Temo revelar a mi hijo la verdad sobre su esposa por miedo a perder nuestra relación

**Mi diario:**

A veces la vida nos coloca frente a decisiones que pueden romper o unir a una familia. Estoy atrapada en ese dilema. Llevo semanas torturándome: ¿debería decirle a mi hijo lo que veo con mis propios ojos o callarme, temiendo no solo destrozar sus ilusiones, sino también nuestra relación?

Mi hijo, Adrián López, es trabajador, honesto, de principios firmes. Se mata trabajando de sol a sol y llega a casa exhausto. Pero su esposa, Lucía Mendoza… No sé cómo decirlo sin sonar grosera. Desde hace un mes, un tipo descarado en un todoterreno plateado la trae a casa cada noche. No es algo ocasional, sino rutinario, como si tuvieran un horario fijo.

Al principio pensé: quizá es un favor, un compañero de trabajo que vive cerca. Pero es demasiado sospechoso. Una o dos veces, vale. Pero cuando día tras día te baja de un coche, se quedan hablando dentro y luego sube a casa sin prisas… eso ya es otra cosa.

No aguanté más y le pregunté directamente. Le dije que los vecinos murmuran, que está manchando el apellido de la familia. Ella, sin inmutarse, me espetó que no era asunto mío, que era un compañero del trabajo y solo hablaban de proyectos. ¿Proyectos en un coche aparcado, de noche? Qué casualidad. Y, por supuesto, nunca faltan los abrazos de despedida.

Cuando Adrián llegó esa noche, esperé que, como hombre y como marido, al menos sospechara algo. Pero en lugar de eso, me gritó, diciendo que había ofendido a Lucía, que ella ni siquiera podía comer del «estrés» que le causé. Intenté insinuarle que todo el vecindario comenta los viajes de su esposa. Él respondió que «no hay nada malo en eso», que confía en ella y que debo respetar su elección. Incluso exigió que me disculpara.

No lo hice. Pero desde entonces, no paro de darle vueltas. No sé si Adrián realmente no ve lo que pasa o si finge no verlo para salvar su matrimonio. ¿O será que yo estoy exagerando? ¿Que me estoy obsesionando?

Hablé con mis amigas del barrio. Todas están de acuerdo conmigo: no existen «compañeros de trabajo» que lleven a una mujer casada todos los días, además quedándose dentro del coche. Estamos seguras de que no es inocente.

Carmen, una de ellas, me dijo: «Dile la verdad a tu hijo. Que abra los ojos». Pero ahí está el problema. Si hablo, puede que lo tome como una traición. Que perdone a su esposa y me borre de su vida. Quedaré como «la entrometida».

Pero tampoco puedo seguir callada. Él lo ha dado todo por ella. Trabaja como un burro, mientras ella, al parecer, se aprovecha de su confianza. Y aquí estoy, entre la verdad y el miedo a perderlo. No sé qué da más miedo: la realidad o las consecuencias de revelarla.

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