¿Tu mamá estará fuera un mes? Entonces yo me voy de viaje, pensó ella mientras sostenía la maleta.

—¿Que tu madre se va un mes entero? Pues yo me voy con la mía —dijo Elena mientras ya tenía la maleta preparada.

Isabel tenía un plan. Sencillo como un deseo infantil: unas vacaciones con su marido en la costa. Pablo lo había prometido: «Este año sí o sí nos vamos». Los billetes comprados, el hotel reservado, las maletas casi hechas…

—Isa, lo siento —Pablo no levantó la vista del móvil—. Hay un lío tremendo en el trabajo. Se cancela todo.

Un pellizco en el corazón. No por la sorpresa, sino por la decepción habitual. Tras años de matrimonio, Isabel ya sabía: los planes de Pablo siempre eran más importantes que los suyos.

—No pasa nada —se tragó el orgullo—. Al menos descansaré en casa. Leeré, me sentaré en el balcón.

Por primera vez en años, ¡silencio en casa! Café sin prisas, su novela negra favorita, la puesta de sol desde el balcón. Parecía que el destino le regalaba un respiro.

Pero el destino, al parecer, tenía un humor negro.

—Ha llamado mamá —Pablo sonreía satisfecho—. Canceló el balneario. «¿Para qué gastar si tú estás en casa y libre?», dijo. Así que viene a vernos unos días.

Carmen López. Una mujer con voluntad de hierro y la convicción de que el mundo entero debía servirla.

—¿Un mes? —la voz de Isabel tembló.

—¡Claro! ¿No es genial? —Pablo sonreía como un niño al que le acaban de dar un helado.

E Isabel, de repente, vio sus vacaciones convertidas en días de cocina, órdenes constantes y una suegra que gobernaba su propia casa como si fuera suya.

—Sí, genial —asintió.

Tres días después, Carmen López entró en su piso como un tanque en ciudad ocupada.

—Isa, ¿por qué guardáis el azúcar en este tarro? —primera frase tras el «hola».

—Mamá, pasa, siéntate —Pablo revoloteaba a su alrededor.

E Isabel entendió: sus vacaciones se transformarían en un turno de mes como camarera.

—¿Vas a hacer cocido? —Carmen se instaló en el sillón como en un trono—. Pero que no quede muy salado. Y la carne bien hecha.

Isabel calló y se dirigió a la cocina.

### Las nuevas reglas
Carmen se acomodó en casa como un general en territorio conquistado. Al primer día quedó claro: el descanso de Isabel quedaba cancelado.

—Isa, ¿dónde tenéis las cazuelas de verdad? —la suegra revolvía los armarios—. Estas son diminutas. Y, ¿por qué las especias no están en orden alfabético?

Isabel, en silencio, reordenaba los tarros. En su propia cocina, era una invitada.

—Mamá, no te preocupes —Pablo leía las noticias—. Isa lo hará todo.

Sí, claro. Isa lo haría. Como siempre.

A la semana, la rutina de Isabel era: levantarse a las siete, desayuno especial para la suegra (nada graso, ni salado, ni picante), limpiar, cocinar, merienda, cena, fregar los platos. Y vuelta a empezar.

—Estás algo apagada —comentó Pablo—. ¿Necesitas vitaminas?

¿Vitaminas? Lo que ella necesitaba no era vitamina C, sino vitamina «Vida propia».

### El balcón: último refugio
Su única salvación era el balcón. Ahí podía respirar, mirar al cielo, pensar.

—¡Isa! —la voz de Carmen cortó el silencio—. ¿Dónde estás? ¡Que quiero té!

—¡Voy! —respondió automáticamente.

Pero sus piernas no se movían. Una idea le daba vueltas: «¿Y si no voy?».

Tan atrevida que casi le quitó el aliento.

—¡Isa! ¿Es que no oyes?

—Sí, oigo —murmuró al vacío—. Demasiado bien.

Y, aun así, fue a preparar el té.

### El último límite
—Isabel —Carmen hablaba desde el sofá como un juez—. Estás muy rara. Siempre escapándote al balcón. No sabes tratar a la familia.

¿Familia? Isabel se atragantó con el aire.

—Pensé que venía a descansar —continuó la suegra—, pero aquí es como si siguiera en casa. Cocinar, limpiar, servir.

Isabel se quedó quieta, trapo en mano. El mundo se le daba la vuelta. ¿Ella en la cocina? ¿Ella limpiando? Entonces, ¿quién era Isabel?

—Perdone —su voz sonó sorprendentemente calmada—, pero quien cocina y limpia aquí soy yo. Desde hace dos semanas.

—¡Isa! —Pablo se escandalizó—. ¿Qué dices? ¡Mamá es una invitada!

Invitada. La que llevaba dos semanas gobernando su casa. La que la había convertido en sirvienta.

—Sí —asintió Isabel—. Tiene razón. Mamá es la invitada. Entonces, ¿yo qué soy?

### Una revelación nocturna
Esa noche, mientras Carmen veía la tele, Isabel se acercó a su marido:

—Pablo, tenemos que hablar.

—Espera, que están dando las noticias…

—Ahora —repitió firme.

Pablo la miró sorprendido. En su voz había un tono que hacía tiempo no escuchaba.

—Si tu madre viene a descansar aquí —habló bajito, pero cada palabra era un martillazo—, yo me iré a descansar con la mía.

—¿Te has vuelto loca? —Pablo casi saltó del sillón—. ¿Y la casa? ¿Y mamá?

—¿Y yo? —preguntó, y fue a hacer la maleta.

En el dormitorio, doblando ropa, sonrió por primera vez en semanas. De verdad.

Mañana iría a casa de su madre. Donde nadie la trataba como criada. Donde podía tomarse un té en silencio. Donde nadie gritaba: «¡Isa, dónde estás!».

—Yo también necesito vacaciones —le dijo a su reflejo en el espejo.

Y el reflejo, por primera vez, asintió.

### La operación «Fuga de la ama de casa»
A la mañana siguiente, Isabel esperaba en la entrada con la maleta. Carmen, al verla, abrió los ojos como si anunciara un viaje a Marte.

—¿Adónde vas? —la voz de la suegra temblaba de indignación.

—A casa de mi madre. A descansar —Isabel se abrochaba el abrigo con aire práctico.

—¿Y quién hará el desayuno? —Carmen se llevó una mano al pecho—. ¡¿Y la comida?!

—Pablo sabe freír huevos —respondió tranquilamente—. Y usted misma dijo: cocinar y limpiar lo puede hacer cualquiera.

Pablo salió del baño con media cara llena de espuma de afeitar:

—¡Isa, no puedes irte así!

—Sí puedo —sonrió—. Mira qué fácil es.

Y cerró la puerta de un portazo.

### Semana de caos suegril
Los primeros tres días sin Isabel, la casa fue un caos apocalíptico.

Carmen, acostumbrada a ser la princesa caprichosa, descubrió la cruda realidad: su hijo solo sabía calentar pizzas y hacer café instantáneo.

—Hijo —se quejaba, jugando con una ensalada del súper—, ¡pensé que sabías hacer algo de casa!

—¡Mamá, yo trabajo! —Pablo intentaba limpiar una sartén quemada—. ¡No tengo tiempo para… esas exquisiteces!

—¡¿Qué exquisiteces?! —chilló la suegra—. ¿Hacer un cocido es una exquisitez?!

Al cuarto día, Carmen entendió la verdad: sin Isabel, la casa era una residenciaAl final, Carmen López llamó a Isabel y, con una voz que pretendía ser dulce pero sonaba a limón amargo, dijo: “Cariño, ¿cuándo piensas volver?”, a lo que Isabel, balanceándose en la hamaca de su madre, respondió simplemente: “Cuando acaben mis vacaciones, y no un minuto antes”.

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¿Tu mamá estará fuera un mes? Entonces yo me voy de viaje, pensó ella mientras sostenía la maleta.