Traición en dos actos

**Traición, segunda parte**

Hoy en el trabajo, las amigas Lucía y Carmen iban juntas en coche, como siempre. Carmen era la conductora, responsable y seria, con ese aire elegante que la caracterizaba. Lucía, en cambio, era alegre, un poco descuidada, pero hermosa. Se hicieron amigas en la oficina, donde compartían espacio con otras dos compañeras. Llevaban casi diez años trabajando juntas.

Ninguna de las dos estaba casada. Los hijos ya eran mayores y vivían sus propias vidas. Carmen había perdido a su marido, el amor de su vida, hacía siete años en un accidente de tráfico. Desde entonces, no había vuelto a pensar en el amor.

—Carmen, deberías buscar a alguien, no digo para casarte, pero al menos para salir— le decía siempre Lucía, quien nunca perdía la esperanza de encontrar a alguien.

—Ni lo pienses. Él y yo éramos como dos mitades. Ahora que se ha ido, no hay nadie más para mí— respondía Carmen con tristeza.

Lucía era atractiva, esbelta, culta y libre. Hacía ocho años que se había separado de su marido tras encontrarlo en su propio piso con otra mujer. No hubo discusiones. Simplemente empacó sus cosas, lo echó a la calle y solicitó el divorcio. Había tenido otros hombres, pero ninguno era el indicado.

Hace poco, Lucía celebró sus cuarenta y cinco años en un restaurante. Todo salió perfecto.

—Oye, Lucía, ¿no tienes miedo? Dicen que los cuarenta no se celebran— le advirtió Carmen.

—Bah, no creo en supersticiones. Si nos guiamos por eso, la vida sería aburrida— se rio Lucía.

Ese día, en el restaurante, había un hombre atractivo sentado al otro lado. Carmen no se dio cuenta hasta que Lucía lo arrastró hasta su mesa.

—¿De dónde lo has sacado?— preguntó Carmen al oído.

—Me invitó a bailar y le dije que era mi cumpleaños. ¡Hasta prometió un regalo mañana!— sonrió Lucía.

Así comenzó su relación con Javier. En la segunda cita, Lucía descubrió que estaba casado.

—Mi mujer y yo estamos en proceso de divorcio— se justificó él—. Los hijos ya son mayores, apenas nos une nada.

Javier la cortejó con flores, cenas y escapadas al campo. A menudo se quedaba en su casa. Carmen casi no reconocía a su amiga.

—Lucía, pareces una mariposa, volando sin pensar— le dijo.

—No te imaginas lo increíble que es. Creo que he perdido la cabeza— reía Lucía.

—No te ilusiones tanto. Por sus ojos, se ve que es un donjuán— intentó aconsejar Carmen, pero Lucía solo se reía.

—¿Celos?— bromeó.

—No es eso. Solo quiero protegerte— respondió Carmen, preocupada.

El romance duró un año y medio. Javier dejó de hablar de divorcio. Peor aún, encontró a una mujer diez años más joven que Lucía y empezó a alejarse.

—¿Qué pasa, Javier? ¿Has encontrado a otra?— preguntó Lucía, herida.

—Lo siento. Me enamoré. Quería decírtelo… Adiós— fue su fría respuesta.

Lucía lloró en el hombro de Carmen, destrozada.

—No vale la pena sufrir por un traidor— le consoló Carmen—. Solo jugó contigo y ahora busca otro juguete. No merece tus lágrimas.

Pasó el tiempo. Carmen la distrajo con cine, viajes a la casa de su madre en el pueblo y reuniones con amigos. Poco a poco, Lucía volvió a sonreír.

Pero un día, Carmen vio el coche de Javier frente al edificio de Lucía. Al día siguiente, Lucía llegó a la oficina radiante.

—Carmen, no me regañes— susurró—. Javier volvió. Quiere que vayamos a Italia juntos. Dice que la vida allá es emocionante y que yo sería la más bella.

—¿Y le crees?— preguntó Carmen, escéptica.

—Se disculpó. Dice que me ama— insistió Lucía.

Carmen sabía que no la convencería, pero no podía evitar advertirle:

—No es de fiar. Ya te hizo sufrir una vez.

—Solo quiero disfrutar del viaje— se defendió Lucía, aunque Carmen sabía que todavía lo amaba.

Días después, Lucía llamó desde Italia, emocionada.

—¡Carmen, es maravilloso! Javier es un ángel— decía feliz.

Pero al colgar, Carmen no pudo evitar pensar: *O me equivoco con él, o es un maestro del engaño.*

A su regreso, Lucía llegó morena y feliz, con regalos para Carmen.

—¡Javier va a divorciarse! Luego nos casaremos— anunció.

Carmen asintió, pero la duda seguía ahí.

El otoño llegó, frío y lluvioso. Una mañana, Lucía llamó llorando.

—Me dejó otra vez— sollozó—. Esta vez, por una de veinte años.

Carmen corrió a consolarla.

—Ahora sí lo entiendes, ¿verdad? Javier es un traidor. Esto fue traición, segunda parte— le dijo, abrazándola.

Lucía asintió, pero Carmen se preguntó si realmente había aprendido la lección. Solo el tiempo lo diría.

**Lección:** Hay amores que no valen la pena. Perdonar una traición puede ser un error, pero perdonarla dos veces es una falta de amor propio.

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