Tu secreto ahora es mío, y solo depende de ti a quién se lo cuente

Tu secreto ahora es mío, y depende de ti a quién se lo cuente.

Lucía volvía a casa cargada con bolsas del supermercado, los dedos marcados por el peso, la espalda dolorida del cansancio. Casi había llegado a su portal cuando, de repente, vio a una mujer desconocida sentada en un banco, como si esperara a alguien.

—Perdone… ¿Es usted Lucía? —preguntó la extraña de golpe.

Lucía se detuvo, estudiándola con atención. No le resultaba familiar.

—Sí. ¿Y usted quién es?

—No me conoce, pero yo a usted sí, muy bien —respondió la mujer con tono cargado—. Y he venido a decirle algo… Conozco su secreto.

Lucía frunció el ceño.

—¿Qué secreto? ¿De qué está hablando?

—El que tiene que ver con su hija… —aclaró la intrusa con una sonrisa fría—. Depende de usted que siga siendo un secreto.

Lucía apretó las bolsas con fuerza, los nudillos blanqueando por la tensión.

Lucía y Adrián se casaron por amor. Jóvenes, felices, con los ojos brillantes, juraron ante todos estar juntos siempre, en las buenas y en las malas. Los años pasaron, trabajaron, construyeron un pequeño pero acogedor hogar. Pero los hijos no llegaban. Primero esperaron. Luego se hicieron pruebas. Los médicos no encontraban diagnóstico, solo decían: «A veces una pareja espera diez años… y de repente, el milagro».

Pero el milagro nunca llegaba. Hasta que un día, los dos pronunciaron en voz alta la palabra: «adopción».

Visitaron el orfanato tres veces. Al principio solo miraban. Hasta que la vieron a ella: una niñita de ojos azules, pelo rizado y una mirada llena de confianza. Marta tenía apenas un año y unos meses. Su madre biológica la había abandonado en el hospital, y le retiraron los derechos legales.

—Es tan pequeña… No recordará nada más que a nosotros —decía Lucía—. Crecerá pensando que somos sus verdaderos padres.

Trámites, visitas, noches en vela. Pero al final, Marta fue su hija. Amada. Esperada. Suya. Los familiares se sorprendían: «¡Se parece tanto a Lucía! ¡El mismo pelo rubio, los mismos ojos!». Adrián sonreía, reconfortado: hasta en lo físico, el destino les había dado una coincidencia perfecta.

Marta creció inteligente, curiosa, cariñosa. El colegio, las primeras notas brillantes, su primer ramo de flores en el acto de inicio. Y luego, las primeras preguntas.

Pero la pregunta que más temían llegó antes de lo esperado.

—Mamá, papá… ¿es verdad que no sois mis padres de verdad? ¿Que me adoptasteis?

Lo dijo tranquila, pero con un temblor en la voz. Claudia, una compañera de clase, se lo había contado. Escuchó a su madre hablando con una vecina.

Los padres se miraron. Esa noche, Adrián habló con calma, sosteniendo a Marta por los hombros. Le contó que la vieron y se enamoraron de ella al instante. Que querían darle un hogar. Una familia. Amor. Que prometieron no ocultarle la verdad, sino decírselo cuando estuviera preparada.

Marta escuchó. Sin lágrimas, sin dramas. Solo un susurro:

—Da igual. Vosotros sois mi mamá y mi papá.

Desde entonces, el tema no se volvió a mencionar. Lucía y Adrián respiraron aliviados: su niña era fuerte, buena, madura para su edad.

Cuando Marta cumplió quince años, llegó otro milagro: Lucía estaba embarazada.

—Adrián, prepárate para una sorpresa… —dijo al recibirlo en casa.

—¿Otra vez compraste flores sin motivo?

—Vamos a tener un bebé.

No lo creyó al principio. Preguntó deAdrián se quedó paralizado, luego la abrazó con lágrimas en los ojos y murmuró: “Gracias, Lucía… por todo”.

Rate article
MagistrUm
Tu secreto ahora es mío, y solo depende de ti a quién se lo cuente