El tío Paco, camino a la finca de su socio de negocios con su prometida para una barbacoa en honor al Día de la Mujer, hizo una parada en el supermercado. Había planeado celebrar en un restaurante, pero Lucía, su novia, lo convenció de que la excursión sería más provechosa. Allí conocerían gente influyente, algo que ella anhelaba, siendo la prometida del director de un gran holding.
El regalo para Lucía lo tenía preparado: un collar elegante, cuidadosamente envuelto y guardado en el asiento trasero del coche. En el supermercado, decidió comprar una botella de coñac y, de paso, añadir un ramo de flores y una tableta de chocolate, sabiendo que a Lucía le encantaban los dulces, aunque siempre luciera impecable.
Al acercarse a la estantería de chocolates, se sorprendió: casi vacía. Normal, era el 8 de marzo. Solo quedaban tabletas baratas, que Lucía ni miraría. En un rincón, en el estante más alto, vio la última tableta de chocolate gourmet, justo el que a ella le gustaba. Al tomarla, sintió un tirón en la manga. Al volverse, vio a un niño de unos ocho años, con la nariz roja y la voz temblorosa.
¡Señor, por favor, déme ese chocolate! Quiero regalárselo a mi mamá, hoy es su día.
¿Por qué no coges otro? preguntó Paco, señalando los demás.
Mamá lo vio en un anuncio susurró el niño. Nunca lo ha probado.
Paco dudó, luego se encogió de hombros y le entregó el chocolate. Lucía no lo necesitaba; estaba acostumbrada a lo mejor. Para el niño, ese regalo significaba mucho.
Toma dijo. ¡Feliz día!
El niño, radiante de felicidad, agarró el chocolate y corrió a la caja, sin olvidar dar las gracias.
Paco lo siguió. En la caja, vio cómo el niño vaciaba un puñado de monedas: céntimos, algunos euros sueltos. Pidió tímidamente a la cajera:
Señorita, ¿me alcanza?
Ella miró las monedas con desdén.
Ni la mitad. Guarda eso y deja el chocolate.
Pero lo necesito la voz del niño se quebró. ¡Por favor, cuéntelo bien!
¡Ya te dije que no! ¡Lárgate o llamo a seguridad! espetó la cajera.
¡Espere! intervino Paco, sonriendo cortésmente. Feliz día. El niño quiere comprar el chocolate. Déjele.
Sacó su tarjeta, pagó y, guiñándole un ojo al niño, dijo:
Guarda tus monedas. Te servirán más adelante.
El niño, confundido, recogió las monedas y, metiendo el chocolate en el bolsillo, se las tendió a Paco:
Tómelas Debo pagarle.
No me debes nada respondió Paco, dándole una palmadita. Es un regalo.
Al salir, el niño lo siguió.
Señor ¡Yo quería regalárselo a mamá! ¿Ahora el regalo es suyo?
Paco se detuvo y lo miró.
¿Cómo te llamas?
Javi contestó el niño. Primero ahorré para las medicinas de mamá. Recogía monedas, las vecinas me daban algo cuando les compraba pan. Pero la abuela Carmen dijo que nunca tendría suficiente. Entonces decidí que al menos habría un día feliz. Las medicinas las compraré después, cuando trabaje.
Paco, conmovido, asintió.
Valiente. Yo soy el tío Paco. Dime, Javi, ¿qué medicinas necesita tu mamá?
No sé se encogió de hombros. Los doctores dicen que son carísimas. Mamá dice que si no la hubieran despedido, no se habría enfermado. Ahora llora mucho. Creo que el chocolate la animará.
¿Por qué la despidieron?
Dice que «le pisó los talones a alguien». Luego solo pudo vender verduras en el mercado. Un día se mojó bajo la lluvia, se resfrió y así empezó todo.
Escucha, Javi dijo Paco. ¿Por qué no voy a felicitar a tu mamá yo mismo? Averiguaré qué necesita y quizá pueda ayudar.
¿En serio? los ojos del niño brillaron. Vivimos cerca, a la vuelta.
Paco dejó sus compras en el maletero, tomó las flores destinadas a Lucía y siguió a Javi.
El piso olía a silencio y cansancio. Estaba limpio, acogedor, pero faltaba el calor de un hogar feliz.
¿Hijo, dónde estabas? sonó una voz femenina. Paco se quedó helado. La conocía.
Vine con el señor dijo Javi. Es bueno. Quiere ayudar.
¿Qué señor? preguntó la mujer, alarmada.
Un minuto después, Paco entró con el ramo.
Feliz día dijo, pero se paralizó al verla. ¿Tú?
¿Paco Martínez? la mujer, sentada en el sofá, intentó levantarse sin éxito. No puedo caminar bien me cuesta respirar.
¿Isabel Ruiz? ¿Qué te pasó?
Se acercó, se sentó a su lado.
No pensé que llegaría a esto. Un resfriado fuerte, luego problemas pulmonares. ¿Y tú qué haces aquí?
Casualidad respondió. Pero ¿cómo terminaste sin trabajo? Me dijeron que renunciaste voluntariamente, sin aviso, por una mejor oferta.
Isabel sonrió amargamente.
¿Lucía Mendoza te dijo eso? Ella me despidió. Sin aviso. Y envió malas referencias a todas partes. Nadie me contrata.
Paco se levantó, se sentó de nuevo, frotándose las sienes.
¿Por qué? ¿Por qué no me lo contaste?
¿Y qué iba a decirte? susurró, cerrando los ojos. ¿Creerías a tu prometida? Ella amenazó con inculparme por un faltante si te decía algo.
¿Es cierto lo de Lucía? Paco no podía creerlo.
¿Ves? Ni tú mismo lo crees.
No, es que no lo entiendo. Dijo que pediste irte Nunca lo sospeché. Pero eso ya no importa reaccionó. Dime, ¿qué medicinas necesitas? ¿Se consiguen en farmacias normales?
No, solo en la capital. Y cuestan una fortuna.
Dime los nombres ordenó Paco, con firmeza.
Ahí, en la mesa señaló débilmente. La receta.
Paco la tomó, llamó de inmediato y pidió las medicinas con entrega urgente.
Las tendrás esta noche, Isabel. Espero que te mejores. Si necesitas algo más, llámame. Le dio su número a Javi. Si pasa algo, me avisas, ¿vale?
El niño asintió. Isabel, emocionada, agradeció a su exjefe.
No me des las gracias la interrumpió él. Cuando te recuperes, vuelves al trabajo. Y desde hoy, Lucía no tendrá nada que ver con mi empresa. No te preocupes.
Pero no quiero problemas por mi culpa objetó ella.
No los habrá cortó él. Debo irme. Volveré esta noche, si me lo permites.
Al salir, su mirada cayó en una foto enmarcada en la cómoda. La tomó y, con voz queda, preguntó:
¿De dónde sacaste esta foto mía, Isabel?
Es mi foto también respondió ella.
No entiendo Paco frunció el ceño. ¿Entonces es