– Tu esposa nos arruina todas las celebraciones – le dijo la madre a su hijo.
– María propone que nos reunamos todos mañana en un restaurante o cafetería – anunció alegremente Jaime a su madre por videollamada.
– Buena idea, pero que María elija el lugar con antelación para que no tengamos que cambiar de cafetería a última hora – pidió tranquilamente Carmen Sánchez.
– Ya hemos elegido, no te preocupes. Han abierto un nuevo establecimiento en el barrio y mañana lo vamos a probar – continuó hablando despreocupado Jaime.
– Nuevo… Bueno, pásame la dirección y avísame a qué hora necesitamos llegar tu padre y yo – aceptó resignada la mujer.
– Ya te lo he mandado – dijo el hijo mientras apagaba el teléfono.
Poco después, Carmen recibió un mensaje de Jaime con el horario y la dirección. Carmen Sánchez tenía dos nueras y un yerno, y con todos se llevaba bien salvo con María.
La suegra no se metía en la vida de su nuera, no le daba consejos, al contrario, trataba de mantenerse alejada y minimizar el contacto.
El asunto era que la chica no sabía comportarse en la mesa y le faltaba por completo el sentido del tacto.
Hace unos meses se habían reunido en un restaurante y, en lugar de disfrutar de la compañía y la comida, tuvieron que escuchar los caprichos de María.
No le gustaba el plato, el camarero no sonreía o el menú le parecía limitado.
Por su última queja, tuvieron que cambiar de restaurante varias veces en la misma noche.
Y aun así, encontró algo más de qué quejarse. La chica pidió una ensalada sin cebolla.
– Su ensalada, como la pidió, sin cebolla – dijo el camarero al dejar el plato frente a María.
– ¿Y eso qué es sobre la ensalada? – preguntó descontenta, señalando con su dedo perfectamente cuidado una ramita de eneldo.
– Una ramita de eneldo para decorar – respondió confuso el joven.
– ¿Yo pedí eneldo en mi ensalada? – continuó protestando la nuera, con los labios apretados.
– Si quiere, lo quito, en la ensalada no hay eneldo – ofreció el camarero, creyendo haber encontrado una solución razonable.
– Quita toda la ensalada, me han quitado el apetito… Trae mi batido – ordenó María con tono altivo y se giró hacia la ventana.
Todos sus caprichos se cumplieron y nadie del personal se quejó. La atmósfera de la noche estaba, naturalmente, arruinada.
María estaba sentada con los labios apretados y cara de disgusto mientras sus parientes comían y conversaban, por eso era una tortura ir a lugares públicos con ella.
Ni siquiera las reuniones familiares escapaban de sus excentricidades. La caprichosa y voluble jovencita arruinaba cualquier comida.
Incluso en el funeral de la tía de Jaime, María logró causar una escena.
– ¿Quién ha hecho estos crêpes? ¡Parecen de goma! – exclamó en voz alta durante el velorio.
– Cariño, no es necesario gritar eso, simplemente no los comas, ya está – intentó calmarla Carmen al notar las miradas de reproche de los familiares.
– Entonces, ¿qué se supone que debo comer? Yo a mi perro le cocino mejor, y el alcohol y los zumos son baratos también. Qué asco – replicó María con expresión de desagrado.
– No hemos venido aquí para comer, hemos venido a despedir a alguien, así que por favor, muéstrate respetuosa y deja de quejarte – murmuró la suegra.
– ¡Exactamente! Vinimos a rendir homenaje, pero no hay nada digno de homenaje – masculló María con tristeza.
Parecía que la situación incómoda se había resuelto y olvidado, pero eso solo era aparente…
Más tarde, varios familiares llamaron a Carmen para decirle con indignación que la esposa de Jaime se había acercado a ellos para quejarse de la comida.
Carmen sintió vergüenza y juró no volver a invitar a su nuera a ese tipo de eventos.
El cumpleaños de Carmen Sánchez se acercaba, y María con su esposo planeaban asistir a la reunión familiar.
Sabiendo esto, Carmen les comentó a todos que no se sentía bien y postergó la celebración indefinidamente.
La mujer sabía que Jaime tendría que ausentarse por trabajo a fin de mes. Estuvo esperando ese momento.
La suegra había ideado un plan ingenioso para celebrar su cumpleaños sin María.
Tan pronto como Jaime llamó desde otra ciudad, Carmen empezó a mandar invitaciones a los otros hijos.
Naturalmente, nadie informó a la nuera del próximo evento familiar.
El cumpleaños de Carmen Sánchez trascurrió en un ambiente alegre; esta vez no hubo invitados descontentos ni quejumbrosos.
No tuvo que escuchar quejas sobre la comida o las bebidas. Por primera vez en dos años, pudo disfrutar con sus hijos.
Sin embargo, ese momento de felicidad tuvo su coste prácticamente al día siguiente.
Alguien de los invitados publicó fotos de la celebración en redes sociales y María las vio.
– Hola, Carmen, ¿celebraste tu cumpleaños? – preguntó su nuera con voz dolida.
– Sí, ya lo retrasé varias semanas… – no negó Carmen.
– ¿Y por qué no me invitaron?
– Jaime se fue por trabajo, seguramente te hubieras aburrido sola…
– Nunca me aburro con vosotros, no debiste pensar eso. ¿Por qué no esperasteis a que volviera Jaime? – replicó María, sospechosa.
– ¿Por qué, por qué? Porque su mujer arruina todas las celebraciones con esa cara amarga – respondió Carmen impulsivamente y luego se arrepintió de sus palabras.
– ¿Qué? ¿Yo arruino? Pensé que eras buena gente, pero eres una víbora – dijo María entre sollozos antes de colgar.
Pocas horas después, Jaime llamó a su madre para reprocharle.
– ¿Por qué tratas así a mi esposa? ¿Qué te hemos hecho? – la increpó Jaime.
– No me habéis hecho nada, pero María siempre arruina las celebraciones, y tú no eres capaz de ponerle límites – decidió ser honesta Carmen.
– ¿Cómo es que las arruina? – inquirió sorprendido su hijo.
– Con sus caprichos y quejas, no solo no se puede ir al restaurante tranquilamente, sino que ni siquiera en casa podemos comer juntos. Siempre se está quejando de todo – confesó finalmente la mujer.
– Es directa y honesta, no como tú. Y ella te consideraba como una madre – contestó Jaime.
– La sinceridad y la mala educación son cosas distintas. Si quiere ser como una hija para mí, debe comportarse como tal, no como una niña caprichosa.
– Está bien, le hablaré y le enseñaré cómo comportarse. Pero a cambio, promete invitar siempre a María a las celebraciones – propuso inesperadamente Jaime.
– De acuerdo, pero bajo tu responsabilidad. Lo comprobaremos en la próxima reunión familiar – accedió la madre a regañadientes.
Por supuesto, María no cambió de la noche a la mañana, la chica intentaba ser comedida y evitar escenas, pero no siempre lo lograba.
Carmen Sánchez no tuvo más opción que resignarse e intentar no hacer caso de las extravagancias de su nuera.
Ya no quería pelear con Jaime, así que eligió el mal menor.