Todo saldrá bien…

El coche corría por la ciudad nocturna. Dentro iban dos personas: un hombre y una mujer. Desde fuera, cualquiera hubiera pensado que eran un matrimonio apresurándose para llegar a casa, donde sus hijos los esperaban.

—¿Puedes ir más rápido?— pidió ella, nerviosa.

—Es peligroso. La ciudad parece vacía, pero no lo está. ¿Cuándo se lo dirás? ¿Hasta cuándo vamos a vernos a escondidas, temiendo que nos descubran? Háblale, será mejor para todos— dijo él con firmeza.

—¿Mejor para quién? ¿Para ti y para mí, quizá? ¿Pero y para Lucía? Ella adora a su padre, y él a ella. ¿Qué pasará con ellos cuando lo sepan? Es cruel— defendió ella, angustiada.

—¿Y mentirle durante tanto tiempo no lo es? ¿Crees que no lo sospecha? Estoy harto de compartirte. Si quieres, se lo digo yo, de hombre a hombre.

—No, por favor. Dame tiempo. Yo lo haré— Ella tomó la mano de él al volante y la apretó con fuerza. —Te quiero muchísimo, pero no me presiones. Prometo hablar con mi marido pronto.

El hombre giró el rostro, encontró la mirada de su amada y se inclinó hacia sus labios.

De pronto, al doblar la esquina, un todoterreno negro cruzó su camino. El impacto fue inevitable. El grito de la mujer se ahogó entre el estruendo de metal retorcido…

***

El tono del móvil atravesó su sueño ligero. Durante un instante, Carlos flotó entre la vigilia y el sueño, pero al final abrió los ojos.

Laura había llamado a las ocho de la tarde para decirle que llegaría tarde. Una amiga tenía problemas y no podía dejarla sola. Prometió contarle todo después. Carlos no alcanzó a preguntar qué amiga ni qué problema. Podría haber llamado a las pocas amigas cuyos números tenía guardados, pero lo consideró humillante, para él y para ella.

Sus sospechas habían empezado hacía dos meses. Demasiadas tardes de retrasos, incluso algún fin de semana desaparecida. Demasiadas amigas con “emergencias” que requerían su ayuda.

Estiró el brazo hacia el móvil en la mesilla. Un número desconocido. El corazón le dio un vuelco.

—¿Diga?— respondió con voz ronca por el sueño.

—Capitán Mendoza. ¿Es usted el esposo de Laura Martínez?

—Sí.

—Su mujer ha sufrido un accidente… La han llevado al Hospital Gregorio Marañón en estado grave…

—¿Está viva?— preguntó Carlos, con la voz quebrada.

—Sí, pero…

—Papá, ¿es mamá?— En la puerta del dormitorio apareció Lucía, de diez años, mirándole con ojos asustados.

Carlos tragó saliva.

—No. Es… Mamá está en el hospital. Ha tenido un accidente.

—¿Se ha muerto?

—No, qué dices. Está viva— se apresuró a aclarar.

—Pero tú has preguntado…— Lucía se abalanzó sobre él, abrazándole el cuello con tal fuerza que apenas podía respirar. —Vamos a verla. Tengo miedo.

Carlos la separó con cuidado y la sentó a su lado en la cama.

—No, ahora no nos dejarán entrar. Vamos por la mañana. Ahora a dormir. No queremos llegar ahí medio dormidos, ¿verdad?— forzó una sonrisa.

Lucía asintió y volvió a su habitación. Él también se tumbó. Por la ventana ya asomaba el alba. Recordó haber visto la hora en el móvil antes de contestar: las dos y media de la madrugada.

Necesitaba calmarse. Puso una mano sobre el pecho y sintió los latidos desbocados.

Por la mañana fueron al hospital. Dejó a Lucía en el pasillo y entró en la sala de médicos.

—¿El esposo?— preguntó un doctor de edad similar.

—Sí. ¿Cómo está mi mujer?

—Le hemos operado. Traumatismo craneoencefálico, múltiples fracturas… Está en coma.

—¿Cómo ocurrió? Ella no conduce.

El doctor encogió los hombros.

—Solo sé que el coche en el que iba chocó contra un todoterreno. Los dos conductores fallecieron en el acto. Su mujer tuvo suerte. No le miento, su estado es crítico, pero es joven y fuerte. Hay esperanza.

—¿Puedo verla? Está mi hija en el pasillo.

—Depende de usted. Su aspecto no es… agradable. Pero a veces la presencia de los seres queridos ayuda. Venga— señaló la puerta.

—¿Quién iba con ella?— preguntó Carlos mientras caminaban hacia la UCI.

—Eso pregúnteselo a la policía. Poco tiempo, ¿eh?— El doctor abrió la puerta.

Carlos no reconoció a Laura. La cabeza vendada, el rostro amoratado y lleno de heridas. Ajena, distante. Sobre la sábana, una mano con su anillo de bodas.

—¡Mamá!— llamó Lucía, acercándose y acariciándole la mano. —¿Está dormida?— preguntó, mirando a su padre.

—Sí. Le han operado. Solo podemos verla un momento.

Volvieron a casa en silencio. Carlos llamó a la madre de Laura, le contó todo y le pidió que viniera a cuidar de Lucía. Él debía ir a trabajar.

María Luisa entró en el piso con un pañuelo empapado.

—¿Quieres que me lleve a Lucía a mi casa? Ahora no puedes ocuparte de ella— sugirió, más calmada. —¿Vienes conmigo?— le preguntó a la niña.

Lucía asintió.

—Se lo dije… Pero ¿a ella quién la escucha?— sollozó María Luisa, deteniéndose al ver la mirada de Carlos.

—¿Qué le dijo a Laura?— presionó él.

Ella negó con la cabeza, sonándose.

—Dígamelo. Acabaré sabiéndolo igual.

—Perdón, Carlos. Le advertí que esto no acabaría bien. Estaba… obsesionada. “Le quiero, no puedo vivir sin él”, decía. Se volvió imprudente. Ay, lo siento… Ojalá lo hubiera dicho ella…

Un dolor agudo le atravesó el pecho. Lo había intuido, pero no quiso aceptarlo.

—¿Quién es?— preguntó, voz ronca.

—Javier Rivas. Estuvo enamorado de ella desde el instituto. Se fue al extranjero un tiempo, y cuando volvió… empezó todo.

Rivas. Carlos lo había visto una vez. Hacía dos meses, al recoger a Laura del trabajo. Los encontró en el aparcamiento, mirándose como si el mundo no existiera.

Laura se sobresaltó al verle, pero fingió normalidad.

—¡Qué bien que hayas venido! Estaba mirando un regalo para el cumple de Lucía…— Lo tomó del brazo, arrastrándolo hacia el coche.

Al volverse, Carlos vio que Rivas ya se había ido. Durante el trayecto, Laura habló nerviosa, sonriendo sin motivo.

“Jamás fue con amigas. Estaba con él. ¿Cuánto tiempo? ¿Hablarían de su futuro? ¿De mí? ¡Me compararía con él!”. La rabia le quemaba el pecho.

—Iré mañana con Lucía al hospital. ¿Nos dejarán entrar?— La voz de su suegra lo devolvió a la realidad, donde Laura seguía en coma.

“¿Qué hago? ¿Vivir como el marido traicionado? ¿Y si no despierta? Él ha muerto. Yo sigo aquí. Tenemos a Lucía. Si se recupera, ya veremos”. Decidió que sí, que irían. El médico no lo había prohibido.

“¿Debería decirle que lo sé? ¿Descargar mi dolor? ¿Apretó el acelerador con determinación, sabiendo que, pese al dolor, el amor por su familia siempre sería más fuerte que cualquier traición.

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MagistrUm
Todo saldrá bien…