—¡Mariíiitaaaa! —gritaba Laura por teléfono, con la voz entrecortada por el llanto.
—¿Qué pasa, mujer? ¡Dime de una vez, que me pones nerviosa! ¿Es algo de Carlos? Laurita, contesta, joder—chilló María desde el otro lado de la línea.
—Es… es Jorge… Ay, Dios… —volvió a sollozar Laura, sin poder articular más palabras.
—¿Jorge? ¿Le ha pasado algo? ¿Un accidente? —María se imaginó a Laura negando con la cabeza, como si pudiera verla a través del teléfono.
—¡Ya está! Se acabó mi paciencia. Cuelgo, ¿me oyes? En diez minutos estoy ahí, espérame—dijo María. Esperó unos segundos, escuchando los sollozos de su amiga, pero al no recibir respuesta, cortó la llamada.
Se cambió rápido, agarró el bolso, revisó que no olvidara el móvil ni las llaves, y salió del piso cerrando con llave. Laura vivía a una parada de metro, así que María salió pisando fuerte, casi corriendo en algunos tramos, mientras maldecía mentalmente a su amiga. *Siempre igual, incapaz de explicar qué coño pasa. Ya verá cuando llegue si es una tontería y me ha hecho salir así…*
En cinco minutos estaba frente al portal de Laura, pulsando el timbre. El interfono crujió.
—Lauris, soy yo, ábreme—gritó María.
El interfono emitió otro ruido, seguido del clic del pestillo. María entró de un salto. La puerta se cerró tras ella, sumergiéndola en una oscuridad total después de la luz exterior. No tenía tiempo para que sus ojos se adaptaran. Dio un paso hacia las escaleras del ascensor y, de pronto, tropezó, a punto de caerse. Agarró el pasamanos a tiempo.
—Mierda, esto es de matarse. ¿No pueden poner una bombilla decente aquí?—refunfuñó.
Mientras esperaba el ascensor, daba golpecitos impacientes con el pie, imaginando mil escenarios sobre lo que le habría pasado a Laura. *Por lo menos que estén todos vivos…*, pensó. Antes de tocar el timbre del piso, se detuvo un instante. No se escuchaban llantos ni gritos desde dentro, lo cual ya era buena señal. Respiró hondo y pulsó el timbre con decisión.
La puerta la abrió Laura, con la cara hinchada de tanto llorar. Como un zombi, dio media vuelta y se dirigió a la cocina arrastrando los pies. María suspiró, dejó las zapatillas en la entrada y la siguió.
Laura se desplomó en una silla, la cabeza gacha, los hombros caídos, las manos inertes sobre las rodillas. Todo su cuerpo transmitía derrota, como si el mundo se hubiera venido encima.
—Lauri, dime qué ha pasado. Me has asustado—María se acercó y le puso una mano en la espalda—. Cuéntame, que ya no sé qué pensar. He venido como una loca.
—Jorge me ha dejado—dijo Laura con una voz apagada, mecánica.
—¿Te ha dejado? ¿Por otra?
Laura asintió.
—¿Y qué pasó? ¿Te lo soltó así, de golpe?—preguntó María. No le sorprendía. Jorge era un tío atractivo, con tirón. Siempre le había advertido a Laura que habría mujeres detrás de él, y que debía estar alerta y cuidarse para no darle motivos para buscar fuera.
—Me dijo que está enamorado de otra, empacó sus cosas y se fue. Mari, dime, ¿por qué? Yo lo he dado todo: cocinaba, limpiaba, le cuidaba la ropa, le he dado un hijo… Me mataba a dietas para no engordar después del parto y estar siempre guapa, y aun así se va.
—Uf—María respiró hondo—. Todos están vivos y sanos, y tú llorando como si hubiera muerto. Ya verás como vuelve arrastrándose—se sentó a su lado.
—¿Crees que volverá?—Laura levantó la cabeza de golpe, mirando a María con un destello de esperanza.
—Ni idea. Todo puede pasar. ¿Y ella qué? ¿Está buena? ¿Es más joven?
—De mi edad. Gorda, pelirroja y bizca—Laura hizo un gesto de asco—. Mari, dime, ¿qué le faltaba? Yo soy mil veces mejor, y él…—un sollozo le cortó la frase.
—No te culpes. Son las hormonas, la crisis de los cuarenta… Ya se le pasará.
Laura negó con la cabeza, los hombros temblándole de nuevo.
—No llores más, que pareces una fontana. Si ahora entra y te ve así, saldrá corriendo—dijo María. Pero eso solo hizo que Laura rompiera a llorar más fuerte, igual que por teléfono.
—Lauri, las lágrimas no solucionan nada. ¿De verdad crees que si vuelve todo será igual?—María cambió de táctica, dejando de lado el consuelo para ser más dura—. Te digo una cosa: perdonarás, pero no olvidarás. Le atormentarás con celos cada vez que llegue tarde del trabajo, os amargaréis la vida los tres, y tu hijo lo sufrirá. Hablando de él, ¿dónde está?
—Se lo he dejado a la vecina.
—Pues menos mal. No necesita verte así. Aunque sea pequeño, es un hombrecito. Los dramas y las lágrimas no son para él—María suspiró—. ¡Y deja ya de llorar! Que te vas a enfermar. Tienes a Lucas. Es duro, pero no es el fin del mundo. Oye, ¿y cómo sabes que es bizca? ¿La has visto?
—En el móvil de Jorge. Él estaba en la ducha y ella llamó… Luego la busqué en las redes. Dime, ¿qué quieren los tíos? Nos creemos que se pirran por modelos esqueléticas con tetas de plástico, pero mira… ni eso. Yo apenas comía por miedo a engordar cuando daba el pecho, y aun así se va. Ella es el triple de ancha que yo, y las tetas como de…—Laura no supo con qué compararlas y se quedó callada.
—No será por el físico. Algo más le atrajo de ella—reflexionó María en voz baja.
—¿El alma, quizá? Pues debe tenerla podrida—Laura se limpió las lágrimas con el dorso de la mano—. Pero ya verá, lo pagará.
—Lauri, reacciona. Eres joven, guapa, estás en plena forma. ¿Treinta y dos años? ¡Si te queda toda la vida!—intentó animarla María.
—No quiero vivir sin él. Lo quiero—murmuró Laura, retorciéndose de dolor—. Duele demasiado, Mari. Mejor morirme…
—¡Qué dices, tonta! Ni se te ocurra pensar eso. ¿Tienes algo de beber?—María se levantó y rebuscó en la nevera—. Venga, vamos a tomarnos algo.
Sacó una botella de vino medio vacía y llenó dos vasos hasta el borde. Le dio uno a Laura.
—Bébetelo de un trago. Te sentirás mejor.
Laura obedeció, sin rechistar, como si fuera agua. Le devolvió el vaso vacío.
—Soñábamos con mudarnos a un piso más grande. En su trabajo estaban construyendo viviendas para empleados. Iban a vender la mitad y dar la otra mitad casi regalada a quienes devolvieran sus pisos antiguos. Y ahora él vivirá allí con ella… y Lucas y yo aquí—su voz tembló.
—Deja de llorar, que se te hincha la cara—dijo María.
—Me duele tanto…—Laura se balanceaba en la silla como un péndulo.
—Mira, tonta del bote, ¿quieres fastidiarte la vida por él? Si te pasa algo, ¿crees que Jorge sufrirá? Al contrarioPasaron los meses, Laura se fortaleció y un día, mientras caminaba de la mano de Lucas bajo el sol de Madrid, se dio cuenta de que ya no dolía más.