-Lo que nos fastidia todas las fiestas es tu esposa – declaró la madre a su hijo.
-María Dolores propone que nos reunamos mañana todos en un restaurante o cafetería – informó alegremente por videollamada Javier a su madre.
-Buena idea, solo asegúrate de que Loli elija el lugar con antelación para que no tengamos que cambiar de sitio a mitad de pedidos – pidió tranquilamente Carmen Fernández a su hijo.
-Ya lo hemos elegido, no te preocupes. Han abierto un nuevo restaurante en nuestro barrio, y mañana lo probaremos – continuó Javier sin inmutarse.
-Nuevo… Bueno, envíame la dirección y la hora a la que debemos llegar con tu padre – accedió resignada Carmen.
-Considera que ya te lo he enviado, mamá – dijo Javier apagando el teléfono.
Pronto, recibió un mensaje con la dirección y la hora estipulada. Carmen Fernández tenía dos nueras y un yerno, y generalmente mantenía buenas relaciones con todos ellos, excepto con María Dolores.
Carmen intentaba no meterse en la vida de su nuera, prefería distanciarse y reducir al mínimo el contacto.
La cuestión era que María Dolores no sabía comportarse en la mesa y carecía de tacto.
Unos meses antes, ya se habían reunido en un restaurante familiar, pero en lugar de disfrutar de la comida y la compañía, tuvieron que escuchar las quejas de Loli.
Que si no le gustaba el plato, que si el camarero no sonreía lo suficiente, que si el menú era poco variado.
Por esta última queja, tuvieron que cambiar varias veces de restaurante en la misma noche.
Incluso entonces, Loli encontró formas de manifestar su descontento. Pidió una ensalada sin cebolla.
-Su ensalada, como la pidió, sin cebolla – anunció el camarero al dejar el plato delante de ella.
-¿Y qué es eso sobre la ensalada? – preguntó con desdén, señalando con su manicura una ramita de eneldo.
-Una ramita de eneldo como adorno – respondió sin entender el joven camarero.
-¿Yo pedí eneldo en mi ensalada? – continuó protestando Loli con gesto insatisfecho.
-Si quiere, se lo puedo retirar. No lleva eneldo dentro – sugirió el camarero pensando que ofrecía una solución razonable.
-Quita toda la ensalada, me habéis quitado el apetito… Tráeme mi batido – ordenó Loli, girándose teatralmente hacia la ventana.
Se cumplieron todos sus caprichos y ninguno de los empleados se quejó. La atmósfera de la noche, por supuesto, había sido arruinada.
Loli permaneció con un gesto de enfado y aire ofendido, mientras sus familiares conversaban y comían, lo que convertía las salidas a comer con ella en una tortura.
Y las reuniones familiares en casa tampoco se salvaban de incidentes. Los caprichos y excentricidades de Loli envenenaban cualquier celebración.
Incluso en el funeral de la tía de Javier, Loli encontró razones para armar un escándalo.
-¿Quién ha hecho estas tortitas? ¡Son como de goma! – exclamó en voz alta durante el velatorio.
-Cariño, no hace falta que lo grites, simplemente no las comas – trató de calmarla Carmen, al darse cuenta de las miradas de reprobación de los demás.
-¿Y qué otra cosa se puede comer aquí? Cocino mejor incluso para mi perro. El alcohol y el zumo son de mala calidad. Qué horror – se quejó arrugando la nariz.
-No hemos venido a comer, sino a despedir a una persona. Así que muestra un poco de respeto y deja de quejarte – susurró la suegra.
-¡Exacto! Nos invitaron al velatorio, pero no hay nada por lo que brindar – murmuró tristemente Loli.
Aparentemente, la situación desagradable parecía resuelta y olvidada, pero solo lo parecía…
Más tarde, varios familiares llamaron a Carmen con indignación, relatando cómo la esposa de Javier se había quejado de la comida.
Avergonzada, Carmen juró no llevar a Loli a eventos similares nuevamente.
Se acercaba el cumpleaños de Carmen, y Javier y su esposa planeaban asistir a la celebración familiar.
Sabiendo esto, Carmen afirmó sentirse mal y pospuso las celebraciones indefinidamente.
Sabía que Javier tenía que salir de viaje por trabajo a fin de mes, y esperó ese momento.
Carmen trazó un plan astuto para celebrar su cumpleaños sin María Dolores.
Tan pronto como Javier llamó a su madre desde otra ciudad, Carmen comenzó a enviar mensajes de invitación a los demás hijos.
Por supuesto, no avisaron a Loli sobre la próxima fiesta familiar.
El cumpleaños de Carmen Fernández transcurrió con alegría, sin nadie descontento ni ofendido.
No hubo quejas sobre la comida o las bebidas. Por primera vez en dos años, Carmen pudo disfrutar con sus hijos.
Pero ese breve momento de felicidad tuvo consecuencias al día siguiente.
Alguien de los asistentes subió fotos del evento a las redes sociales y llegaron a ojos de Loli.
-¿Hola, Carmen? ¿Celebraste tu cumpleaños? – preguntó ofendida María Dolores.
-Sí, ya lo tenía postergado varias semanas.. – no intentó negarlo Carmen.
-¿Por qué no me invitasteis?
-Porque Javier estaba de viaje y sola te habrías aburrido…
-Con vosotros nunca me aburro, no entiendo por qué pensaste eso. ¿Por qué no esperasteis su regreso? – preguntó con sospecha Loli.
-¿Por qué? Porque lo cierto es que arruinas todas las fiestas con tu expresión de disgusto – respondió Carmen sinceramente, pero se arrepintió al instante.
-¿Qué? ¿Yo arruino las fiestas? Pensaba que eras buena persona, pero resulta que eres una arpía – dijo Loli entre sollozos, colgando el teléfono.
Horas después, Javier llamó a su madre para reclamar.
-¿Por qué actúas así con mi esposa? ¿Qué te hemos hecho nosotros? – preguntó enojado.
-No me habéis hecho nada, pero María Dolores siempre arruina las fiestas y tú no logras controlarla – reveló Carmen.
-¿Cómo es que las arruina? – cuestionó sorprendido.
-Sus caprichos y críticas no permiten disfrutar de una comida en un restaurante ni cenar tranquilos en casa. Siempre se queja y está insatisfecha – finalmente expuso la madre.
-Ella solo es sincera y directa, a diferencia de vosotros. Te consideraba como una madre.
-La sinceridad no tiene que ver con la mala educación. Si quiere ser como una hija para mí, que se comporte como tal, no como una niña caprichosa.
-De acuerdo, hablaré con ella para que se comporte correctamente. Pero tú por favor prométeme que siempre la invitarás – propuso Javier con tono más conciliador.
-De acuerdo, pero bajo tu responsabilidad. Lo comprobaremos en la próxima celebración – aceptó Carmen a regañadientes.
María Dolores no cambió, intentó ser más comedida, pero le costaba no dramatizar.
Carmen Fernández decidió simplemente ignorar sus excentricidades.
No quería pelear con su hijo, así que eligió el menor de dos males.