Tarjeta de felicitación olvidada

¡Ay, qué historia más intensa! Verás, todo empezó cuando Ana Isabel volvió a casa en Madrid con el ánimo por los suelos.

“¡Hola, cariño! ¿Vas a cenar algo?” le dijo Paco, su marido, con una sonrisa en el recibidor.
“¿Tú has cocinado? Pero si nunca te acercas a la cocina”, respondió ella, sorprendida.
“Pues claro, hoy es tu cumpleaños. No podía dejar que te pusieras a cocinar en un día así”, contestó él, todo orgulloso.

Ana Isabel se sentó en el banquillo del pasillo y, de repente, se echó a llorar.
“Cariño, ¿qué te pasa?” preguntó Paco, asustado.
“Ella no me ha felicitado… Ni siquiera me ha dicho nada…”, susurró entre lágrimas.
“¿Quién? ¿De quién hablas?” No entendía nada. No podía creer que su mujer estuviera así en un día que se suponía feliz.

Desde por la mañana, Ana Isabel andaba de mal humor. Hoy cumplía 60 años. No querían hacer fiesta, algo sencillo. Pero en el trabajo sí hubo celebraciones: discursos, brindis, tarta… Tanta bulla la tenía agotada. Solo quería llegar a casa, relajarse y estar tranquila.

Por la tarde, llamó su hermana.
“Oye, Ana, ¿te han felicitado hoy?”
“Sí, normal. En el trabajo todo bien. Paco me trajo flores y un viaje a Benidorm para el verano”, contestó sin mucho entusiasmo.
“¡Pues estupendo! A nuestra edad hay que mimarse. ¿Y los niños? ¿Javier sigue de turno en el trabajo?”

“Sí, le quedan tres semanas. Esta mañana llamó y por la tarde me mandó una orquídea preciosa en maceta.”
“¿Y tu nuera? Vive cerquita, ¿no? ¿Al menos pasó a verte?”
“Ni siquiera un mensaje…”, suspiró Ana Isabel, con amargura. “Paco y yo les hemos ayudado tanto, y ella… Ni una postal.”

“¡No me digas!” se indignó la hermana. “Yo tengo dos nueras, y jaleos hemos tenido, pero eso nunca. ¿De verdad no te mandó nada?”

Casi a las once de la noche, el móvil de Ana Isabel pitó. Un mensaje. Una foto genérica de Internet con un “Feliz cumpleaños”. Sin palabras personales. Ni llamada. Solo eso.

“Así me valora”, le dijo a Paco antes de dormir. “Qué rápido se olvida de que viven en el piso que les dimos sin pedir nada a cambio.”

“Venga, mujer, no te pongas así. Los jóvenes hoy en día mandan una foto y ya está, creen que con eso vale”, intentó calmarla Paco.
“No, Paco. No vale. Es falta de respeto. Un aniversario es algo importante. Y estos detalles lo dicen todo.”

Al día siguiente, Ana Isabel seguía igual. La rabia crecía. No paraba de darle vueltas. Recordaba, exageraba, se frustraba. Paco lo veía, pero no sabía cómo ayudarla. Hasta llamó a su hijo.

“Mamá otra vez disgustada…”, dijo Javier, cansado. “¿Otra vez con lo de Laura?”
“No es por ella. Pero duele que alguien que vive a dos calles ni siquiera te llame”, interrumpió Ana Isabel, cogiendo el teléfono. “Dile a tu mujer que yo no olvido las cosas. Ni este día.”

“Mamá, quizá estaba agotada. Tiene mucho trabajo”, intentó justificarla Javier.
“¡Por favor! Tiempo tuvo para mandar una foto cutre, ¿pero dos palabras no? Qué cómodo, ¿eh?”

Más tarde, Javier habló con Laura.
“Se me olvidó del todo…”, se excusó ella. “Fue un día horrible, una locura en el trabajo, llegué muerta. Por eso mandé algo rápido. Pensaba pasar este fin de semana con un regalo.”
“Pues ahora ya es tarde”, respondió Javier, serio. “Mamá está dolida. Y va para largo.”

El sábado, Laura no pudo ir—demasiado trabajo. El domingo prefirió descansar. Ya de noche, se acordó.
“Bueno, ya pasaremos otro día. No es el fin del mundo.”

Pero Ana Isabel no cedió.
“No necesito visitas por compromiso”, dijo fría. “Las cosas tienen su momento. Ya es tarde.”
“¿Entonces no quieres que vayamos?”
“No”, cortó ella. “No quiero cumplidos vacíos. Quiero respeto. Y si no lo hay, no finjan.”

Laura, por su parte, no veía qué tanto drama. Pero sabía que con su suegra había que jugársela mejor. Así que, para el aniversario de boda de Ana y Paco, insistió en ir con un detalle.
“Diremos que queríamos felicitarlos juntos y por eso no vinimos antes”, le dijo a Javier, guiñándole un ojo. “Hay que arreglarlo.”

Ana Isabel abrió la puerta.
“Menos mal que os acordáis”, comentó con ironía. “Al menos para vuestro aniversario aparecéis.”
“Mamá, ya basta”, suspiró Javier. “No nos olvidamos. A veces las cosas no salen como planeamos.”

Laura sonreía, ayudó a poner la mesa, recogió los platos, habló con cariño. Hasta que en un momento soltó:
“Estamos pensando en reformar el pasillo. Tú tienes tan buen gusto, ¿nos ayudas a elegir papel pintado?”

“Claro que sí”, respondió Ana Isabel, ilusionada.

De vuelta a casa, Javier la miró raro.
“¿Qué reforma ni qué niño muerto?”
“Ni hay reforma”, se rio Laura. “Pero si la suegra se siente útil, igual se le pasa el enfado.”

Y funcionó. A la semana, Ana Isabel le contaba a la vecina que sus hijos ni sabían escoger papel sin su ayuda. La herida parecía cerrarse. Aunque, eso sí, con el primer roce, todo puede saltar por los aires otra vez…

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