Tres semanas de matrimonio y pensando en el divorcio

Tres semanas de matrimonio y ya pienso en el divorcio

Llevo apenas tres semanas casada y ya no soporto esta situación. Cada día con Adrián es una prueba que me parte el corazón. Mi madre, Carmen López, me dice: “Lucía, espera, no destruyas tan rápido lo que acabas de construir. Dale tiempo, las cosas se acomodarán”. Pero, ¿cómo esperar si ya siento que cometí el mayor error de mi vida? Amé a Adrián, creí que seríamos felices, y ahora me pregunto: ¿cómo pude equivocarme tanto?

Cuando salíamos, todo era como un cuento de hadas. Él era atento, me traía flores, me enviaba mensajes tiernos y prometía que formaríamos la familia con la que siempre soñé. Lo vi como el hombre con el que criaría hijos, viajaría y reiría de tonterías. Nuestra boda fue hace tres semanas —preciosa, con vestido blanco, baile hasta el amanecer y brindis por un amor eterno. Mientras lo miraba, pensé: “Aquí está mi felicidad”. Pero al empezar a vivir juntos, el cuento se convirtió en pesadilla.

Las primeras señales aparecieron al día siguiente de la boda. Volvimos de una corta luna de miel, y Adrián, en vez de ayudarme a deshacer las maletas, se tumbó en el sofá con el móvil. “Lucía, estoy cansado, hazlo tú”, soltó. Lo dejé pasar, pensando que estaba agotado. Pero luego se volvió costumbre. No lava los platos, deja calcetines por toda la casa, y cuando le pido ayuda, responde: “Eres mi mujer, es tu deber”. ¿Mi deber? Yo también trabajo, llego a casa igual que él, y aún cocino porque “la comida a domicilio no le gusta”. Creía que el matrimonio era un equipo, no servir a otro.

Pero hay más. Adrián empezó a mostrar un carácter que no conocía. Se enfada por todo: si dejo una taza en la mesa, si le pido sacar la basura o si hablo de algo importante. El otro día intenté planear nuestro futuro —ahorrar para un coche, celebrar nuestro aniversario—, pero me cortó: “Lucía, no me agobies, ya tengo suficiente estrés”. ¿Qué estrés? ¿El de estar en el sofá con el móvil? Ya no reconozco al hombre que juró amarme siempre.

Lo más doloroso es cómo me trata. Ayer, después del trabajo, cocinaba cansada cuando entró y dijo: “El cocido no sabe como el de mi madre”. Casi le lanzo el cucharón. ¿No es como el de su madre? ¡Pues que vaya con ella! Quise agradarle y ni un “gracias”. Además, añadió: “Y podrías arreglarte más, pareces una abuela con esa bata”. Fue la gota que colmó el vaso. ¿Tres semanas casados y ya critica mi aspecto? Me encerré en el dormitorio y lloré hasta tarde. No por sus palabras, sino al darme cuenta: ya no es mi Adrián. Es un extraño que no quiero en mi vida.

Llamé a mi madre. Carmen me escuchó y dijo: “Lucía, el matrimonio es trabajo. Se adaptarán, él cambiará y tú también. No te precipites”. ¿Qué cambio? No veo esfuerzo en él. No se disculpa, no ayuda, no me valora. Me siento como su criada, no como su esposa. Mamá dice que exagero, que todas las parejas pasan por esto. Pero yo no quiero “pasarlo”. Quiero a alguien que me respete, no que espere que le sirva.

Esta mañana le dije: “Si sigue así, pediré el divorcio”. Él me miró como si bromeara y contestó: “Venga, Lucía, no exageres. Todo está bien”. ¿Bien? Quizá para él, pero para mí es un infierno. Ya no me reconozco. ¿Dónde está la chica alegre que bailó en su boda? Ahora solo intento complacer a quien parece no importarle.

Empiezo a considerar el divorcio en serio. Sé que será difícil: explicarlo a la familia, repartir nuestras cosas, empezar de cero. La gente murmurará: “Tres semanas de matrimonio y ya divorciada. ¿Qué clase de esposa es?”. Pero me da igual. No viviré con quien me hace infeliz. Soñé con una familia, no con ser una sirvienta. Si Adrián no cambia, me iré. Prefiero estar sola que con alguien que no me valora.

Aunque, en el fondo, aún guardo esperanza. Quizá mamá tenga razón y sea solo “adaptarse”. Quizá Adrián entienda que me está perdiendo y lo intente. Me doy una semana. Si nada mejora, iré al abogado. Mientras, aguanto, aunque cada día con él es una prueba. Miro nuestra foto de boda y pienso: ¿dónde está el Adrián que me prometió felicidad? ¿Cómo pude equivocarme tanto? Pero sé una cosa: merezco algo mejor.

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