**Diario de un día inolvidable**
«¡Tu perro atacó a mi hija!», gritó una mujer desconocida en mi jardín. Su voz temblaba de rabia mientras abrazaba a una niña pequeña, Lucía, que sollozaba con un arañazo en el brazo. Mi corazón se encogió. No podía creerlo. Mi perro, Canelo, un golden retriever tranquilo y juguetón que llevaba con nosotros desde que era un cachorro, jamás habría hecho algo así.
La mujer, la señora Martínez, insistía en que Canelo era un peligro. Había llamado a la policía y exigía que lo sacrificaran. Intenté mantener la calma, aunque las manos me temblaban. «Canelo es bueno con los niños», le dije. «Quizá hubo un malentendido. Tenemos cámaras en el jardín; podemos revisar las imágenes».
Los agentes asintieron y entramos. La cámara, colocada sobre la puerta trasera, lo grababa todo. Y cuando vimos el vídeo, la verdad nos dejó sin palabras.
Lucía había estado jugando cerca de la calle cuando, de repente, corrió hacia un coche que pasaba a toda velocidad. Canelo, veloz como un rayo, salió disparado. La agarró del vestido con los dientes y la arrastró lejos del peligro. Lo que la señora Martínez vio como un ataque había sido, en realidad, un acto de heroísmo.
Al comprenderlo, su rostro cambió por completo. Las lágrimas de rabia se convirtieron en lágrimas de alivio. «Perdóneme», susurró, abrazando a su hija. «Canelo le salvó la vida».
Hoy aprendí algo: a veces, los prejuicios nos ciegan. Un gesto de valentía puede parecer amenaza, y un héroe, un villano. Pero la verdad siempre sale a la luz. Y Canelo, mi fiel compañero, es la prueba.