Tres semanas de matrimonio y pensamientos de divorcio

Tres semanas de matrimonio y pensamientos de divorcio

Llevo solo tres semanas casada, pero ya no puedo más. Quiero pedir el divorcio porque cada día con Javier se convierte en una prueba que me rompe el corazón. Mi madre, Elena Martínez, no para de repetirme: «Lucía, espera, no destruyas tan rápido lo que acabas de construir. Dale tiempo, todo terminará encajando». Pero ¿cómo esperar si ya siento que cometí el mayor error de mi vida? Amé a Javier, creí que seríamos felices, y ahora me pregunto: ¿cómo pude equivocarme tanto?

Cuando salíamos, todo era como un cuento de hadas. Él era atento, me traía flores, me enviaba mensajes cariñosos y prometía que tendríamos la familia con la que siempre soñé. Lo veía como el hombre con el que criaría hijos, viajaría y reiría de tonterías. Nuestra boda fue hace tres semanas—hermosa, con un vestido blanco, bailes hasta el amanecer y brindis por un amor eterno. Entonces lo miraba y pensaba: aquí está mi felicidad. Pero, apenas empezamos a vivir juntos, el cuento se volvió una pesadilla.

Los primeros avisos llegaron al día siguiente de la boda. Volvimos de una breve luna de miel, y Javier, en lugar de ayudarme a deshacer las maletas, se tumbó en el sofá con el móvil. «Lucía, estoy cansado, hazlo tú», dijo. Lo dejé pasar, pensando que estaría agotado. Pero luego se hizo costumbre. No lava los platos, deja los calcetines por toda la casa y, cuando le pido ayuda, responde: «Eres mi mujer, es tu obligación». ¿Mi obligación? Yo también trabajo, llego a casa tan tarde como él, y aún así cocino porque «no le gusta la comida a domicilio». Creí que el matrimonio era un equipo, no servir a alguien.

Pero hay más. Javier empezó a mostrar un carácter que antes no vi. Se irrita por todo: si dejo una taza en la mesa, si le pido sacar la basura o si quiero hablar de algo importante. Hace unos días intenté comentar nuestros planes—ahorrar para un coche, celebrar nuestro aniversario—pero me cortó: «Lucía, no me agobies, ya tengo suficiente». ¿Qué tiene? ¿Mirar el móvil en el sofá? Lo miro y no reconozco al hombre que juró amarme siempre.

Lo que más duele es cómo me trata. Ayer, cocinando cansada, entró en la cocina y dijo: «El cocido no sabe como el de mi madre». Casi le lanzo el cucharón. ¿No sabe como el de su madre? ¡Pues que vaya con ella! Intenté agradarle, y ni un «gracias» recibí. Y luego añadió: «Y podrías cuidarte más, con esa bata pareces una abuela». Fue la gota que colmó el vaso. Llevo tres semanas de matrimonio y ya critica mi aspecto. Me encerré en el dormitorio y lloré toda la noche. No por sus palabras, sino porque entendí: este no es mi Javier. Es un extraño con el que no quiero vivir.

Llamé a mi madre y se lo conté. Elena Martínez me escuchó y dijo: «Lucía, el matrimonio es un trabajo. Se adaptarán, él cambiará y tú también. No corras al divorcio, dale una oportunidad». Pero ¿qué oportunidad? No veo en él ganas de cambiar. No se disculpa, no ayuda, no me valora. Me siento como una criada, no como una esposa. Mamá dice que soy muy sensible, que todas las parejas pasan por esto. Pero yo no quiero «pasarlo». Quiero estar con alguien que me respete, no con quien cree que debo complacerle.

Esta mañana le dije a Javier: «Si esto sigue así, pediré el divorcio». Me miró como si bromease y contestó: «Venga, Lucía, no exageres. No es para tanto». ¿No es para tanto? Quizá para él, pero para mí es un infierno. No me reconozco. ¿Dónde está esa chica alegre y segura que bailó en la boda? Ahora solo intento contentar a alguien que parece no importarle.

Empiezo a pensar en serio en el divorcio. Sé que será difícil—explicárselo a la familia, repartir las cosas, empezar de cero. La gente murmurará: «Tres semanas casada y ya divorciada. ¿Qué clase de mujer es?» Pero me da igual. No quiero vivir con alguien que me hace infeliz. Soñé con una familia, no con ser sirvienta. Si Javier no cambia, me iré. Prefiero estar sola que con quien no me valora.

Aunque, en el fondo, sigo esperando. ¿Y si mamá tiene razón y es solo cuestión de adaptarse? ¿Y si Javier entiende que me pierde y se esfuerza? Me di una semana. Si nada mejora, iré al abogado. Mientras, intento aguantar, aunque cada día con él es una prueba. Miro nuestra foto de boda y pienso: ¿dónde está el Javier que me prometió felicidad? ¿Cómo pude equivocarme tanto? Pero una cosa sé: merezco algo mejor.

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