Judita entró en la cafetería durante su descanso y se quedó helada al ver a su marido con otra mujer. Respiró hondo, intentando calmarse. Había sido un día agotador en la oficina, lleno de informes y reuniones interminables, y solo quería relajarse con un buen café y una ensalada griega en su sitio favorito. La cafetería estaba casi vacía, pero justo cuando iba a sentarse, lo vio: Saúl, su marido, acompañado de una rubia espectacular que parecía salida de una revista de moda.
La sangre hirvió en sus venas. Iba a acercarse y armar un escándalo, pero se contuvo. No, eso sería demasiado fácil. En lugar de eso, se sentó en una mesa cercana, donde podía observarlos sin ser vista. Pidió su café y su ensalada, pero apenas los tocó. Sacó el móvil y marcó el número de Saúl. El teléfono de él vibró sobre la mesa, pero lo silenció de inmediato sin mirar la pantalla. “Interesante”, pensó Judita con ironía.
No apartaba la vista de ellos. Saúl se inclinaba hacia la rubia, susurrándole algo al oído que la hacía reír coquetamente mientras le tocaba el brazo. Judita apretó los dientes. Recordó cómo habían empezado ellos: los nervios de los primeros encuentros, las confesiones de amor, las promesas. ¿Todo había sido mentira?
De pronto, vio pasar a un hombre alto y atractivo, con un aire elegante, como de anuncio de colonia. Una idea brillante cruzó su mente. Lo llamó con un gesto.
“Disculpe”, dijo con una sonrisa tímida cuando el hombre se detuvo.
“Sí?” La miró con curiosidad.
“Tengo una petición un poco rara”, Judita hizo una pausa dramática. “Verá, ese de ahí es mi marido. Y parece que me está siendo infiel. ¿Podría ayudarme a darle una pequeña lección?”
El hombre, llamado Tomás, sonrió con complicidad y aceptó sin dudar. Se sentó frente a Judita, fingiendo una animada conversación, mientras ella, teatral, le agarraba la mano y se reía como si llevaran años juntos. Saúl los miró de reojo, y Judita notó cómo se tensaba.
“Vamos a pasar por su mesa”, susurró ella. Tomás asintió, y al levantarse, Judita fingió sorpresa al ver a su marido.
“¡Qué casualidad encontrarte aquí, cariño! ¿Y quién es tu amiga?” preguntó con dulzura envenenada.
Saúl palideció. “Es una colega del trabajo”, farfulló.
La rubia lo miró fríamente. “¿Estás casado?”
Saúl intentó explicarse, pero la mujer se levantó y se marchó sin decir adiós. Él se volvió hacia Judita, furioso. “¿Qué demonios has hecho? Era una cliente importante!”
“Ah, ¿y yo qué? ¿Te crees que tú puedes salir con rubias de revista y yo no?” Judita cruzó los brazos.
Tomás, incómodo, aprovechó para esfumarse discretamente.
Saúl tiró unos euros sobre la mesa y salió detrás de su mujer. Al llegar a casa, la esperaba sentado en el sofá, con los ojos llenos de arrepentimiento.
“Judita dime la verdad. ¿Ese hombre era tu amante?”
Ella suspiró. “No. Solo quería que sintieras lo mismo que yo.”
Saúl se pasó una mano por el pelo, derrotado. “Fui un idiota. Nunca debí aceptar esa reunión. Te juro que no pasó nada.”
Judita se dejó caer a su lado. “Prométeme que no volverás a mentirme.”
“Te lo prometo, mi vida.” La abrazó fuerte, y ella, aunque aún dolida, sintió que algo se calmaba dentro de ella. Al fin y al cabo, lo importante era que seguían juntos.