Trabajaba en mi propia tienda de ropa cuando, justo antes de cerrar, entró una mujer embarazada que se quedó mirando vestidos sin parar

**Diario de un día inesperado**

Trabajaba en mi propia tienda de ropa en Madrid. Una tarde, justo antes de cerrar, entró una mujer embarazada. Ya era hora de recoger, pero ella seguía mirando vestidos sin prisa. Empezamos a hablar, y me contó que su marido la había abandonado con sus dos hijos. La situación era difícil: tuvo que mudarse de un piso de alquiler a casa de sus padres. Con ellos al menos tenía algún apoyo, pero luego descubrió que estaba embarazada. Demasiado tarde para abortar. No le quedaba más remedio que seguir adelante. No tenía ropa que le sirviera, “todo le quedaba pequeño”. Su historia me llegó, aunque no era la mía. Noté que buscaba lo más barato, pero ni para eso tenía suficiente. Cansado, pensé que no me faltaría nada si le regalaba un vestido. Ella se iluminó, agradecida y feliz. Se fue, y con el tiempo, olvidé ese momento.

Hasta que un día cualquiera, entró una mujer sonriente. Intenté recordar quién era, hasta que sacó un paquete de su modesto bolso y empezó a hablar: “¿Se acuerda de mí? Vine embarazada, sin un euro para comprar aquel vestido, y usted me lo regaló. Hablamos, me dijo que todo saldría bien, que en esta vida no hay nada que no podamos superar. Sus palabras me dieron fuerzas, y la verdad es que logré pasar aquel mal momento. Di a luz, ahora estoy sola con tres niños, pero vamos saliendo adelante. Y creo que lo mejor está por venir. Gracias por aquel apoyo, significó mucho para mí.” Nos abrazamos y nos deseamos suerte.

Cuando se marchó, abrí el paquete. Dentro había unas alas, unas simples alas de ángel. Me invadió una mezcla de vergüenza y emoción. Recordé que le di aquel vestido más por quitarme un problema de encima que por otra cosa. Sin querer, en ese instante, me convertí para ella en un ángel: alguien que escuchó, que entendió, que le regaló unas palabras sinceras y un vestido modesto.

Qué poco hace falta a veces para sacar a alguien de la oscuridad. Un gesto, una sonrisa, unas palabras en el momento justo.

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Trabajaba en mi propia tienda de ropa cuando, justo antes de cerrar, entró una mujer embarazada que se quedó mirando vestidos sin parar