Traición, segunda oportunidad

**Traición, segunda parte**

Verónica y Tania viajaban juntas al trabajo. Tania conducía, responsable y seria, de aspecto agradable. Verónica, en cambio, era alegre, un poco descuidada, pero hermosa. Se hicieron amigas en la oficina, donde compartían casi diez años trabajando codo a codo, en la misma sala con otras dos compañeras.

Ambas solteras, sus hijos ya adultos vivían sus propias vidas. Tania había enviudado hacía siete años; su esposo falleció en un accidente. Desde entonces, ni siquiera consideró la idea de volver a enamorarse.

—Tania, necesitas a alguien para compartir, no digo que te cases, pero al menos salir —le repetía Verónica, quien nunca perdió la esperanza de encontrar a alguien.

Tania respondía con tristeza: —No quiero ni pensarlo. Mi marido era mi otra mitad. Ya no hay nadie más para mí.

Verónica, atractiva, esbelta y culta, se divorció ocho años atrás tras descubrir una desagradable situación en su propia casa. No hubo discusiones; simplemente empacó las cosas de su ex y lo echó. Desde entonces, tuvo algunas relaciones, pero ninguna llegó a ser lo que anhelaba.

Recién cumplidos sus cuarenta y cinco años —dos más que Tania—, lo celebraron en un restaurante. Verónica, supersticiosa, ignoró los comentarios de su amiga sobre no festejar los cuarenta.

—¡Bah, Tania! No creo en esas tonterías. Si vivimos con miedo, la vida sería aburrida —se rio.

Ese día, entre los pocos comensales, había un hombre atractivo, parecido a un actor de cine. Sin que Tania lo notara, Verónica lo invitó a su mesa.

—¿De dónde lo sacaste? —preguntó Tania en voz baja.

—Me invitó a bailar. Le dije que era mi cumpleaños, y prometió un regalo mañana —respondió Verónica, sonriendo.

Así comenzó su relación con Daniel. Pronto descubrió que estaba casado, pero él aseguró que su matrimonio estaba terminado. La cortejó con flores, cenas y escapadas al campo. Tania, recelosa, intentó advertirle:

—Verónica, no te vas a tomar esto en serio, ¿verdad? Ese tipo tiene pinta de mujeriego.

—¿Celos, Tania? —bromeó Verónica.

—No, sólo quiero evitar que te lastimes.

Pasaron año y medio. Daniel dejó de hablar del divorcio y comenzó a distanciarse. Un día, confesó:

—Me he enamorado de otra. Lo siento.

Verónica se derrumbó. Tania la consoló, recordándole que Daniel era un traidor. Poco a poco, Verónica se recuperó, volvió a reír y a vestirse con elegancia. Hasta que un día, se negó a acompañar a Tania a la casa de campo de su madre.

—Hoy no puedo, tengo planes —dijo evasiva.

Tania se sorprendió al ver a Daniel esperando frente al edificio de Verónica. Al día siguiente, Verónica llegó radiante a la oficina.

—Tania, no me regañes. Daniel volvió. Quiere que lo acompañe a Marbella —explicó, ilusionada.

Tania frunció el ceño. —¿Otra vez? ¿No aprendiste la lección?

—Esta vez es diferente —insistió Verónica—. Dice que me ama. Y si no, al menos viajaré gratis.

Tania sospechaba que su amiga volvía a caer en sus brazos.

La llamada desde Marbella fue entusiasta: —¡Todo es maravilloso! Daniel es encantador.

Pero el otoño trajo la verdad. Verónica lloró en el hombro de Tania: —Me dejó por una veinteañera.

Tania la abrazó. —Esta vez entendiste, ¿verdad? Él no valía la pena.

Verónica asintió entre lágrimas.

Tania esperaba que, por fín, su amiga aprendiera. Pero sólo el tiempo lo diría.

**Moraleja:** Quien tropieza dos veces con la misma piedra, no aprende, sino que elige no ver. El corazón puede cegar, pero la dignidad jamás debería doblegarse ante quien no la merece.

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Traición, segunda oportunidad