Te has vuelto tan fea que seguro que tendrás una hija solía decirme mi suegra.
Cuando otros comentaban que no se llevaban bien con la familia de sus maridos, yo no lo entendía. Con mis suegros todo iba bien, pero probablemente porque, apenas casados, nos mudamos a 200 kilómetros de distancia.
Ni siquiera tuve tiempo de conocer bien a mi nueva “madre”. Después de la boda, pasamos una semana en su piso, y entonces todo parecía ir bien. Luego nos trasladamos, ya que mi marido, Antonio, trabaja en el ejército.
Allí vivimos diez años. Hasta que lo destinaron de vuelta a su tierra. La noticia no me hizo ninguna gracia: ya estaba arraigada allí, nos habían dado un buen piso, y además estaba esperando nuestro tercer hijo. Pero no había opción.
Di a luz en su ciudad natal. Un año después, volví a quedarme embarazada. No estaba planeado, no me sentía preparada, pero siempre quisimos una familia numerosa, así que no lo dudamos. Durante el embarazo, mi “madre” vino a “ayudarme”. Visitaba de vez en cuando, pero en lugar de echarme una mano, se sentaba, tomaba té y me daba consejos.
Pasaba por alto sus comentarios sobre la limpieza y las tareas del hogar. Pero cuando empezó a opinar sobre la crianza de los niños, me herví la sangre. Me incomodaba que una mujer que apenas me conocía, que no me había visto en diez años y que solo conocía a sus nietos por fotos, me dijera cómo hacer las cosas.
Y luego, cuando ya estaba de ocho meses, soltó:
¡Seguro que será niña!
Nosotros queríamos una niña, después de tres varones. Le pregunté con una sonrisa:
¿Por qué lo dices?
Te has puesto vieja, hinchada, la cara como un globo. La niña te ha robado lo poco que te quedaba de guapa.
Gracias, claro En todos mis embarazos he estado así.
No en todos.
¿Y cómo lo sabes? Solo me has visto en fotos.
No me contradigas. Yo tuve un hijo y seguí preciosa, todos decían que irradiaba luz. Tú das miedo, pareces un tonel. Hasta los pies se te han hinchado tanto que no te caben en las zapatillas.
No dije nada. No le expliqué que no era cuestión del sexo del bebé, sino de mis 39 años. Ella tuvo a mi marido con 19, cuando cualquiera es un primor. Repetía a menudo que yo era fea. Antonio puso fin a esos comentarios. Y, por cierto, nació otro niño pero aprendí que la belleza no se mide en espejos ajenos, sino en la paz que llevamos dentro.






