– Te equivocas, este piso lo alquilamos nosotros, – sonrió nerviosa la chica.
– ¡Él no es para ti! – repitió por centésima vez Carmen. – ¡Algún día lo entenderás por ti misma!
– Mamá, no te preocupes, si crees que ese momento llegará, – respondió con una risa Clara.
Por supuesto, a Clara le molestaba mucho que su madre se pusiera así por su relación con Javier, pero no tenía intención de dejar a su novio, solo porque su madre quería.
De hecho, Clara disfrutaba molestando a Carmen y señalarle que todo iba bien con Javier.
– ¿A dónde vas? – preguntó la mujer con severidad al ver cómo su hija recogía sus cosas.
– Javier y yo hemos decidido alquilar un piso, – comentó feliz Clara.
– ¿Con qué dinero? Si no sólo es un vago, también está sin blanca, – refunfuñó Carmen.
– Mamá, Javier y yo compartiremos el alquiler. Si no lo recuerdas, ¡ambos trabajamos!
– Recuérdame dónde trabaja, ¿eh? – sonrió irónicamente Carmen. – ¿En qué fábrica?
– ¿Por qué siempre tiene que ser en una fábrica para ganar dinero? Tienes ideas equivocadas de la vida moderna. Javier trabaja desde casa.
– ¡Miente ese Javier! – exclama Carmen indignada. – Sólo trabajas tú. ¡Se le nota en la cara que es un estafador!
– ¡Mamá, basta ya de hablar mal de él! – dijo Clara enojada. – Me voy, luego te llamo.
La chica salió con sus cosas sin querer seguir conversando con su madre, que la había cansado con sus sospechas.
Esa misma noche Clara y Javier alquilaron un apartamento de una habitación que él encontró a través de conocidos, y empezaron a vivir juntos.
Durante el día, la chica estudiaba en un colegio de educación superior y por las noches trabajaba como limpiadora en dos tiendas.
Javier trabajaba exclusivamente desde casa. Clara no se metía mucho en lo que él hacía.
Lo importante era que Javier ganaba dinero y juntos pagaban a medias el alquiler del piso y la comida.
Parecía que todo iba bien en la relación de pareja. La única cosa que preocupaba a Clara era que él no la presentaba a sus amigos.
Clara intentó hablar de esto un par de veces, pero Javier siempre se lo tomaba a broma. En cambio, le sugirió que invitara a sus amigas.
– ¿Cómo vamos a celebrar tu cumpleaños? – preguntó la chica tres meses después.
– No quiero celebrar nada, – dijo con mala cara el chico.
– Javier, ¡cumples veinticinco años! ¡Es un aniversario! Hay que celebrarlo, – insistía Clara.
– No hay dinero para ir a un bar…
– ¡Invita a tus amigos a casa! Yo prepararé todo, saldrá más barato. Anda, por favor, – rogó Clara, y finalmente el chico cedió.
El día señalado, Clara pasó todo el día en la cocina, así que para la tarde ya no sentía las piernas.
Cortaba ensaladas, freía albóndigas y horneaba pollo. Javier no la ayudó en nada.
A las siete de la tarde llegaron los amigos del homenajeado. Eran más de los que había anunciado.
Eran muy ruidosos y Clara se cansó rápidamente de ellos. Alegando estar ocupada, salió al balcón.
Sin embargo, no pudo disfrutar de la tranquilidad. Al cabo de unos minutos, se unió Nika, una amiga de Javier.
– Qué suerte tienes, Clara, te has agenciado un chico con piso, – soltó con envidia la amiga. – ¿Lo sabías de antemano?
– ¿Con un piso? ¿Javier tiene un piso? – se sorprendió la chica.
– Claro que sí, – rió Nika con sorpresa. – ¡Vivís en él!
– ¿Cómo? – Clara parpadeó nerviosa. – Te equivocas, lo alquilamos.
– No podéis alquilarlo, porque ese piso lo heredó Javier de su abuela paterna, he estado aquí un montón de veces, y él vive aquí desde hace cinco años, – relpió la chica.
Clara no podía apartar la vista de Nika, intentando asimilar la información que acababa de recibir.
– ¿No lo sabías? – exclamó la chica. – ¿No te lo dijo? Tal vez quería ver si te iban los dineros.
Nika estalló en una risa estruendosa. Parecía hacerlo a propósito, para burlarse de Clara.
– Javier, – se acercó Clara al chico, que estaba bebiendo cerveza con sus amigos, – ¡necesitamos hablar!
– Luego hablamos. Los chicos cuentan un chiste buenísimo, – Javier hizo ademán de quitarse de encima a Clara como si fuera una mosca molesta.
– No, ¡vamos a hablar ahora mismo! – insistió Clara.
– Entonces habla delante de todos, – masculló Javier dando un sorbo de su lata.
– ¿Por qué no me dijiste que tienes un piso? – Clara le miró desafiante con las manos en las caderas.
– No tengo nada, – sonrió falsamente Javier.
– ¿Y este apartamento? ¿De quién es?
– ¿De quién? – Nika surgió detrás de Clara. – ¡Tuyo! ¡Todos tus amigos lo saben!
– Sí, claro que sí, – empezaron a gritar todos a coro.
– ¿Entonces me mentías? Espera, ¿a quién hemos estado pagando alquiler? – se sorprendió la chica. – ¿A ti?
Javier sonrió estúpidamente y soltó una risita nerviosa. Entendió que Clara lo había pillado mintiendo.
De hecho, durante los tres meses que la pareja había vivido en el apartamento, el alquiler que Clara pagaba iba directo al bolsillo de Javier.
Él mismo alquiló el piso. La chica nunca envió el dinero al propietario ni lo conoció jamás.
Ahora quedó al descubierto la miserable verdad de que los diez mil euros que Clara le daba se los embolsaba él.
– ¡Qué canalla eres, Javier! – dijo la chica con lágrimas en los ojos y empezó a recoger sus cosas.
No quería vivir más con un mentiroso. Sus mentiras y avaricia arruinaron toda la relación. Esa misma noche Clara volvió a casa de su madre.
– Mamá, tenías razón, – dijo la chica con desconsuelo y narró a su madre cómo Javier la había engañado durante meses.
Después de ese incidente, Clara y su ex novio no volvieron a verse. Sin embargo, escuchó rumores de que Javier y Nika se habían ido a vivir juntos.