habían vaciado su armario y dejado todo en el suelo. No quedaba ni rastro de aquellas colecciones valiosas, y ella ya no llevaba sus joyas más finas. Entonces comprendí que mi hermana y su marido vivían de vender poco a poco las pertenencias de la tía.
Dije que necesitaba ir al baño y desde allí mandé un mensaje a mi esposo: había que rescatar a la tía, no podía quedarse con ellos. Al volver, empezué a contarle todo lo que había pasado en mi vida ese año. Cuando hablé del nacimiento de mi hijo, murmuré: “Tienes que esperar un poco”, mientras le apretaba la mano y le guiñaba el ojo. Ella entendió y me miró agradecida.
Rosario hizo lo posible por echarme, y su marido no paraba de entrar para decirme que mi hijo me extrañaba. Mi esposo llegó justo una hora después, acompañado de un guardia civil. Mi hermana no se apresuró a abrir. Luego les dije que era mi marido quien venía a buscarme.
La presencia del agente fue una desagradable sorpresa para ellos. Lo invité a pasar y le señalé a la tía:
Mire, esta es la víctima. Yo misma escuché cómo la privaban de comida. Han vendido todos sus muebles, el oro y los objetos de valor. El difunto marido de mi tía era coleccionista; aquí había cosas de mucho precio.
Ante los chillidos de Rosario, el guardia preguntó a la tía:
¿Quiere denunciarlos?
Mi hermana recibió una condena leve, pero su marido pasó dos años en prisión. Mi madre acogió a mi hermana y a sus hijos, aunque años antes los había echado de casa. Por lo de la denuncia, se enfadó conmigo y dijo que no heredaría nada de ella, pero en agradecimiento por salvarla, la tía me dejó el piso en su testamento.
Ahora, mi marido y yo la visitamos como antes, y hasta contratamos una cuidadora para ella. ¡No quiero ni imaginar por qué pasó, viviendo con Rosario!







