Todo por tu culpa.

**Todo por culpa tuya**

—Isabel Martínez, había un hombre extraño en el parque que se acercó a tu Carlita.

—¿Cómo que se acercó? Rosa, ¿qué dices? ¿Dónde está? ¿Quién era?

—¡Cómo voy a saber! Me acerqué para preguntarle, pero salió corriendo como alma que lleva el diablo.

—No me gusta nada esto. ¡Carlota! ¡Ven aquí, hija!

La niña de cinco años, con dos coletas rebeldes, corrió hacia Isabel y le sonrió con los ojos brillantes.

—¡Mamá! ¡He visto unos perritos!

Isabel la miró fijamente, intentando adivinar qué había pasado en su ausencia. Carlota parecía normal, pero su instinto materno no dejaba de inquietarse.

—¿Dónde viste los perritos? ¿Quién te los enseñó?

La pequeña arrugó la nariz y se encogió de hombros.

—Nadie. Eran tres: dos negros y uno con manchas. ¡Vamos, te los enseño!

Isabel le agarró la mano con firmeza.

—¿Quién se te acercó? ¿Un señor? ¿Qué te dijo? ¿Te hizo algo?

Carlota la miró como si hablara en otro idioma.

—Mamá, ¿qué te pasa? Nadie me ha hecho nada. Solo un hombre amable me preguntó si conocía a Isabel Martínez García.

El corazón de Isabel dio un vuelco. ¿Quién podía ser? ¿Sería él? Nadie más usaría su nombre completo…

—¿Cómo era ese hombre?

Pero antes de que Carlota respondiera, el móvil de Isabel vibró en el bolsillo. Era su marido, y no podía ignorar la llamada.

—¿Sí, cariño?

La imagen del “hombre amable” seguía en su mente. No pensaba contarle a su marido, Jaime, lo ocurrido. Tampoco dejaría que Carlota lo mencionara.

—Para que tu padre no se preocupe —le explicó, y la niña, obediente, no preguntó más.

La noche fue larga, dando vueltas en la cama, incapaz de dormir. Al amanecer, se levantó con un dolor de cabeza insoportable. Decidió que ese día no haría nada.

—Hoy cenamos fuera —propuso Jaime, e Isabel aceptó aliviada.

Su segundo matrimonio era distinto. Con Jaime se sentía segura, protegida. Él la quería, y ella hacía lo posible por no defraudarlo.

—¡Buena idea! —dijo, sonriendo.

El ánimo mejoró, pero al salir de casa, algo la paralizó. En la esquina del edificio de al lado, una figura masculina le resultó sospechosamente familiar. Sintió el corazón acelerarse.

—Isabel, ¿qué haces? —la llamó Jaime desde el coche.

—¡Mamá, sube! ¿Qué miras?

Entró lentamente al vehículo, sin quitar los ojos del desconocido. Mientras el coche arrancaba, una opresión en el pecho le dificultó respirar.

En el restaurante, no logró relajarse. Cuando Jaime salió a atender una llamada, Carlota la distrajo.

—Mamá, ¿sabes que hoy he vuelto a ver a ese hombre bueno?

Isabel contuvo un grito. Lo supo entonces: aquel que la borró de su vida hacía diez años, había vuelto.

—¿Dónde lo viste? —preguntó, aunque ya lo intuía.

—Cuando salíamos. Estaba junto al portal de al lado, mirándonos.

Después de la cena, exhausta, Isabel se levantó. Jaime, al notar su angustia, le tomó la mano.

—¿Qué te pasa? No estás bien.

No pudo seguir callando. Lo quería demasiado para ocultárselo.

—Jaime… ha vuelto Álvaro.

Él se detuvo, soltándole la mano.

—¿Álvaro? ¿Te ha llamado?

—Mamá, ¿quién es Álvaro? —intervino Carlota.

—Un… conocido —respondió Isabel, mirando a Jaime—. No me llamó. Lo he visto dos días seguidos. Es él.

Jaime no dijo nada. Al llegar a casa, confirmaron lo inevitable: Álvaro los esperaba en el portal.

—Tienes razón —susurró Jaime—. Te ha encontrado.

—¿Puedo hablar con él? Si no quieres…

—Isabel —Jaime le apretó la mano—, es tu hijo. No puedo impedir que hables con él.

Carlota dormía en el asiento trasero. Jaime propuso dar una vuelta mientras ella hablaba con Álvaro.

Al acercarse, Isabel estudió su rostro. Diez años lo habían cambiado. Las arrugas, la calvicie incipiente… pero su mirada ya no ardía en odio.

—Hola —dijo ella primero.

—Te he buscado —respondió él—. Quería hablar. Y descubrí que no solo te casaste con Jaime, sino que tuviste una hija.

Su tono se endureció. Isabel comprendió que, pese a las apariencias, seguía siendo el mismo: egoísta, resentido.

—¿Viniste solo a reprocharme algo?

—Soy tu hijo —espetó él—. ¿No me invitas a tu hogar perfecto?

Isabel negó con la cabeza.

—No estás aquí para hablar. ¿Por qué regresas?

La última vez que se vieron, Álvaro, de veinte años, la culpó por divorciarse de su padre. La acusó de destruir la familia y la borró de su vida.

Ahora, una década después, volvía.

—Necesito dinero.

El asco la invadió. No sentía alegría, ni pena. Solo repulsión.

—Tú decidiste irte —respondió—. Nunca te obligué.

—Destruiste a nuestra familia, y ahora juegas a ser la madre perfecta —gruñó Álvaro—. ¿Qué te cuesta ayudarme?

Isabel lo miró fijo. En ese momento, era idéntico a su padre, el hombre que la había atormentado.

—Para ti, morí hace diez años —dijo fríamente—. Sigue siendo así. Vete y no vuelvas.

La rabia iluminó sus ojos.

—Te odio. Ojalá hubieras muerto tú, y no mi padre.

Un escalofrío recorrió su espalda.

—El pasado no se cambia —murmuró—. Vete.

Mientras lo veía alejarse, Isabel comprendió que no sentía nada. Como madre, tal vez ya estaba muerta.

**Lección aprendida:** A veces, el amor no vence al rencor. Y no importa cuánto tiempo pase, hay heridas que nunca cierran.

Rate article
MagistrUm
Todo por tu culpa.