¿Tu madre cree que soy su criada? — Mi esposa se negó a seguir los caprichos de mi suegra

¿Tu madre cree que soy su criada? mi esposa se negó a cumplir los caprichos de mi madre

Habrá momentos en la vida en que la paciencia se agota de golpe, como si alguien trazara una línea invisible y dijera: basta. El mío llegó una tarde cualquiera mientras freía patatas en la cocina.

El día había sido para llorar. En el trabajo, el jefe me volvió loca con sus informes, y luego, Dani llamó: “Lucía, mamá pasará por casa, ha estado en el centro”. Claro. Como si la señora Marisol alguna vez pasara “de casualidad”. Siempre elige el momento justo en que llego agotada del trabajo.

Allí estaba, frente a la sartén, moviendo aquellas patatas con gesto mecánico. Me latían las sienes, los pies me ardían de tanto tacón, y las manos se movían solas, de un lado a otro. Lo único que quería era sentarme, poner una serie y apagar el móvil.

¡Lucía! sonó desde la entrada ¿Dónde estás?

Ahí estaba ella. Ni siquiera me giré. Sabía que entraría con sus zapatos de charol crujiendo por el pasillo, asomándose a la cocina…

Ah, aquí estás dijo doña Marisol, instalándose en la mesa como si fuera su casa. Sacó el móvil y añadió sin mirarme: Ponme un té y hazme un bocadillo. Vengo agotada.

Me quedé helada. Algo hizo *clic* en mi cabeza. Tres años. Tres años escuchando órdenes: “trae”, “haz”, “pon”. Como si fuera la asistenta en lugar de su nuera.

La tetera está en la encimera dije con una calma que ni yo misma reconocí. El pan, en la despensa.

Silencio. De esos que cortas con cuchillo. Por el rabillo del ojo vi cómo alzaba la cabeza del móvil, lenta, como si no diera crédito.

¿Cómo dices? su voz se volvió gélida ¿Qué te has creído?

Apagué el fuego. Me sequé las manos con el paño de cocina, ese hortera de girasoles que trajo cuando nos mudamos. “Para que tengáis acogedor”, dijo entonces. Me volví hacia ella.

Me creo una persona, no una sirvienta dije bajito. Yo también estoy cansada. También he tenido un día infernal. Si necesita ayuda, pidámoslo con educación, no a gritos.

Y entonces, como en una mala obra, apareció Dani en la cocina. Se quedó paralizado, mirándonos como un ciervo asustado. Claro, él siempre ha huido de los conflictos como de la peste.

¡Dani! saltó doña Marisol ¡Mira cómo me responde tu mujer! Y sólo por pedirle algo básico…

No la dejé terminar. Me volví hacia mi marido:

Dani dije. ¿Tú me respetas?

Fuera pasaban coches, las patatas se enfriaban en la sartén, y los tres estábamos clavados en aquella cocina como en un cuadro. De pronto, sentí una paz rara. Como si me hubiera quitado una piedra de encima, una que cargué tres años. Harta. Harta de ser la sumisa, la cómoda, la invisible. Dani miraba de mí a su madre, y vi el shock en su cara. Era la primera vez en años que su esposa callada enseñaba los dientes. Pues bien, cariño, ahora te toca jugar.

Pasó una semana desde aquello. Siete días de guerra fría: doña Marisol ignorándome, suspirando al pasar, y Dani yendo de un lado a otro como un perro apaleado, fingiendo que no pasaba nada. Pero yo… por primera vez me sentí persona, no un trapo de cocina.

Esa noche, en el salón, me acurruqué en el sillón viejo de su padre. Lo único que Dani rescató de su casa tras la muerte de su padre. Doña Marisol armó un escándalo: “¡Cómo vas a llevarte los recuerdos de tu padre!”. Pero creo que sólo era otra forma de no soltarlo.

Intentaba leer una novela rosa mi madre dice que distraen, pero las letras bailaban. ¿Por qué todo tenía que ser tan complicado? ¿Por qué no podíamos ser una familia sin intromisiones?

Luci.

Me sobresalté. Dani estaba en la puerta, despeinado, perdido. Mi chico grande que nunca creció del todo.

¿No duermes? preguntó, cambiando el peso de un pie a otro.

¿Y tú? dejé el libro.

Es que… estoy pensando.

¿En qué?

Entró y se desplomó en el sofá. Calló un rato, mirándose las manos.

Estás… más fría. Mamá dice que…

Hablemos tú y yo, sin tu madre lo interrumpí. Dani, ¿sabes por qué me casé contigo?

Alzó la mirada, sorprendido:

¿Por… amor?

Porque me enamoré del chico fuerte que tomaba decisiones. ¿Recuerdas cómo me pediste matrimonio? En el parque, delante de todos. Tu madre se opuso, decía que eras muy joven…

Sí sonrió débil. Fue la primera vez que la desobedecí.

Y acertaste. ¿Y ahora qué? ¿Ahora ella decide en nuestro hogar? Dani me incliné hacia él, tú creciste con una madre que hacía todo por ti. Pero aquí no será así. No seré criada de nadie. Quiero ser tu esposa. ¿Entiendes?

El tic-tac del reloj de pared otro “regalo” de mi suegra marcaba el ritmo de nuestro matrimonio.

Si para ti la esposa es una sirvienta, quizá deberíamos replantearnos esto.

Dani se estremeció como si le hubieran pegado:

¿Me estás amenazando?

No, cielo. Sólo digo que estoy harta de ser la madre de un hombre de treinta años. Sabes me reí sin ganas, tu madre está equivocada en muchas cosas, pero al menos es clara. Manda porque siempre lo ha hecho. Tú… te escondes tras ella para decidir y tras mí para que te lave la ropa.

Calló. Vi cómo le temblaba la mandíbula, cómo fruncía el ceño. Hasta que de pronto preguntó:

¿Recuerdas cómo nos conocimos?

En el parque sonreí sin querer. Paseabas a tu perro.

Sí. Y te tiró al suelo. Yo… temí que te enfadarías. Pero te reíste y empezaste a jugar con él.

¿A qué viene esto?

A que… me miró, tú siempre fuiste fuerte. Y yo… me aproveché, ¿no?

Algo se quebró dentro de mí. Lo miré: despeinado, confundido, pero… distinto. Como si algo cambiara en él en ese instante.

Dani susurré, hay que decidir. No aguanto más.

La mañana siguiente fue extrañamente tranquila. Me despertó el sol entrando por la ventana había olvidado cerrar las persianas. La cama de Dani estaba vacía, pero venían ruidos de la cocina. Raro, él nunca madruga los fines de semana…

Me envolví en la bata y salí. Y me quedé petrificada en la puerta.

Doña Marisol hacía las maletas. Su vieja maleta la que trajo tres semanas atrás estaba abierta. Dani metía tarros de conservas, paquetes…

Buenos días dije suavemente.

Mi suegra se volvió. Apretó los labios, asintió. En otro momento, me habría puesto nerviosa, ofreciéndole té… Pero no hoy.

He llamado un taxi a mamá dijo Dani sin mirarme. Llega en media hora.

Me acerqué a la cocina. En la sartén chisporroteaban huevos

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