Todos me decían que no me metiera, pero los ojos del perro suplicaban ayuda: cuando intenté ayudarlo, ocurrió lo más inesperado

Todos me decían que no me metiera, pero los ojos del perro suplicaban ayuda. Cuando intenté ayudarle, ocurrió lo más inesperado.
El día estaba tan caluroso que parecía que el aire temblaba de calor. Iba caminando por la calle cuando un coche plateado en el aparcamiento casi vacío del supermercento llamó mi atención.
Al acercarme, vi en el asiento trasero a un perro que apenas respiraba, con el pelo empapado de sudor. Las ventanas estaban cerradas, no había nadie alrededor solo el pobre animal, desfalleciendo poco a poco.
El perro no ladraba ni gruñía; sufría en silencio. En el parabrisas había una nota: *”Vuelvo enseguida. Si puede ser, llame.”* Debajo, un número de teléfono.
Llamé. Al segundo tono, contestó un hombre.
¿Dígame?
Perdone, su perro está en el coche y se está desmayando.
Espere, no se meta donde no la llaman dijo él antes de colgar.
Ya me iba, pero entonces miré al perro otra vez. Sus ojos suplicaban auxilio, y vi que estaba a punto de perder el conocimiento.
No lo pensé dos veces: cogí una piedra, rompí el cristal y saqué al animal. Le eché agua, y al poco, empezó a mover débilmente la cola.
Todo irá bien, cariño susurré. Aquí estoy.
La gente se acercó: unos trajeron toallas, otros más agua. Y en ese momento apareció el dueño y soltó algo que dejó a todos boquiabiertos.
(Continuación en el primer comentario)
***
Cuando llegó el dueño del coche, su mirada no se fijó en el estado del perro, sino en el cristal roto.
¿Quién ha roto mi ventanilla? ¿Tiene idea de lo que cuesta?
Me levanté y le contesté sin dudar: Yo la he roto.
En vez de agradecerme, exigió que pagara el arreglo.
No le entiendo, señor. He salvado a su perro, ¿y esto es lo que me pide?
Ya le dije que no ayudara a mi perro.
Yo pagué por ese cristal dijo antes de marcharse, dejando al animal tirado.
Lo recogí y me lo llevé conmigo. Desde entonces, vivimos juntos, y nunca más dejé que se alejara de mí.

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MagistrUm
Todos me decían que no me metiera, pero los ojos del perro suplicaban ayuda: cuando intenté ayudarlo, ocurrió lo más inesperado