**Diario de Natalia**
Hoy ha sido un día que jamás olvidaré. Estaba preparando la cena cuando llamaron a la puerta. No era el timbre, sino unos golpes secos, como si alguien dudara. Al abrir, me encontré con una mujer de mi edad, vestida con elegancia pero con mirada inquieta.
¿Eres Natalia? preguntó con voz temblorosa.
Sí, ¿y tú quién eres? respondí, aunque algo en su actitud ya me lo advertía.
Soy la amante de tu marido.
El nombre de Óscar surgió de mis labios casi sin pensarlo.
De Óscarito corrigió ella con un tono que me heló la sangre.
No puedo negar que solté una risa amarga.
¿Así que os amáis? ¿Y yo os estorbo?
Ella bajó la mirada.
No es eso Él dijo que tenía que esperar hasta que tu padre ya sabes.
Me quedé paralizada. Mi padre, Robustiano, tiene sesenta y ocho años, corre cada mañana y apenas ha estado enfermo en su vida. Aún le quedan décadas.
¿Qué? ¿Qué tiene que ver mi padre en esto?
La mujer, Laura, tragó saliva.
Óscar dijo que cuando tu padre falte, heredarás su piso y él podrá quedarse con este. Así que debía esperar.
El cinismo de ese hombre no tiene límites. Le expliqué, con calma fingida, que este piso es mío desde antes del matrimonio, que mi abuela me lo dejó y que jamás lo compartiré con él. Ni en sueños.
Laura se marchó, prometiéndome que no volveríamos a vernos. Acto seguido, empecé a guardar las cosas de Óscar en maletas. No iba a discutir. Sabía cómo hacer que se fuera solo.
Cuando llegó del trabajo, fingí indiferencia. Rechacé cenar con él y, cuando anunció su habitual “paseo nocturno”, le solté:
Claro, cariño, a tu edad conviene caminar.
¿A mi qué edad? saltó ofendido. Óscar siempre se ha creído irresistible, pese a sus canas y su barriga incipiente.
Bueno, ya pasas de los cincuenta continué. Hace un año que ni siquiera compartimos habitación. ¿O es que no te acuerdas?
Arqueó una ceja.
¿De qué hablas?
De Pedro, mi nuevo compañero. Tú mismo me dejaste sola.
Su rostro se descompuso.
¡¿Quién es Pedro?!
No importa. Lo tuyo son los achaques de la edad. Vete a pasear, reflexiona.
Furioso, juró que no perdonaría mi “desprecio”. Ni siquiera preguntó por las maletas que ya estaban junto a la puerta. Solo gritó:
¡Este piso es mío también! ¡Viví aquí veinticinco años!
Con contrato a nombre de mi padre repliqué. Hasta los recibos los guarda. Adiós, Óscar.
Se marchó como un vendaval, directo a los brazos de Laura.
Un mes después, el divorcio estaba firmado. El juez le concedió el coche y el garaje; a mí, la casa de campo en Málaga. La vendí al instante.
Ahora viajo con mi padre: Granada, Sevilla, Santiago Robustiano está más activo que nunca.
Mientras, Óscar ya no es bienvenido en casa de Laura. La semana pasada lo vi merodeando por aquí, con una maleta. Debe de haber recordado que, sin mi piso, solo le queda el garaje.
O quizá busque otra incauta que le diga que es joven.
Qué pena.
A mí ya no me engaña.







