Toda la podredumbre del hombre se muestra justo cuando la mujer empieza a depender de él. De repente ya no tiene sentido fingir, se vuelve su “única salida” y sabe que ella no se irá a ningún lado. ¿Para qué ser atento si ella se quedará de todas formas? ¿Para qué respetarla si ya está atrapada? En ese momento saca su verdadera cara: el silencio, el frío, la desvalorización, “eso es cosa de tu imaginación”. El poder sobre una mujer dependiente corrompe incluso al chico más tierno.
Por eso es vital recordar que siempre debes tener tu propio dinero, tu propio “a dónde ir” y “con qué vivir”. Tu apoyo no tiene que ser él, sino tú misma. Puedes amar, puedes construir una pareja, puedes estar al lado de alguien, pero solo si eres capaz de vivir sin él. De lo contrario no es amor, es miedo, y el miedo nunca será un cimiento firme.
Una unión auténtica solo puede existir entre dos personas autosuficientes y completas. No entre un hombre y una mujer que no tiene su propio rincón, su propia hoja de ruta ni su propio capital. Porque si no tienes salida, no eliges, simplemente sobrevives. Y la mujer que sobrevive junto al hombre ya no habla de amor, sino de necesidad.
Bono
Mi vecina, Doña Carmen, siempre se consideró “para el marido”. Era bonita, amable y recatada; dejó su trabajo cuando nacieron los niños porque “él dijo que era lo correcto”. Todas las finanzas estaban en sus manos. Vivía como si tuviera abundancia: un piso en el centro de Valencia, vacaciones una vez al año, pero pedía dinero para un vestido nuevo como una niña por un helado.
Cuando los hijos crecieron y se marcharon, el marido cambió: miradas frías, quejas constantes, distancia. Un día simplemente empacó sus cosas y se fue con una mujer más joven. Carmen quedó sola, sin empleo, sin ahorros y sin confianza.
Los primeros meses fueron los más duros: ¿cómo pagar la luz, el agua, el gas? ¿Con qué vivir? ¿Qué hacer después? Fue entonces cuando, por primera vez, tomó las riendas de su vida. Empezó a trabajar, primero en una tienda, después en contabilidad. Aprendió de nuevo, contaba cada céntimo por la noche y durante el día trataba de no mostrar a sus hijos lo difícil que era.
Pasaron varios años. Hoy Doña Carmen tiene su propio pequeño negocio: hornea tartas por encargo. Y ¿sabe lo que dice?
— Si él no se hubiera ido, nunca habría descubierto lo fuerte que soy.
Esta historia me enseñó una sola cosa: la dependencia siempre se vuelve una trampa. Y la libertad, aunque duela, siempre se convierte en fuerza. Solo cuando la mujer puede ponerse de pie por sí misma podrá elegir el amor y no la mera supervivencia.