Su nombre era Aléna, era su antigua compañera de trabajo. Unas horas antes de la cena festiva, su marido llamó y dijo: “Necesitamos hablar”.

Su nombre era Alena, su antigua compañera de trabajo. Unas horas antes de la cena festiva, su marido le llamó y le dijo: Tenemos que hablar.
Se llamaba Elodie, había sido una colega suya. Unas horas antes del banquete de celebración, mi marido me llamó y me dijo: Tenemos que hablar.
Juliette estaba en la cocina de su piso en Lyon, disponiendo con mimo las servilletas sobre la mesa preparada para aquella comida conmemorativa. Era su décimo aniversario de bodas con Théo, y deseaba que todo fuera perfecto: las velas, su vino preferido, el aroma del pescado asado que impregnaba el hogar. Sin embargo, poco antes de que llegaran los invitados, su móvil sonó. En la pantalla aparecía el nombre de su marido. Juliette, tenemos que hablar, murmuró él con una voz fría y distante. En ese instante, su corazón se encogió, como si percibiera lo inevitable. No sabía aún que aquella llamada cambiaría su vida, pero ya sentía cómo todo lo construido durante años comenzaba a desmoronarse.
Théo era su roca, su gran amor, con quien compartía sueños y dificultades. Se habían conocido en la universidad, se casaron jóvenes y criaron juntos a su hija Sophie. Juliette confiaba ciegamente en él, incluso cuando él volvía tarde del trabajo o se ausentaba en viajes. Se sentía orgullosa de sus logros: Théo había ascendido a jefe de departamento en una importante empresa, y su carisma le abría todas las puertas. No obstante, con el teléfono en mano, repasaba los detalles que había pasado por alto: su mirada ausente, sus respuestas breves, esas llamadas extrañas que colgaba al instante. El nombre Elodie volvió a su mente, como una sombra que había decidido no ver.
Elodie había trabajado con él dos años antes. Juliette la había visto en un seminario: alta, con una sonrisa segura, y mirando a Théo un poco demasiado tiempo. En aquel momento, había ahogado aquel pinchazo de celos: Sólo una compañera, nada importante. Théo le había asegurado que Elodie había renunciado para mudarse a la provincia. Pero ahora, al oír su respiración vacilante al teléfono, Juliette comprendió: Elodie nunca se había ido realmente. No quería que esto sucediera así, Juliette, empezó él, cada palabra golpeando como un puñetazo. Confesó que había visto a Elodie durante un año, que ella había regresado a Lyon, que estaba perdido. Juliette guardó silencio, sintiendo que el suelo se desmoronaba bajo sus pies.
No recuerda haber colgado. Tampoco haber apagado el horno ni guardado las velas que había encendido con tanta esperanza esa mañana. Sus pensamientos giraban: ¿Cómo pudo? ¿Diez años, Sophie, nuestro hogar todo por ella?. Sentada en el sofá, con la foto de su boda en las manos, trataba de entender cuándo su vida se había convertido en mentira. Recordaba el abrazo de Théo la semana anterior, su promesa de llevar a Sophie a la montaña. Mientras tanto, él estaba con otra. La traición la consumía, pero lo peor era pensar que no había visto nada porque confiaba en él. Lo había amado tanto que se había vuelto ciega.
Cuando Théo volvió, Juliette lo recibió con un silencio denso. Los invitados no llegaron; ella había cancelado la cena, incapaz de fingir. Él lucía culpable, pero no destruido. No quería hacerte daño, Juliette. Pero con Elodie es diferente. Aquellas palabras la derribaron. No gritó, no lloró; lo miró como a un desconocido. Vete. Su voz resultó más firme de lo que había imaginado. Théo asintió, tomó su bolso y se marchó, dejándola sola en aquel apartamento aún impregnado del perfume de una fiesta que jamás se celebró.
Pasó un mes. Juliette trataba de vivir por Sophie, quien aún no sabía todo. Sonreía a su hija, le preparaba el desayuno, pero pasaba las noches sollozando, preguntándose: ¿Por qué no fui suficiente?. Sus amigos la apoyaban, pero sus palabras no curaban. Se enteró de que Théo y Elodie vivían ahora juntos, una nueva puñalada. Sin embargo, en lo profundo de su ser surgía algo: fuerza. No se había derrumbado. Canceló la cena, pero no su vida.
Hoy, Juliette mira al futuro con cautela y esperanza. Se inscribió en cursos de diseño, un viejo sueño juvenil, pasa más tiempo con Sophie y aprende a quererse. Théo la llama a veces, pide perdón, pero ella aún no está lista para escucharlo. Elodie, cuyo nombre antes era solo una sombra, ya no tiene poder sobre ella. Juliette comprende ahora que su vida no depende de él ni de su matrimonio; es suya. Y ese aniversario, que debía ser una fiesta, se transformó en el primer capítulo de una nueva historia, una en la que ya no vivirá para cumplir las promesas ajenas.
He aprendido, a través de todo esto, que nunca debemos sacrificar nuestra luz por alguien que no sabe apreciarla.

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MagistrUm
Su nombre era Aléna, era su antigua compañera de trabajo. Unas horas antes de la cena festiva, su marido llamó y dijo: “Necesitamos hablar”.