Suegra no invitó a su nuera al aniversario, pero 11 días después llamó pidiendo ayuda. La respuesta de la nuera dejó a todos boquiabiertos

Elena doblaba las toallas de cocina unas nuevas, con un delicado estampado de flores cuando el teléfono vibró. Suspiró: cuatro llamadas perdidas de Carmen, una amiga del trabajo. Probablemente no sería nada importante. Volvió a guardar las toallas, pero el teléfono vibró de nuevo.

“Elena, ¿por qué no contestas?” balbuceó Carmen. “¿Sabías que Doña Antonia celebra su aniversario el sábado?”

Elena se quedó helada, apretando la toalla entre sus manos.

“¿Qué aniversario?”

“Cumple setenta y cinco. Me lo ha dicho Lola, que está invitada con Javier. Dice que Doña Antonia mandó las invitaciones hace dos semanas a todo el mundo.”

La toalla se le escapó de las manos. Treinta y dos años de matrimonio con Javier, y nunca había faltado a una celebración familiar. Pero ahora, el aniversario de Doña Antonia… y nada.

“¿Quizás se les olvidó?” susurró Elena, aunque no se lo creía.

“¿Olvidar? Lola dice que hay una lista de veinte invitados. Todos están invitados: los hermanos de Javier con sus mujeres, incluso el antiguo vecino del quinto piso.”

Elena se sentó en el taburete. Los recuerdos la asaltaron: cómo cuidó a su suegra tras la operación de vesícula, cómo renunció a sus vacaciones para que Doña Antonia pudiera ponerse dentadura nueva, cómo se quedó con los nietos cuando todos los demás estaban ocupados.

“Te diré una cosa”, siguió Carmen, “todo es por lo del pastel de Nochevieja. ¿Te acuerdas del que compraste mal?”

“Carmen, eso no tiene nada que ver. Es que… siempre me ha visto como una intrusa.”

La puerta de entrada se cerró de golpe: era Javier, que volvía a casa. Elena se despidió rápidamente de su amiga.

Su marido entró en la cocina, sacudiéndose la lluvia del pelo como un chiquillo. Elena lo miró: las arrugas alrededor de sus ojos, sus facciones tan conocidas. Treinta y dos años juntos. Y, aún así, una intrusa.

“Javier, ¿tu madre celebra su aniversario el sábado?”, le preguntó, intentando que su voz no temblara.

Él se quedó quieto frente a la nevera, sin volverse.

“Sí, algo han organizado.”

“¿Por qué no me lo dijiste?”

Javier abrió la nevera y la miró como si fuera la primera vez.

“Mamá no quiere fiesta grande. Solo la familia más cercana.”

“Familia más cercana”, repitió Elena, eco de sus palabras. “¿Y yo no soy parte de eso?”

“Elena, ¿para qué empezar? Ya conoces a mamá. Tiene sus rarezas.”

“¿Rarezas?” Sintió un ardor dentro. “¡Llevo treinta y dos años aguantando sus rarezas! No son rarezas, Javier, es… es…”

No encontró la palabra adecuada y solo agitó la mano con desdén.

“La cuidé después de su operación cuando tú estabas de viaje. Renuncié a mis vacaciones para que pudiera ponerse dentadura. Me quedé con los nietos cuando Irene se fue de puente. Treinta y dos años intentando ser una buena nuera. ¿Y así me lo pagan?”

Javier se frotó el puente de la nariz.

“Elena, ¿de verdad tienes que llevar la cuenta? ¿Quién le debe qué a quién?”

“¡No llevo cuentas! Solo quiero ser parte de la familia. De tu familia. ¿Es demasiado pedir?”

Javier suspiró hondo y se sentó.

“Mira, estás exagerando. Mamá solo quiere una celebración tranquila.”

“¿Tranquila? ¿Para veinte personas?” Cada palabra le rasgaba la garganta. “¡Hasta el vecino del quinto está invitado!”

“¿Cómo sabes…?”

“¿Importa cómo?” Agarró la toalla y empezó a limpiar la encimera, ya seca. “¡Treinta y dos años, Javier! ¿Qué hice mal? ¡Dímelo!”

Él intentó cogerle la mano, pero ella la retiró.

“Elena, ya sabes cómo es mamá. Todavía cree que te la quitaste de encima.”

“¿Que te la quité? ¡Tenías veinticinco años cuando nos conocimos! ¡No cinco!”

Recordó la primera vez que entró en casa de Doña Antonia, cómo intentó causar buena impresión, horneando un pastel con la receta de su abuela. Pero su suegra solo apretó los labios y dijo: “En esta familia no se cocina así.”

“Toda mi vida”, continuó Elena, “he intentado complacerla. ¿Y ella qué ha hecho? ¿Recuerdas cuando le dijo a todo el mundo que criaba mal a Dani? ¿O cuando le dijo a mis padres que no sabía cocinar? ¡Y tú siempre en silencio, siempre neutral!”

“¿Y qué quieres que haga?”, se irritó Javier. “¿Que me pelee con mi madre por una fiesta?”

“¡No por la fiesta! ¡Por cómo me trata! ¡Porque tu madre no me ha considerado parte de su familia en treinta y dos años, y tú lo has permitido!”

Se giró hacia la ventana. Afuera, la llovizna caía gris y monótona, como su ánimo.

“Elena, no dramatices”, dijo Javier, rodeándola torpemente con los brazos. “¿Quieres que hable con ella? Quizás es un malentendido.”

“¿Malentendido?” Se liberó de su abrazo. “No, Javier. Eso habría sido un malentendido si fuera la primera vez. Pero esto… esto es una bofetada en el alma.”

Los días siguientes, Elena caminó como en una niebla. En el trabajo, sonreía con los dientes apretados; en casa, callaba. Javier intentó suavizar las cosas, pero cada discusión ahondaba el dolor.

“No sabes lo enfadada que se puso el año pasado por el pastel”, dijo el jueves por la noche, cenando. “Mamá cree que lo hiciste a propósito.”

“¿A propósito?” Dejó el tenedor. “¡Fui a tres pastelerías para encontrar uno sin gluten porque es alérgica!”

“Pero sabes que solo le gusta el merengue, y le llevaste el de crema.”

“¡Porque no tenían de merengue!” Las lágrimas le nublaron la vista. “¿De verdad crees que pasé medio día buscando un pastel para fastidiarla?”

Javier calló, y ese silencio habló más que mil palabras.

El viernes por la tarde, Elena entró en la habitación de su hijo. Dani había venido para el fin de semana. Estaba tumbado en el sofá, pegado al móvil.

“Dani, pronto es el aniversario de la abuela.”

“Sí”, respondió sin levantar la vista. “Papá me lo ha dicho.”

“¿Y tú… vas?”

Dani al fin la miró.

“La abuela me ha invitado. ¿No voy a felicitarla?”

Elena asintió, ocultando su decepción. Hasta su hijo no veía la injusticia.

“Claro”, dijo en voz baja. “Claro que la felicites.”

Llegó el sábado, y la casa quedó vacía. Javier y Dani se marcharon por la mañana, cargados de regalos y flores. Elena se quedó sola. Caminó sin rumbo por las habitaciones. En cada foto, Doña Antonia aparecía ligeramente apartada.

Pasó el dedo por el borde de un marco. Era una foto familiar de hacía cinco años: la boda de Dani. Ella llevaba un vestido azul, Javier, un traje impecable, los recién casados radiaban felicidad. Doña Antonia parecía haber bebido vinagre.

“Incluso en un día así”, susurró Elena, hablando a la foto. “Incluso en la boda de su nieto.”

Recordó cómo su suegra había apartado a su hijo y dicho, alto y claro: “Al menos mi nieto se ha casado con una chica decente, no como otras.” Y cómo Javier,

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Suegra no invitó a su nuera al aniversario, pero 11 días después llamó pidiendo ayuda. La respuesta de la nuera dejó a todos boquiabiertos