Tengo 58 años y vivo sola, pero no me siento sola. Mi matrimonio terminó hace mucho tiempo y, desde entonces, he aprendido a valorar mi libertad e independencia. Solo tengo un hijo, Javier, que tiene treinta años. Somos muy unidos, y eso llena mi vida de alegría. Hace poco, Javier se casó, pero nuestra relación sigue siendo igual de cálida y sincera. Hablamos mucho por teléfono, nos reímos y recordamos el pasado. Su mujer, Lucía, es una chica maravillosa, amable, de buen corazón. Me alegro de que mi hijo haya elegido a una compañera así.
Vivo en una casa pequeña pero acogedora en las afueras de Sevilla. Es un lugar tranquilo, con un pequeño jardín donde me encanta trabajar. Cultivo flores y algunas verduras, un pasatiempo que me relaja y me hace feliz. Los vecinos son simpáticos y cercanos; a menudo nos tomamos un café juntos y compartimos novedades. A veces bromeo diciendo que mi vida es como una telenovela: siempre hay algo que contar.
Antes trabajaba como contable, pero ahora estoy jubilada y eso me ha dado más tiempo para mí. Me gusta leer, especialmente novelas policiacas y románticas. También veo películas antiguas que me transportan a mi juventud. Y me encanta tejer: calcetines, bufandas, incluso jerséis para Javier y Lucía. Se ríen diciendo que los “inundo” con regalos, pero sé que les gusta.
Claro que a veces me invade la nostalgia por el pasado. La juventud, el primer amor, los sueños compartidos con mi marido… todo eso queda en la memoria. Pero no me dejo llevar por la tristeza. La vida me ha enseñado a ser fuerte. El divorcio fue duro, pero no me arrepiento: me dio libertad y la oportunidad de ser yo misma. Ahora vivo con la sensación de que cada día es una nueva oportunidad. Hace poco me apunté a clases de inglés. Quiero viajar, quizá incluso salir de España. Javier apoya la idea y dice que todavía le gano a muchas mujeres más jóvenes.
Mi hijo es mi orgullo. Es ingeniero, responsable y decidido. Siempre he intentado ser no solo su madre, sino también su amiga. Lo compartimos todo: él me habla de su trabajo y sus planes, y yo le cuento mis pequeños días y alegrías. Su boda fue un momento especial para mí. Estaba nerviosa, pero todo fue perfecto: risas, baile, felicidad. Lucía se ha integrado en la familia rápidamente, y agradezco el cariño con el que me trata.
A veces pienso en el futuro. Claro que sueño con nietos, pero no quiero apresurar a Javier y Lucía; tienen tiempo por delante. Mientras tanto, vivo mi vida y disfruto cada día. A mi edad, he entendido que la felicidad no está en lo grandioso, sino en los detalles: la sonrisa de mi hijo, una buena conversación, una flor que florece en el jardín. No estoy sola, porque mi corazón está lleno de amor y afecto.
La vida es un viaje, y agradezco cada etapa. Aún quedan muchas aventuras por vivir, y estoy preparada. Quizá adopte un perro; Javier dice que necesito “compañía”. Quién sabe, tal vez ese sea mi próximo paso. Por ahora, disfruto de lo que tengo y le doy las gracias a la vida por mi hijo, por nuestro vínculo y por cada pequeña alegría que trae el nuevo día.