Traición en la red: el misterio de la cuñada

Traición en la red: el secreto de mi nuera

Me llamo Carmen, y mi corazón se parte en mil pedazos. En nuestro tranquilo pueblo a orillas del Tajo, crié a mi hijo sola, entregándole todo mi amor. Ahora que ha encontrado la felicidad, me enfrento a un descubrimiento espantoso: mi nuera, al parecer, le está traicionando. Fotos en una página de citas, sus mentiras y el miedo a ser descubierta me dejan ante una elección desgarradora: ¿decirle la verdad a mi hijo o callarme para no destrozar su mundo? Temo que mi decisión lo cambie todo.

Tengo 46 años y soy madre soltera. Mi hijo, Javier, de 27, es mi orgullo. Su padre me abandonó al enterarse del embarazo, y con solo 19 años me quedé sola con un bebé. Para que Javier no careciera de nada, trabajé en dos empleos, y mi madre fue mi ángel de la guarda, ayudándome a criarlo. Javier fue un niño inteligente, amable, que nunca dio problemas, ni de pequeño ni de adolescente. Estudió en la universidad y ahora es ingeniero, ganando bien. Siempre quise que fuera feliz.

Cuando Javier trajo a casa a Lucía, me puse en alerta. Era deslumbrante, pero demasiado enamorada de sí misma: su Instagram estaba repleto de fotos posando con ropa de marca. Me parecía una mimada, pero vi cómo brillaban los ojos de mi hijo. Estaba locamente enamorado, así que me callé para no entrometerme. A los seis meses se casaron, y Javier pagó toda la boda. Lucía no trabajaba, y eso me chirriaba. “El hombre debe mantener a la familia”, me dijo él. “Si Lucía no quiere trabajar, pues no trabaja. Yo gano suficiente”. Incluso me ayudaba económicamente, así que decidí no meterme en sus vidas.

Pero las dudas no se iban. Lucía me parecía vanidosa, y notaba que no valoraba a Javier. Él la adoraba, y ella lo daba por sentado. Intentaba apartar esos pensamientos, pero todo cambió cuando una amiga me convenció de registrarme en una app de citas. Al principio me pareció una tontería, pero al final accedí. Ella me creó un perfil, subió fotos, y empecé a charlar con hombres, con la esperanza de encontrar compañía.

Un día, mientras navegaba, me topé con un perfil que me heló la sangre: era Lucía, mi nuera. Su cuenta estaba activa, llena de fotos provocativas que jamás había subido a sus redes. Posaba con miradas seductoras, como invitando a desconocidos. Me quedé paralizada, sintiendo cómo la rabia y el dolor me invadían. ¿Cómo podía hacer esto? Javier trabajaba duro para mantenerla, y ella, a sus espaldas, coqueteaba en internet.

Decidí hablar con ella. Al llegar a su casa, Lucía me recibió con su sonrisa habitual, pero al verme la mirada, palideció. “Lucía, he visto tu perfil en la app de citas”, dije, conteniéndome. Ella tartamudeó: “¡Yo… no sé nada de eso! ¡Alguien habrá robado mis fotos!”. Pero su voz temblorosa y sus ojos esquivos la delataban. “Hay fotos que no están en tus redes”, insistí. “Explícame”. Entró en pánico: “¡Por favor, no se lo digas a Javier! Ya es celoso, esto lo destrozaría”. Su súplica solo aumentó mis sospechas. Si no tenía nada que ocultar, ¿por qué tanto miedo?

Quise creerle, pero no pude. Las fotos, sus nervios, su petición de silencio… todo gritaba “traición”. Volví a casa y pasé la noche en vilo. Javier la adora, vive por ella, y ella quizá le está engañando. Mi alma se debatía: ¿decirle la verdad y arriesgarme a romper su corazón, o callar y permitir que ella lo usara? Recordé lo difícil que fue criarlo sola, cómo soñé con verlo feliz. Y ahora esa felicidad peligraba por una mentira.

Cada día revivo el momento en que vi su perfil. Me imagino a Lucía escribiéndose con otros, riéndose de la inocencia de Javier mientras él se parte el lomo por ella. Es insoportable. Pero peor aún es pensar en su reacción al enterarse. La quiere tanto que quizá no me crea, o me odie por destrozar su ilusión. Temo perder su confianza, pero callarme sería cómplice de su engaño.

En mi pequeño piso, miro una foto de Javier y siento cómo las lágrimas me queman los ojos. No sé qué hacer. Hablar es arriesgar su felicidad y nuestra relación. Callar es traicionarlo, dejar que Lucía siga jugando. Mi amor por él lucha contra el deseo de protegerlo, y ninguna opción me parece buena. ¿Qué hago? ¿Cómo salvar a Javier del dolor sin romper nuestra familia? Estoy al borde del abismo, y cualquier paso podría ser fatal.

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