—Jorge, ¿adónde vas? —Carmen asomó la cabeza desde la cocina, secándose las manos en el delantal mientras observaba con sorpresa a su marido.
Jorge, un hombre de cuarenta y cinco años, gerente de una importante constructora, había tomado una decisión. Mientras su esposa preparaba el desayuno, él llenó una maleta en silencio. Ahora permanecía en el recibidor de su amplio piso madrileño.
Carmen siempre se encargaba de las mañanas: desayunos abundantes, risas y el trajín de sacar adelante a la familia. Para ella, un buen comienzo garantizaba salud y prosperidad. Cuando los niños eran pequeños, madrugaba sin quejarse. Tres hijos dieron sentido a sus días, mientras el sueldo de Jorge permitía vivir holgadamente sin necesidad de que ella trabajase.
Él la observaba, recordando veinticinco años juntos. Tenía razón: era hora de actuar.
Carmen ya no era aquella mujer llena de vitalidad que lo atraía. Ahora tenía a Lola, una morena audaz que conoció en un evento corporativo en Valencia. Inteligente, hermosa y decidida, como él. Por eso, hoy sostenía la maleta.
¡Basta! ¿Por qué seguir con una mujer que no amaba? Los hijos —Javi, Pedrito y Martita— ya eran independientes. Javi y Pedrito trabajaban; Martita, en cuarto de carrera, contaba con su apoyo.
Pero Carmen… ¿Por qué cargar con ella? Lola tenía razón: era hora de repartir el piso y que su ex se buscara la vida.
—¿Te vas de viaje? ¿Por qué no avisaste? Te hubiera preparado algo —dijo Carmen, serena.
—¡Siempre con la comida! ¿Acaso no sabes que hoy hay cafeterías en cada esquina? ¡Deja de actuar como si el mundo girara alrededor de tus fogones! —espetó Jorge, irritado por su propia cobardía.
—¿Ocurre algo? —preguntó ella con dulzura.
Sabía de la amante. Y sospechaba que este día llegaría. Pero Carmen era sabia. Y conocía bien a su marido.
—¡Me voy! ¡Contigo se acabó! —rugió él.
—Entiendo. ¿Con otra? —inquirió ella, como si hablaran del tiempo.
—Sí. Una mujer excepcional, nada que ver contigo.
—Enhorabuena —respondió Carmen, sonriendo.
—¿En serio? ¿Crees que no me lo merezco?
—Claro. Eres trabajador, inteligente, atractivo…
—Repartiremos el piso —murmuró él, más calmado.
—Justo. Lo apoyaré en lo legal —asintió ella.
—Gracias. Pensé que montarías un escándalo.
—¿Para qué? Si el amor se acabó, ¿qué sentido tiene? —encogió los hombros.
—Encuentra trabajo. No pienso mantenerte —advirtió él.
—¿Trabajar? No. Tengo otros planes.
—¿Cuáles? —frunció el ceño.
—Casarme de nuevo.
—¿Qué? —Jorge, desconcertado, entró en la cocina y empezó a devorar tortillas recién hechas.
—Me registré en una app de citas —confesó Carmen sirviéndole té—. Los hombres maduros prefieren mujeres como yo: serenas, con experiencia… Y al anunciar que cocino bien y tendré mi propio piso, ¡no paran de llover propuestas!
Jorge tragó en seco. Un nudo le oprimía el pecho. ¿Celos?
—Hoy tengo una cita —añadió ella—. Mejor no hagas esperar a tu chica.
—¡Espera! Tengo una reunión… Recogeré la maleta mañana —masculló, saliendo hacia su oficina.
La duda lo corroía. ¿Y si se equivocaba? Imaginaba volver arrepentido, pero Carmen ya tendría otro marido.
Al atardecer, Lola llamó:
—¿Dónde estás? ¡Hay que elegir muebles y pagar el viaje a Bali!
—¿Y la cena? —preguntó él de pronto.
—¿Cena? Pediremos algo light —respondió ella.
Jorge colgó. Recordó los guisos caseros, las tardes tranquilas… Y supo que ningún otro hombre llamaría “esposa” a su Carmen.
—No iré a Bali —murmuró, guardando el teléfono.
Esa noche, regresó a casa. La maleta seguía en el recibidor, intacta.