¡Tu hijo es tan aburrido! ¡No llegará a nada bueno!
Lucía se quedó paralizada en la puerta, apenas sosteniendo el pastel en sus manos. Su madre la miraba con desaprobación, como si ella hubiera cometido algún error.
Mamá, ¿de qué hablas? Lucía dejó el pastel sobre la mesa. ¿Qué tiene que ver Jaime con esto?
¡Que ya está en segundo de la ESO y sigue en un colegio normal! la madre alzó la voz. Sin especialidades, sin programas avanzados. ¿Cómo va a entrar en una universidad decente? ¿Cómo va a triunfar en la vida?
Lucía se mordió el labio. La conversación seguía el guión de siempre, y una sensación de injusticia le quemó el pecho.
Mamá, Jaime saca buenas notas. Tiene sobresalientes en casi todas las asignaturas. Tiene un profesor particular de matemáticas y quiere dedicarse a la programación, como Pablo.
¡Eso es lo peor! la madre levantó las manos. ¡Programación! Encerrado delante de un ordenador, como tu marido. Un trabajo corriente, un sueldo normal. ¿Y tú? ¡Profesora! Clases particulares. Ganas cuatro perras. ¿Al menos le dais de comer bien al niño?
Lucía apretó los puños. Las palabras de su madre le dolían en lo más profundo. No, ella y Pablo no eran ricos, tenían que ajustarse al presupuesto. Pero su hijo Jaime era feliz.
Estamos bien. Y Jaime es feliz.
¡Feliz! la madre resopló con escepticismo y se acercó a la ventana. En cambio, el hijo de Roberto ese sí que es un tesoro. Antonio va a un colegio bilingüe desde los seis años. ¿Te imaginas? ¡Inglés desde primero! Ya lo habla con fluidez. Roberto y Marta son unos cracks, invierten en su hijo, no escatiman en nada.
Lucía escuchaba en silencio. Su hermano siempre había sido el favorito. Montó un pequeño negocio, compró un piso más grande, su mujer Marta no trabajaba, se dedicaba al hogar y al niño. Y cada vez que podía, su madre los comparaba.
¡Antonio es un niño brillante! continuó la madre, entusiasmada. Ese sí que llegará lejos. Roberto dice que quieren mandarlo al extranjero a hacer un curso de inglés. ¡Con trece años! Eso es pensar en el futuro, eso es ambición. No como vuestro colegio de barrio.
Lucía se acercó. Los hombros de su madre estaban tensos, su rostro severo.
Mamá, entiendo que quieras lo mejor para tus nietos. Pero Jaime no es menos que Antonio. Simplemente tienen caminos distintos.
¡Caminos distintos! la madre se giró bruscamente. Uno lleva al éxito, a lo alto. El otro, a la mediocridad y la pobreza. ¿Es eso lo que quieres para tu hijo? ¿Que viva en la miseria?
Algo dentro de Lucía se encogió.
Mamá, no somos pobres. Vivimos con lo nuestro. Y Jaime será un buen hombre: inteligente, amable, trabajador.
¡Trabajador! la madre bufó. Eso no basta en este mundo, Lucía. Se necesitan contactos, dinero, una educación prestigiosa. ¿Y qué tiene Jaime? Un colegio normal y una madre profesora que apenas llega a fin de mes.
Lucía apartó la mirada. El pastel que había hecho con cariño, decorado con frutas, ahora le parecía insignificante
Mamá, no quiero discutir. Criamos a Jaime como creemos correcto. Y es feliz.
¡Lo importante es su futuro! la madre se acercó. Lo estás hundiendo con tu conformismo. Roberto sí entiende. Hace todo para que Antonio sea alguien importante. Y tú solo navegas a la deriva.
Lucía negó con la cabeza. Discutir era inútil. Su madre no cambiaría de opinión.
Vale, mamá. Vamos a comer. Pablo y Jaime llegarán pronto.
Como era de esperar, la comida transcurrió en un ambiente tenso. Su madre hablaba de lo bien que le iba a Antonio, de lo orgulloso que estaba Roberto. Jaime comía en silencio, mirando de reojo a su madre. Lucía le sonreía, intentando transmitirle que todo estaba bien.
Después de aquel día, Lucía supo que tendría que distanciarse de su madre. Era demasiado doloroso escuchar tantas comparaciones.
Siguió llamándola por los cumpleaños y las fiestas, pero dejó de organizar reuniones familiares. Su madre se quejaba, pero Lucía se mantuvo firme. Necesitaba proteger a su hijo de aquella toxicidad.
Los años pasaron. Jaime creció, estudió, se apasionó por la informática. De vez en cuando escuchaba noticias sobre su hermano. Antonio terminó el instituto con matrícula de honor. Entró en una universidad prestigiosa, aunque no sin la influencia de su padre.
Jaime también acabó el instituto. Entró en una universidad pública de ingeniería, sin enchufes. Aprobó los exámenes por méritos. Al tercer año ya trabajaba en una pequeña empresa de tecnología. Lucía estaba orgullosa. Pablo también. Pero su madre seguía hablando solo de Antonio.
Pasaron más años. Los niños ya rozaban la treintena. En el cumpleaños de su madre, la familia se reunió. Roberto y Marta llegaron. Antonio también apareció: alto, guapo, con el pelo despeinado. Aunque apenas trabajó después de la universidad. Lo dejó, dijo que quería ser músico, formar una banda. Roberto puso dinero para el equipo. Dos años después, el grupo seguía sin triunfar. Antonio vivía con sus padres, sin trabajo, sin ingresos.
Lucía observaba cómo su madre brillaba al mirar a Antonio. Lo abrazaba, le acariciaba el pelo, le preguntaba por sus proyectos. Él respondía con desgana, bostezaba, miraba el móvil. Pero su madre no veía su indiferencia. Para ella, Antonio seguía siendo su nieto perfecto.
Jaime estaba sentado con su mujer, Ana. Se acababan de casar y ella estaba de cuatro meses. Jaime trabajaba en una gran empresa tecnológica, ganaba bien, alquilaban un piso y ahorraban para comprar. Pero su abuela parecía no verlo.
Lucía notó la tensión en su marido. Pablo apretaba la mandíbula. Ana miraba a Jaime con preocupación. Pero él sonreía y le apretaba la mano.
La velada se alargó. Su madre contaba a los invitados lo maravilloso que era Antonio, lo famosa que sería su banda. Él asentía con condescendencia. Lucía callaba.
Por fin, la fiesta terminó. Pablo, Jaime y Ana salieron primero, diciendo que esperarían en el coche. Lucía se abrochaba el abrigo cuando su madre se acercó.
Lucía, espera. Quiero decirte algo.
Ella se detuvo. Su madre habló bajo, pero con firmeza.
Tu Jaime es tan aburrido, hija. Gris, corriente. Como tú y Pablo. No tiene chispa. Antonio él es diferente. Un genio, un artista. Triunfará, ya verás. Pero tu hijo solo vive. Trabaja, se casa, va a tener un hijo. Nada especial. No destaca. Es uno más del montón.
Lucía la miró fijamente. Algo dentro de ella se rompió. Respiró hondo y sostuvo su mirada.
Sabes, mamá, durante años pensé que solo querías que fuera mejor madre. Que me esforzara más por Jaime, que invirtiera en él. Creí que me criticabas por su bien.
Su madre frunció el ceño, pero Lucía alzó la mano.
Pero era más simple. Nunca quisiste a mi hijo. Y siempre lo demostraste comparándolo, criticándolo, alabando a Antonio. No querías que él fuera mejor. Solo querías que supiera que nunca fue suficiente.
Su madre palideció. Lucía se abrochó el último botón del abrigo con calma.






