Suave al principio, duro al final

—Esta vez, espero que no vengan solo tres días —¿se quedarán más? —¡Leonor! ¿Por qué callas?
—Mercedes Delgado, ¡feliz cumpleaños otra vez! Cuídese mucho, no se ponga mala. Bernardo y yo, en cuanto resolvamos lo del trabajo, le llamaremos enseguida.
Leonor colgó el teléfono más rápido que un rayo.
«Uf, qué situación», pensó, dejando el móvil, «parecía una conversación amable, mi suegra hoy más cariñosa que nunca, y era su aniversario… pero desde el primer segundo quise cortar.» No le apetecaba pasar sus vacaciones con la suegra en Toledo, esas anheladas vacaciones que por fin coincidían con las de su marido. Creía firmemente que había un millón de sitios mejores donde Bernardo, ella y los niños disfrutarían. Había insinuado que quizá este verano podrían elegir otro lugar, no la casa de campo de Mercedes. Pero Bernardo fue inflexible; en eso le habían educado. A los mayores se les respeta. Hay que alegrar a los padres con una visita. Es de mala educación no hacerlo.

* * *
—Leo, ya veo a mis padres como mucho una vez al año. ¿Quieres que dejemos de ir en vacaciones? Así los niños olvidarán que tienen otra abuela y abuelo en otra ciudad.
—Cariño… ¿cómo decírtelo sin herirte?… ¿Nunca crees que estos viajes los haces solo por ti?
—¿Cómo? —Bernardo frunció el ceño, mirándola extrañado.
—Tus padres ya se acostumbraron a vivir lejos de ti, de tu familia. Están bien así. No sufren por no ver a los nietos. Todo les va estupendamente sin eso.
—Leo, ¿qué dices tú? ¿Por qué piensas así?
—Porque tu madre en los mensajes solo me pide una cosa: fotos de los mayores o un vídeo del pequeño. Y ya. Nunca pregunta cómo están, cómo les va en la escuela, si no están malos. Quiere los nietos para enseñar bonitas fotos a sus amigas o la vecina. Pura imagen perfecta. Lo que hay detrás no le importa. Nuestros problemas no le interesan.
—En eso no estoy de acuerdo. Vivimos lejos. No pueden cuidar a Lucas, llevarle al cole o recoger a los mayores. Si viviéramos cerca, sería distinto.
—Mira, Bernardo… Mi madre también vive en otra ciudad, pero eso no le impide venir en cuanto la necesitamos. Como Batman y Robin, siempre dispuesta. ¿Recuerdas cuántas veces el año pasado tomó vacaciones o baja médica, compró billete de tren y vino corriendo? De tus padres esa prisa… no la veo.
—Sí, Leo, mi suegra es oro. Nunca lo he negado. A Marina Alfaro le estoy muy agradecido, y se lo he dicho mil veces. Es nuestro salvavidas.
—Pues eso. Cuando vamos a verla, ella juega con los niños todo lo que puede: en el parque, paseos en bici, baños en el río, escondite, fútbol… Quiere mucho a los niños, y ellos a ella. Así debe ser una familia: con cariño.
—Leo, ¿qué quieres que haga? No todo el mundo es igual. Tu madre es un torbellino, siempre activa. Mis padres son mayores, de otro carácter. ¿Qué, ya no vamos a verlos?
Leonor calló un instante, apretó los labios como conteniéndose, pero decidió que no era el momento.
—Allí no estoy a gusto, ni los niños tampoco. Incómoda, rara… Ni sé explicarlo bien.
—¿Cómo? ¿Por qué? La casa de campo de mis padres es estupenda, habitaciones para todos, limpio y confortable. ¿Qué más hace falta?
—Sabes, Bernardo, hay un refrán: «Buenas palabras pero malas intenciones». Así exactamente me siento allí con tu madre.
—Vaya sorpresa. ¿Por qué no lo dijiste antes? Siempre creí que estabais bien en vacaciones. Visitar a mis padres me parecía idea perfecta. ¿Qué falla?
—Todo. En cuanto llegamos con tropel a su casa, tu madre y tu padre pierden su mundo perfecto, tranquilo y ordenado al que están acostumbrados.
—Nunca lo he visto. Leo, me temo que te lo inventas. Te estás volviendo demasiado quisquillosa.
—Bernardo, cielo, allí tú ayudas en faenas, rara vez estás con nosotros. Mientras ayudas a tus padres, yo veo y oigo lo que pasa: comentarios venenosos de tu madre, malas miradas de tu padre. ¿Crees que me gusta? Llevamos diez años casados, pero parece que Mercedes Delgado aún no acepta que soy tu mujer. Quizá ni siquiera le alegra que tengas a tu familia.
—¡Leonor, que dices! —su marido ya estaba irritado deseando acabar esa conversación.
—Vamos a ver a tus padres, como siempre. Pero estate atento a cómo va en casa. Así verás que yo no soy rencorosa ni busco peleas con tu madre.
Qedaron en eso.

* * *
Los días siguientes Leonor preparó las malas de toda la familia. Bernardo, extrañamente, parecía un nublado segoviano. Tal vez las palabras de su mujer le tocaron.
El viaje a Toledo duró unas cuatro horas. Leonor intentó animar el ambiente: cantó canciones, rió con los pequeños atrás. Sabía que a Bernardo le dolió lo que ella dijo, pero callar más no podía.
Durante mucho tiempo Leonor fue complaciente con todos. Sonriendo a sus suegros, tragándose sus pullas hacia ella o los niños. Quería evitar conflictos. Pero fue en vano. La suegra, sintiéndose impune, no perdía ocasión de meter el dedo en el ojo. Nada le gustaba.
Ni
Al día siguiente, Mercedes amaneció con un silencio inusual en la casa y descubrió que Bernardo había llevado a toda la familia a una playa de Cádiz donde por fin respiraron libertad y alegría, mientras Leonor observaba el mar con sus hijos riendo a carcajadas.

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Suave al principio, duro al final