-Lo siento, pero estamos alquilando este piso – sonrió confusa la chica.
-¡No es para ti! – repitió por enésima vez Julia Montoya. -¡Algún día lo entenderás por ti misma!
-Mamá, no te preocupes, si crees que ese momento llegará, – se rió Ana.
Por supuesto, a la chica le irritaba muchísimo que su madre se pusiera en su contra debido a su relación con Pedro, pero no tenía intención de dejar al chico solo porque a su madre no le agradara.
De hecho, a Ana le gustaba desafiar a Julia Montoya y recalcar que con Pedro todo iba bien.
-¿A dónde vas? – preguntó severa su madre al ver que su hija recogía sus cosas.
-Pedro y yo hemos decidido alquilar un piso – anunció feliz Ana.
-¿Con qué dinero? ¡Él no solo es un vago, sino un pobre!, – bufó Julia Montoya.
-Mamá, Pedro y yo pagaremos a medias. ¡No te olvides de que ambos trabajamos!
-¿Dónde trabaja? Recuérdamelo, ¿en alguna fábrica? – sonrió con desconfianza la mujer.
-¡No es necesario trabajar en una fábrica para ganar dinero! Tus ideas sobre la vida moderna están equivocadas. Pedro trabaja desde casa.
-¡Todo lo que dice tu Pedro es mentira! – protestó indignada Julia Montoya. -¡Solo tú trabajas! ¡Tiene cara de estafador!
-¡Basta de insultarlo, mamá! – exclamó Ana con furia. -Ya está, adiós, te llamaré.
La chica salió con sus cosas, sin querer seguir con la conversación que la tenía harta por las sospechas de su madre.
Esa misma tarde, Ana y Pedro alquilaron un pequeño piso de una habitación que el chico había encontrado a través de unos amigos, y se mudaron.
Durante el día, Ana estudiaba en el instituto de educación, y por las noches trabajaba limpiando en dos tiendas.
Pedro trabajaba desde casa. Ana nunca se metía mucho en lo que hacía.
Lo importante es que ganaba dinero y podían pagar la renta y la comida entre ambos.
Parecía que todo iba bien en su relación. Lo único que inquietaba a Ana era que él no la presentaba a sus amigos.
Ana intentó hablar con él varias veces sobre eso, pero Pedro siempre lo tomaba a broma, aunque sugirió que invitara a sus amigas a casa.
-¿Cómo celebraremos tu cumpleaños? – preguntó la chica después de tres meses.
-No quiero celebrarlo – dijo Pedro frunciendo el ceño.
-Pedro, ¡cumples veinticinco! ¡Es un cumpleaños especial! Hay que celebrarlo – insistía Ana.
-No hay dinero para ir a un bar…
-¡Invita a tus amigos aquí! Yo prepararé todo, será más barato. Vamos, Pedro – suplicaba Ana, y finalmente él accedió.
El día señalado, Ana pasó todo el día cocinando, tanto que al caer la noche sus piernas ya no respondían.
Picó ensaladas, frió albóndigas y asó pollo. Pedro no la ayudó en nada.
A las siete de la tarde llegaron los amigos del cumpleañero. Eran más de los esperados.
Eran muy ruidosos y Ana se cansó rápidamente. Alegando estar ocupada, salió al balcón.
Pero no pudo disfrutar de la tranquilidad. Unos minutos después se le unió Lara, una amiga de Pedro.
-Tienes suerte, Ana, te conseguiste a un chico con piso – comentó la amiga con envidia. -¿Lo sabías de antemano?
-¿Con piso? ¿Pedro tiene un piso? – se sorprendió la chica.
-¡Claro que sí! – respondió incrédula Lara. – Es donde viven ustedes.
-¿Cómo? – Ana parpadeó nerviosa. -Te equivocas, lo estamos alquilando.
-No es posible que lo estén alquilando, ese piso lo heredó Pedro de su abuela paterna, he estado aquí cien veces, y lleva viviendo años en él – replicó la chica.
Ana no apartaba la mirada de Lara, intentando asimilar la información que acababa de recibir.
-¿No lo sabías? – exclamó la chica. -¿No te lo dijo? Probablemente quería ver si eres interesada.
Lara se rió a carcajadas, parecía que lo hacía a propósito para ridiculizar a Ana.
-Pedro, – la chica se acercó al chico que bebía cerveza con sus amigos, – ¡necesitamos hablar!
-Luego. Los chicos están contando un chiste buenísimo – Pedro la ignoró como si fuera una mosca molesta.
-¡No, hablamos ahora! – insistió la chica.
-Pues dilo frente a todos – murmuró el chico, bebiendo de una lata.
-¿Por qué no me dijiste que tenías un piso? – Ana se puso en jarras amenazadoramente.
-No tengo nada – sonrió fingido Pedro.
-¿Y el piso? ¿De quién es?
-¿Sí, de quién? – surgió Lara detrás de Ana. -¡Es tuyo! ¡Todos los amigos lo confirmarán!
-¡Claro! – empezaron a gritar desaforadamente los amigos.
-¿Me mentiste? Espera, ¿a quién hemos estado pagando el alquiler? ¿A ti? – se quedó perpleja la chica.
Pedro sonrió tontamente y empezó a reír nerviosamente. Comprendió que Ana había descubierto su mentira.
Durante los tres meses que habían vivido en el piso, el dinero del alquiler iba a parar a los bolsillos del chico.
Pedro mismo gestionó la supuesta renta del piso. Ana nunca envió dinero al propietario ni lo conoció.
Ahora se destapó la verdad desagradable de que los mil euros que Ana entregaba al chico acababan en su bolsillo.
-¡Qué canalla eres, Pedro! – con lágrimas en los ojos dijo la chica y comenzó a recoger sus cosas.
No quería vivir más con un mentiroso. Sus mentiras y ansia de dinero rompieron todo lo bueno que había entre ellos. Esa misma noche Ana volvió a casa de su madre.
-Mamá, tenías razón – dijo con voz quebrada la chica y contó a su madre cómo Pedro la había engañado durante meses.
Después de aquel suceso, Ana y su ex pareja no volvieron a cruzarse. Sin embargo, le llegaron rumores de que Pedro y Lara se habían mudado juntos.