Sueños Rotos: El Precio del Amor

Esperanzas rotas: el precio del amor

Durante años, Lucía y Javier soñaron con tener un hijo, pero el destino fue cruel—el embarazo no llegaba. La decisión de adoptar surgió como la única salida. El camino no fue fácil: trámites interminables, documentos, espera. Lucía aún recordaba su primera visita al orfanato en la vecina ciudad de Toledo. Los ojos de los niños, llenos de esperanza y miedo, parecían suplicar que se los llevaran. Entre ellos estaba Sara, una niña de doce años con trenzas oscuras y ojos azules profundos, que le recordaba a su difunta hermana. El corazón de Lucía se encogió de ternura. Javier soñaba con un hijo varón, pero Sara los cautivó a los dos. Ella se ilusionaba con cada visita, acercándose a ellos como si fueran su familia.

Al enterarse por la directora de que Sara había sido adoptada y devuelta cinco veces, Lucía apenas contuvo las lágrimas. “La eterna niña del orfanato”, así la llamaban. Las razones eran vagas, pero Lucía no indagó. Su corazón no soportaba la idea de que una niña hubiera sido traicionada tantas veces por quienes amó. Decidieron que Sara sería su hija y que nadie volvería a abandonarla.

Mientras esperaban la aprobación, llevaban a Sara a casa con más frecuencia. En su piso de tres habitaciones en Madrid, le prepararon un cuarto solo para ella—el sueño de cualquier niño sin familia. Sara estaba encantada, y Lucía y Javier la rodeaban de amor, intentando sanar sus heridas. Entonces sucedió un milagro: Lucía descubrió que estaba embarazada. La adopción seguía adelante; Sara ya era parte de su familia.

La tutela finalmente dio el visto bueno, y Sara dejó el orfanato para siempre—o eso creían. El psicólogo les aconsejó hablarle del bebé para prepararla. Le explicaron que tendría una hermanita, que la amarían igual, que siempre sería su hija. Pero cuando mencionaron que, con el tiempo, compartirían habitación, la expresión de Sara cambió. Su mirada se volvió fría, casi hostil. Se levantó y se fue sin decir nada.

Desde ese día, Sara actuó de forma extraña. Cuando sus padres llegaban, se abrazaba a ellos con fuerza, como si temiera que desaparecieran. A veces, rodeaba el cuello de Lucía con tanta presión que le costaba respirar. “Te quiero, mamá”, susurraba, pero sus ojos vidriosos y sus dientes apretados delataban otra cosa. El psicólogo les aseguró que solo temía perder atención por el bebé.

El infierno comenzó cuando nació Sofía. La pequeña, prematura, lloraba sin parar. Para no molestar a Sara, la cuna estuvo en la habitación de los padres. Lucía se dividía entre ambas, agotada. Al principio, todo parecía normal, pero luego notó que cada vez que dejaba a Sofía con Sara, la bebé lloraba desconsolada. Una vez, entró y vio a Sara apretando la nariz de Sofía. Al verla, la soltó, pero su mirada era vacía, sin arrepentimiento.

Javier intentó hablar con Sara. Ella murmuró que solo le limpiaba la nariz, pero el incidente se repitió: Lucía la encontró con un biberón de agua hirviendo para Sofía. Aun así, el psicólogo insistió en que necesitaba más amor.

Con el tiempo, Sofía creció y se calmó, pero Lucía ya no las dejaba solas. Planeaban un viaje a la playa, pero llevar a Sofía era arriesgado. Sara estalló: gritó, pataleó, rodó por el suelo. El psicólogo lo llamó “una reacción sana”.

Esa noche, tras acostar a Sara, Lucía se durmió exhausta. Un ruido la despertó: Sara estaba sobre Sofía, ahogándola con una almohada. La apartó aterrorizada. Sofía, pálida, apenas respiraba. Sara habló entonces: odiaba a Sofía, la quería fuera de sus vidas. Prometió “eliminarla”.

Consultaron a más especialistas, pero Sara insistió: Sofía debía desaparecer. No tuvieron opción. La devolvieron al orfanato.

Ahora Lucía mira por la ventana mientras Javier se lleva a Sara. La niña se detuvo, la miró fijamente. Su mirada, cargada de odio, la atravesó como un rayo. Cuando Lucía volvió a asomarse, la calle estaba vacía. La nieve caía suavemente, cubriendo las huellas de su sueño roto.

Rate article
MagistrUm
Sueños Rotos: El Precio del Amor