**Tengo derecho a amar**
“¿Por qué no me entienden los míos?” pensaba Carmen estos días, aunque ahora se sentía verdaderamente feliz. En lugar de alegrarse por ella, murmuraban a sus espaldas y contaban tonterías a los conocidos.
Carmen tenía cincuenta y cuatro años, una mujer atractiva, trabajaba en una gran empresa donde la respetaban por su experiencia. Ayudaba a los jóvenes y era una persona amable. Su vida no había sido fácil desde el principio. Su primer matrimonio fue un fracaso. Su madre intentó disuadirla:
“Hija, escucha mi consejo, no te cases con Rafa. No será un buen marido. Mira a su padre, nunca está en casa. Todos en el barrio lo saben. A veces desaparecía días enteros, y su madre salía a buscarlo por toda la ciudad. Y cuando volvía, le gritaba delante de todos, humillándola.”
“Mamá, son solo chismes,” defendía Carmen. “Rafa no es su padre. Él es diferente. Somos felices juntos.”
“Tienes tiempo, no te apresures.”
“No lo tengo,” susurró Carmen, mirando por la ventana.
“Dios mío, ¿estás embarazada?” la madre se llevó las manos a la cabeza.
“Sí. Por eso nos casamos.”
La boda fue modesta. Carmen dio a luz a su hijo Javier. Rafa no soportaba a su suegra. Las discusiones eran constantes.
“¿Por qué tu madre hace tanto ruido por la mañana? ¡Es domingo!”
“Porque sabe que llegas con hambre. Se preocupa por nosotros.”
“Javier no duerme, tu madre no para, mi padre grita borracho… ¿Así va a ser mi vida?”
“¿Y qué esperabas?”
“Quiero paz,” gruñó.
Pronto, Rafa empezó a llegar tarde.
“¿Dónde estás hasta esta hora?”
“Trabajando. A veces salgo con los colegas.”
A los tres años de matrimonio, Carmen descubrió que tenía una amante. Lo echó de casa y se divorció.
“Ni siquiera aguantó tres años sin engañarme,” lloraba.
“Te lo dije,” suspiró su madre.
“¡Basta! No necesito tus sermones,” cortó Carmen.
Pasaron diez años. Su madre cuidó de Javier mientras ella trabajaba. No confiaba en ningún hombre.
Hasta que un día, en una fiesta, conoció a Antonio. Cincuenta y ocho años, arquitecto, viudo. Elegante, culto, amable. Le propuso matrimonio.
Carmen se lo presentó a Javier, ya adulto.
“Me parece bien, mamá,” dijo él.
Pero su nuera, Lucía, estalló:
“¿A su edad? ¡Qué vergüenza! ¿Amor a los cincuenta?”
“Tengo derecho a ser feliz,” respondió Carmen con calma. “No soy una anciana. Cuando tengas mi edad, entenderás.”
Lucía se negó a asistir a la boda. Pero Javier llegó con flores.
Carmen no se arrepintió. Con Antonio, recordó lo que era el amor. Y nadie le quitaría eso.