Tarjeta de felicitación olvidada

**La Tarjeta Olvidada**

Carmen Gutiérrez llegó a casa con el ánimo por los suelos.
—¡Hola, cariño! ¿Cenarás algo? —la recibió su marido Federico en el recibidor, con una sonrisa.
—¿Acaso has cocinado tú? Lo tuyo es huir de la cocina —respondió con sorpresa.
—Pues hoy es tu cumpleaños. No puede ser que en tu día te pongas a cocinar —dijo él, animado.

Carmen se sentó en el banco del pasillo y, de pronto, rompió a llorar.
—Carmen, ¿qué pasa? —se alarmó Federico.
—No me ha felicitado… Ni una palabra… —susurró entre sollozos.
—¿Quién? ¡Explícate! —se desesperó él, sin entender qué había sacado las lágrimas a su mujer en un día que debería ser feliz.

Desde por la mañana, Carmen no estaba de humor. Hoy cumplía 60 años. No habían organizado gran fiesta, prefiriendo algo sencillo. Pero en el trabajo le prepararon una mesa con dulces, brindis y parabienes. Tanta algarabía la agotó, y solo ansiaba llegar a casa, tumbarse y estar tranquila.

Por la noche, su hermana Manoli llamó.
—Dime, Carmencita, ¿te han felicitado? —preguntó.
—Sí, en el trabajo todo bien. Fede me trajo flores y un viaje a un balneario —contestó ella, sin entusiasmo.
—¡Genial! A nuestra edad hay que mimarse. ¿Y tus hijos? ¿Javier sigue de turno en el trabajo?

—Sí, le queda un mes. Por la mañana me llamó, y por la tarde me envió una orquídea preciosa.
—¿Y tu nuera? Vive al lado, ¿no? ¿No ha pasado a verte?
—Ni un mensaje… —suspiró Carmen, con amargura—. Hemos hecho tanto por ellos, y ella… Ni una tarjeta.

—¿En serio? —se indignó Manoli—. Yo tengo dos nueras y, aunque a veces se despistan, jamás las vi tan desconsideradas. ¿Nada de nada?

Casi a las once, el móvil de Carmen pitó. Un mensaje. Una imagen genérica de internet con un “Feliz cumpleaños”. Ni una palabra personal. Ni una llamada. Nada que mostrara interés real. Solo un GIF reenviado.

—Esa es su consideración —le dijo a Federico al acostarse, resentida—. Rápida para olvidar que viven en el piso que nosotras les dimos sin pedir nada a cambio.

—¿Pero te pones así? Los jóvenes hoy en día piensan que con un meme ya está todo hecho —intentó calmarla él.
—No, Fede. Esto no es normal, es falta de respeto. Un aniversario no es una fecha cualquiera, es un hito. Un detalle así lo dice todo.

A la mañana siguiente, el mal humor de Carmen seguía intacto. El rencor crecía, recordando cada detalle, exagerándolo hasta las lágrimas. Federico lo veía, pero no sabía cómo ayudarla. Hasta llamó a su hijo.

—Mamá sigue enfadada —empezó Javier, resignado—. ¿Qué hizo Lola ahora?
—No es lo que hizo, sino lo que no hizo —intervino Carmen, cogiendo el teléfono—. Dile a tu mujer que no olvido nada. Ni este día.

—Mamá, quizá estaba agotada. El trabajo… —intentó justificarla Javier.
—¡Venga ya! —bufó ella—. Le sobró tiempo para mandar un dibujo, ¿pero dos palabras no? Qué cómodo, ¿eh?

Más tarde, Javier habló con Lola.
—Se me pasó por completo… —se excusó ella—. Fue un día horrible, el trabajo colapsado… Llegué muerta y mandé algo rápido. Pensé en pasar este finde con un regalo.
—Pues ya es tarde —respondió él, serio—. Mamá está dolida… y esto va para largo.

El sábado, Lola tampoco pudo ir—aplastada de trabajo— y el domingo prefirió descansar. Ya de noche, se acordó.
—Bueno, qué más da —le dijo a Javier—. Iremos otro día. No es el fin del mundo.

Pero Carmen no cedió.
—No hace falta que vengan por compromiso —dijo fría al teléfono—. La ocasión la pintan calva. Ya es tarde.
—¿Entonces no quieres que vayamos?
—No —cortó ella—. No necesito cumplidos. Necesito respeto. Y si no lo hay, no finjan.

Lola, por su parte, no veía su error. Pero sabía que con su suegra había que ser estratégica. Así que, para el aniversario de bodas de Carmen y Federico, insistió en ir con un regalo.
—Diremos que esperamos a hacerlo juntos —le guiñó a Javier—. Hay que arreglarlo.

Al abrir la puerta, Carmen soltó:
—Menos mal que os acordasteis… Hasta el aniversario tuvisteis que esperar.
—Mamá, por favor —suspiró Javier—. No os olvidamos. Es que a veces no cuadra todo.

Lola sonrió, ayudó a poner la mesa, recogió los platos y habló con dulzura. Hasta que en un momento soltó:
—Estamos pensando en reformar el pasillo. Vosotros tenéis tanto gusto… ¿Nos ayudáis a elegir papel pintado?

—¡Claro que sí! —respondió Carmen, radiante.

De vuelta, Javier frunció el ceño:
—¿Pero qué reforma?
—Ninguna —sonrió Lola—. Pero si tu madre se siente útil, igual se le pasa el enfado.

Y así fue. A la semana, Carmen le contaba a la vecina que sin su ayuda, los jóvenes no sabían ni escoger colores. El resentimiento parecía esfumarse… aunque solo hasta la próxima.

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