Suegra rechaza al yerno: “Solo ven tú y mi nieta

La madre se negó a aceptar al yerno: «Que vengas solo tú y mi nieta»

Cada mujer sueña alguna vez con encontrar a un hombre digno, formar una familia fuerte, tener hijos y ser verdaderamente feliz. Pero, como dice el refrán, no a todos les tocan los cuentos de hadas. Y cuanto más amas, más duele la caída.

Carla estaba segura de haber encontrado a su destino. En el instituto conoció a Roberto, un chico alto y apuesto con una sonrisa de estrella de cine. Le robó el corazón al primer vistazo. Amistad, paseos bajo la luna, confesiones… Años después, ya eran pareja.

Su madre, María del Carmen, nunca simpatizó con él. Veía en Roberto algo perezoso, desordenado. Pero Carla estaba ciega de amor: para ella, él lo era todo. Ella entró en la universidad con buenas notas, mientras que Roberto apenas logró colarse en un módulo de formación profesional. Los estudios se le atragantaron, y al poco tiempo los abandonó.

—Mamá, ¡no lo entiendes! ¡Es amor verdadero! —insistía Carla, negándose a escuchar cualquier crítica.

Cuando Roberto consiguió trabajo como dependiente en una tienda de electrónica, lo consideró el culmen del éxito. Aunque el dinero apenas daba para cervezas y patatas fritas, a él le bastaba. A María del Carmen, no. Intentó hacer entrar en razón a su hija, pero fue en vano.

Los enamorados celebraron una boda modesta. Tuvieron que vivir en una habitación de pensionistas en el centro de Zaragoza, donde las paredes eran finas y los vecinos, chismosos. Pero a Carla no le importaba: lo único que quería era estar con su amor. Roberto trabajaba sin ganas, y ante cualquier petición de ayuda, se encogía de hombros. Carla empezó a pedirle dinero a su madre. María del Carmen no se lo negaba: la ayudaba con lo que podía: comida, ropa, incluso sus ahorros.

Cada encuentro con su yerno le provocaba una tormenta interior. Le parecía un extraño, fuera de lugar, débil. Para ella, no era un hombre.

Cuando la situación se volvió insostenible, Carla pidió quedarse en casa de su madre un par de meses. Querían ahorrar para alquilar algo. María del Carmen accedió a regañadientes, pero pronto se arrepintió: Roberto pasaba el día en el sofá, mientras su hija cargaba con todo. Ella intentaba estudiar, hacía trabajos online, agotada pero defendiendo obstinadamente a su marido.

—Es que está cansado… —justificaba.

A los tres meses, Roberto no soportó la presión y convenció a Carla de volver a la pensión. Allí, aunque fuera pequeño, al menos no había sermones. Su madre respiró aliviada, aunque con un temor: que su hija no acabara embarazada.

Pero el destino, como si fuera una broma cruel, se encargó de lo demás. Roberto perdió el trabajo. Carla, en cambio, consiguió un ascenso y empezó a ganar un buen sueldo. Y pronto se hizo evidente: esperaba un bebé.

María del Carmen se alegró al saber que sería abuela. Pero la felicidad duró poco; su yerno seguía sin ser bienvenido. Y cuando Carla, cansada de la pensión, pidió de nuevo quedarse en su casa, su madre puso una condición:

—Solo tú y la niña. Roberto no pisa este umbral.

—¡Mamá, es el padre de mi hija! —saltó Carla.
—¿Y tú pensaste en eso cuando te casaste con él? —replicó María del Carmen, fría—. Que primero se haga hombre.

Carla se debatía. Por un lado, el cansancio, el recién nacido, la falta de espacio. Por otro, el orgullo y el resentimiento. Regresó con su marido a aquella habitación diminuta, esperando que su madre cambiara de opinión. Pero María del Carmen no cedió.

Para ella, Roberto era un intruso, alguien ajeno a lo que deseaba para su hija y su nieta. Pero ¿qué podía hacer? Los hijos eligen con el corazón, no con la cabeza. El suyo sangraba, pero su decisión seguía firme.

El tiempo dirá quién tenía razón. Mientras, dos mujeres, madre e hija, aprenden a amarse a distancia, aceptando elecciones que no siempre coinciden con los sueños.

¿Tú qué opinas? ¿Hizo bien María del Carmen? ¿O debería haber aceptado al yerno por el bien de su hija y su nieta?

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