Todo estaba planeado por mamá

—¡No me lo puedo creer! ¡Es que no me lo creo! —gritaba Lucía agitando las manos—. ¿Cómo has podido hacerme esto, mamá?

—Lucita, cálmate, por favor —intentó tranquilizarla Valentina, estirando el brazo hacia su hija, pero esta la esquivó—. Hablemos con calma.

—¿Calma? —la voz de Lucía alcanzó un tono agudo—. ¡Después de lo que has hecho! ¿Te das cuenta de que ahora soy el hazmerreír de toda la ciudad?

—No exageres. ¿Qué ciudad? No vivimos en el centro exactamente.

—¡Mamá! —Lucía se agarró la cabeza—. ¿Lo haces adrede o de verdad no lo entiendes?

Valentina se dejó caer pesadamente en el sofá. A sus sesenta y dos años, aún se consideraba lo suficientemente joven y enérgica como para ocuparse de la vida de su hija adulta. Pero por primera vez en mucho tiempo, se sintió vieja y agotada.

—Solo quería ayudarte —susurró—. Llevas meses enclaustrada, sin salir. Desde el divorcio te has vuelto un erizo.

—¡Eso es cosa mía! —estalló Lucía—. ¡Mía! Soy una mujer adulta, ¡tengo cuarenta y un años!

—Precisamente por eso me preocupo. El tiempo pasa, y tú…

—¿Y yo qué? ¿Que no le gusto a nadie? ¿Que soy un espantajo?

Valentina negó con la cabeza.

—Eres preciosa, cielo, lista como pocas. Pero te has vuelto demasiado orgullosa. Los hombres ni se atreven a acercarse.

Lucía paseó por la habitación, retorciendo el cinturón de su bata. El sol de la mañana bañaba el pequeño salón con una luz dorada, pero el ambiente en el piso estaba que ardía.

—Mamá, ¿cómo has podido poner un anuncio en el periódico? —dijo Lucía, exhausta—. Y encima, un anuncio así…

—¿Y qué tiene de malo lo que puse? —se ofendió Valentina—. Palabras totalmente normales.

—¿Normales? —Lucía sacó del bolsillo un periódico doblado y lo desplegó—. Escucha con atención: «Madre busca hombre serio para su hija, 41 años, guapa y hacendosa. Trabaja como contable, no fuma, no bebe, cocina de vicio. Contactar con la madre en el teléfono». ¡Con la madre, qué fuerte!

—¿Y qué? —Valentina no acababa de entender el problema.

—¿Qué? ¡No soy un jamón en una tienda! ¿Y por qué contactar contigo y no conmigo?

—Porque tú no habrías elegido a nadie. Le habrías puesto pegas a todos.

Lucía se dejó caer en el sillón frente a su madre y se tapó la cara con las manos.

—Mamá, me llaman a todas horas. ¿Te imaginas? Ayer un abuelo de setenta años preguntó si sé hacer paella y si me mudaría a su pueblo a cuidar tres cabras.

—Ese claramente no vale —asintió Valentina—. ¿Y los demás?

—¿Qué demás? —saltó Lucía—. ¡Mamá, esto es humillante! Como si yo no pudiera encontrar a un hombre sola.

—¿Y puedes?

La pregunta, en voz baja, dio en el blanco. Lucía guardó silencio, sabiendo que su madre tenía razón. Llevaba cuatro años divorciada de Víctor y no había conocido a nadie que le interesara mínimamente.

—Eso no significa que haya que buscar por el periódico, como en los noventa —refunfuñó.

—¿Entonces cómo? ¿Por Internet? Pero si tú no entiendes de eso.

—Aprendería.

—Sí, claro. Igual que aprendiste en cuatro años.

Valentina se levantó y fue hacia la cocina.

—¿Quieres té? —gritó—. ¿O mejor un poco de tila?

—No te burles, mamá —Lucía la siguió.

En la cocina olía a bollos recién horneados. Valentina siempre cocinaba cuando estaba nerviosa. Hoy había empanadas, torrijas y galletas.

—¿Otra vez te has pasado la noche horneando? —preguntó Lucía, sonriendo a pesar de todo.

—No podía dormir —reconoció su madre—. Pensaba en cómo hablar contigo.

—Habría sido mejor pensarlo antes de poner el anuncio.

Valentina puso el hervidor en el fuego y sacó dos tazas del armario.

—Lucita, mira la situación. Trabajas rodeada de mujeres, ni un hombre a la vista. En casa, encerrada con libros y series. Vas al supermercado en chándal y con el pelo hecho un desastre.

—¡Voy normal!

—Para casa, sí. ¿Pero para llamar la atención? ¿Cuándo fue la última vez que te pusiste un vestido?

Lucía lo pensó. Era verdad: desde el divorcio, se había olvidado de su lado femenino. Vaqueros, jerséis, zapatillas… Ese era todo su guardarropa.

—No es excusa para poner anuncios —repitió, testaruda.

—¿Y cuál es la excusa? ¿Quedarte sentada esperando a que el príncipe azul llame a la puerta?

El hervidor silbó. Valentina preparó el té y puso una bandeja de galletas en la mesa.

—Mamá, ¿cuántas llamadas te han hecho? —preguntó Lucía, cautelosa.

—Muchas. Las apunté en una libreta. ¿Quieres ver?

Rebuscó en el cajón y sacó un cuaderno de colegiala a cuadros. En la portada, con letra infantil, ponía: «Novios para Lucía».

—¿En serio? —bufó Lucía—. Parece de primaria.

—Pero está todo ordenado. Mira, este Miguel parecía correcto. Cuarenta y cinco años, ingeniero, divorciado, sin hijos. Voz agradable, educado.

Lucía cogió el cuaderno y hojeó algunas páginas. Valentina había anotado con esmero nombres, edades, profesiones y breves descripciones de los hombres.

—Mamá, ¿hablaste con todos?

—Claro. ¿Crees que le daría mi hija al primero que llamara? Les pregunté de todo: trabajo, sueldo, si tenían casa propia.

—Vaya interrogatorio —susurró Lucía, irónica.

—Pues sí. Hay que saber con quién se trata.

Mientras leía las notas, Lucía no pudo evitar sonreír. Valentina se lo había tomado muy en serio. Algunos nombres tenían anotaciones como «bebe», «vive con su madre», «busca criada», «casado, miente».

—¿Y este Antonio por qué está tachado?

—Porque empezó a hablar de intimidad en la primera llamada. Le dije que mi hija era una señorita decente, y se puso grosero.

—Ah. ¿Y este Sergio?

—Parece bien. Cuarenta y tres años, aparece en obra, tiene piso propio. Viudo, hija adulta ya independizada.

Lucía dejó el cuaderno y miró fijamente a su madre.

—Mamá, ¿de verdad crees que así se puede encontrar a alguien decente?

—¿Por qué no? Antes existían las celestinas. Los padres casaban a sus hijos, y vivían felices.

—Eso era antes. Ahora los tiempos han cambiado.

—Los tiempos cambian, pero la gente no. Todos quieren amor, familia, compañía.

Sonó el teléfono. Valentina lo cogió al vuelo.

—¿Dígame? Sí, es por el anuncio… ¿Cuántos años tiene? ¿Treinta y ocho? ¿Y en qué trabaja? Ya veo… ¿Ha estado casado? Divorciado… ¿Tiene hijos? No… ¿Y por qué no tiene, si se puede saber?

Lucía puso los ojos en blanco y se fue a su habitación. Su madre podAl final, Lucía y Sergio terminaron casándose, y Valentina nunca dejó de presumir de que había sido su anuncio en el periódico el que había unido a los dos.

Rate article
MagistrUm
Todo estaba planeado por mamá