Alba está corriendo hacia el trabajo, llega al turno de acceso del editor jefe y el cronómetro marca el último segundo. Si no pasa antes que Pedro Martínez, el director del periódico, tendrá que redactar una excusa para explicar que la empleada del mes, reconocida como la mejor del pasado, se ha retrasado de forma vergonzosa.
Pedro Martínez es un apasionado de los papeles. No hay documento que le resista: notas de aclaración, certificaciones, informes, felicitaciones, disculpas y listas de la compra. Nadie en la redacción sabe de dónde nace su afición a la burocracia.
Su esposa, Ana, le manda listas de la compra que le caen de los bolsillos de los pantalones; los compañeros le entregan todo tipo de memorandos. Pedro Martínez está satisfecho con el papel que le corresponde.
¿Por qué lo toleras tanto? se indigna la amiga de Alba, Yuliana. Trabaja en una cafetería cerca del piso que comparten las chicas y asegura que no hay mejor empleo. ¡Madre mía! ¡Si seguimos así, tal vez talarán los bosques! Escríbele un correo electrónico; es moderno y ecológico.
No lo entiendes, Yulí, suspira Alba. Ese hombre está hecho de papeles. Le sobresalen de los bolsillos y caen de su agenda. Parece que le gusta. Está en su salsa, como se dice. ¡Y bien! Nos paga bien y no nos obliga a hacer trabajos de limpieza en primavera.
Era un argumento débil, pero Yuliana lo acepta. Cada abril el dueño del café obliga a sus empleados a pintar la verja y a lavar las paredes del local. A Yuliana le pica el polvo y le irritan los vapores de la pintura, así que la ausencia de esas tareas de limpieza sirve como excusa para la tiranía del jefe y el tema ya no vuelve a surgir.
Hoy, si Alba no se adelanta un instante a Pedro Martínez, aunque sea por un segundo, tendrá que sentarse a redactar la excusa. piensa.
¿Qué escribirá?
Mucho se imagina.
Se ha quedado dormida porque el despertador se apagó junto con la luz de la casa. Después corre con Yuliana, secan el charco bajo el frigorífico, se comen una avena fría preparada la noche anterior y, por suerte, el grifo todavía suelta agua. Fría, pero al menos agua. Tras la ducha rapidita, se ponen los maquillajes: máscara, colorete, sombra, lápiz labial.
El abrigo de Yuliana sale arrugado. En la madrugada, el gato Inocencio se ha lanzado sobre él desde el charco del congelador, se ha escondido y, al intentar escapar, ha recibido un golpe con la suela de la zapatilla de Yuliana, que lo ha empujado contra el trasero peludo. Inocencio, nunca antes humillado, se enfada y se refugia en el balcón.
Yuliana busca otro abrigo porque la plancha no funciona
Todo eso consume un buen trecho de tiempo. Cuando se acuerdan, ya es muy tarde.
Alba, ya vestida y deseando a su amiga un buen día, apenas logra subirse al escalón del tranvía que parte. Se mete en la muchedumbre como si fuera gelatina; un hombre la abraza para que no se quede atrapada entre las puertas, pero al mirarlo, el brazo desaparece junto con su dueño.
Ahora no puede esquivar los semáforos, no chocar con la barandilla ni ser víctima de los ladrones; en esa masa todo es posible.
Si la pillan llegando tarde, perderá la bonificación. Esa ya estaba destinada: una parte para un viaje al mar, otra para un microondas nuevo y una tercera para un par de zapatos.
«Bonificación de goma», la llaman las chicas. Alba la ha ganado, pero un solo error podría arruinarlo todo.
Alba se contiene, sin saltar a la calle para adelantar al tranvía. No va a ser más rápido, pero la ilusión de esforzarse la reconforta.
A escasos metros de ella, un joven se agarra a la barandilla; la manga de su chaqueta se sube ligeramente y deja al descubierto un reloj de pulsera con varias agujas y múltiples esferas.
Alba mira los «minutos» con temor, intenta apartar la vista, pero sus ojos vuelven al reloj.
¿Va a llegar tarde? pregunta el chico con simpatía. Hoy es un día movido
Sí contesta Alba, apretando el bolso contra el pecho sudoroso.
¿Sabe? Como dice el refrán: «Donde te esperan, nunca llegas tarde» sonríe el joven.
Alba aprieta los labios. En cualquier otro momento asentiría, pero ahora la conversación se vuelve inoportuna; la bonificación y el viaje al mar están en juego.
Me llamo Alejandro dice el chico, haciendo una pausa antes de continuar.
¿Y usted?
Yo soy Olga Fernández, directora del departamento. ¡Permítame pasar, joven! Olga, una mujer alta con un abrigo ligero y guantes de encaje, se interpone entre Alejandro y la salida. Su perfume recuerda al agua de rosas y sus labios son de un rojo vivo, como si los hubiera pintado con remolacha.
Al tocar accidentalmente el brazo de Alejandro con sus labios color remolacha, dice:
¡Perdón! balbucea Olga. ¡Hace un temporal fuera!
Alba reconoce al instante: es la esposa del jefe. Nadie la ha visto nunca; ni siquiera su foto adorna la oficina de Pedro Martínez, pero su voz retumba en la intercomunicación y todos la han escuchado.
¡He visto su periódico esta mañana, pedrito! ¡Eso no sirve! El tema de los mamuts está pasado de moda, ¿no lo ve? Un lector tiró su ejemplar a la papelera y un vagabundo
Continúa con su discurso, sin tapujos, mientras el empleado que la observa se funde en la penumbra del vestíbulo.
¿Qué tal? le pregunta la camarera.
¡Vaya! Tus mamuts, Pedro, no han llegado a la tía Olga comenta un reportero con sarcasmo. ¡Mi exposición de porcelana ha derretido el corazón de esa cocodrila!
El joven de la baranda, llamado Sergio, recibe un golpe en la nariz; el autor del artículo de porcelana camina triunfante, y el rugido de Pedro Martínez se oye exigiendo que todos entren en la sala de conferencias.
Olga Fernández nunca aparece en la redacción, pero su espíritu parece estar en todas partes.
¿Quién se cree que es para criticar a nuestro Pedro? se quejan las camareras. ¡Pobrecito! Se comerá pasteles, bebirá té y ella ya está llamando, interrogando, ¡qué horror!
Margarita, la directora del café donde trabaja Yuliana, empuja al tranvía, aparta a unos jóvenes pegados a sus teléfonos y se sienta junto a Pedro Martínez.
Disculpe. Lo sentimos mucho, balbucea él, sosteniendo su portafolios en el regazo.
¡Qué infantil! piensa Alba, al ver a la famosa «Margarita» en persona. Qué envidia.
¡Silencio! ¡Dame ese portafolios! agarra Olga el maletín y, con un clic, lo mete en su bolso. ¿Y las llaves? Pedro, ¿dónde están? ¿Vas a quedarte bajo la puerta mientras yo paseo con Simona por el centro comercial? ¡Estás como una cabra!
Alba y el chico del reloj observan cómo Pedro se sonroja, quizás por la vergüenza o por la incomodidad.
No pasa nada, dice el joven. No te preocupes, no sé aún cómo te llamas
El tranvía suena, se acelera. Alejandro presiona su mejilla contra la de Alba con su barbilla sin afeitar.
¡¿Qué haces?! exclama Alba.
Lo siento mucho, lamento el temporal responde Alejandro, mirando a Olga con desdén. Llevo dos días sin afeitarme.
Alba le sugiere:
Deberías dormir un poco.
No, ahora voy a visitar a mis amigos, sacar al perro y luego a casa. Gracias por la preocupación contesta Nicolás, sonriendo.
Mientras tanto, Olga, como la anciana de la historia de la pescadilla dorada, revuelve una montaña de papeles.
Pedro, anota otra vez: esto es la lista de la tintorería, esto es despliega una hoja arrugada la dirección de mi masajista, no lo necesites mete el papel en el bolsillo de su chaqueta. Esto es el pedido. Lo recogerás. Asegúrate de que todo esté fresco, ¿vale? Es lo que mi hermana y sobrinos necesitan; el domingo vamos a visitarlos. Pedro asiente. Muy bien, sigamos
Sigue revisando papeles, mientras Pedro mira fijamente los ojos de Alba. En sus ojos marrones se ve la condena y, al mismo tiempo, la súplica de que Alba no cuente a nadie lo que ha visto, una escena humillante que ella asiente.
Ahora comparten un secreto.
¿Por qué Pedro tolera a su esposa y a su «Margarita»? ¿Por qué soporta esos caprichos, ese control y despotismo? Ella lo «hizo» crecer. Desde sus años de estudiante ella vio su talento, lo casó con ella, y a través de su padre, tío y conocidos lo impulsó. Olga nunca trabaja; su día se llena de llamadas telefónicas, reuniones en cafés o casas, y controla cada aspecto de la vida familiar.
Todo recae sobre ella.
Fue ella, hace siete años, quien llamó a Fabián, el director anterior, y él puso a Pedro en la posición que hoy ocupa. Fabián era una figura importante en el mundo periodístico y, además, estaba enamorado de Olga, quien supo manipularlo.
Fabián, tienes que arreglarlo. Pedro ya no es un niño; está listo para el cargo. coquetea Olga. Te invito a cenar.
Fabián llama a la redacción del «Diario Claro», donde el antiguo jefe se ha jubilado, y su secretaria teclea la orden de nombramiento.
Olga está satisfecha. No fue a cenar, se excusó con migraña, pero mantiene la esperanza de reencontrarse con él.
Pedro se convierte en director. En su primer día, entra nervioso a su nueva oficina, con paneles de roble.
Olga, no podré! No sé manejar esta máquina! murmura, y se calla cuando le traen té y bollos de la cantina.
Olga examina a la camarera, suelta una risita y, dándole una palmada al hombro a su marido, le dice:
Tranquilo, Pedro. No vas a quemarte los vasos. ¡Lo lograremos!
Y lo logra. Es la cardenal gris del despacho. Pedro, cuando nadie lo ve, le llama para preguntar qué artículos publicar y cuáles dejar para después. No porque ignore, sino porque respeta la opinión de su esposa, quien vive su vida a través de él. Olga sufre de gastritis crónica, suele estar hospitalizada, y entre ataques gestiona el pequeño imperio del «Diario Claro».
El artículo sobre mamuts, escrito por el reportero Sergio, se cuela por error en la portada, reemplazando una pieza sobre bombillas de bajo consumo que a Pedro le parecía aburrida.
Los mamuts van a gustar! asegura Sergio. A la gente le encantan los restos fósiles, la gloria de la era glacial No duden.
Pedro llama a Olga varias veces para confirmar, pero ella no contesta; está de compras en la Gran Vía.
Los mamuts aparecen en la primera plana, lanzando sus colmillos a la cara de Olga. No le agrada.
Olga vigila al personal. Por su petición, el administrador del sistema le abre acceso al registro de entradas y salidas. Luego, irritada, reprende a su marido porque alguien llegó un minuto y cuarenta y siete segundos tarde.
Fue una situación, Pedro. Somos humanos le dice él.
Entonces me despido. Si los defiendes, me tratas como una tonta. ¡Basta! grita Olga, colgando el teléfono.
Pedro, nervioso, corre a la cantina, devora empanadas prohibidas por Olga, bebe té sin azúcar y luego llama a los infractores, exigiendo explicaciones. Cuando le llegan los escritos, los lee a su esposa, los embellece, los justifica y, al final, la convence para que no despida a nadie.
Él estaría listo para irse, divorciarse, pero ya no sabe vivir solo. Olga decide todo: qué ponerse, qué comer, cómo trabajar. Y él la ama, como quien no puede vivir sin ella.
¿No es su periodista la que ha recibido la bonificación? interrumpe Olga, mirando a Alba. Esa que se llevó el premio.
Alba levanta las cejas, luego frunce el ceño.
¿Dónde? Olga, te has equivocado. Alba lleva tiempo soñando con el trabajo dice Pedro, sacudiendo la cabeza. Olga, tengo que irme. Pásame el portafolios, por favor.
Olga recoge los papeles esparcidos, mientras Nicolás empuja a Alba hacia la salida. Ella agradece con una inclinación.
¡Qué mujer! ¡Qué bulldozer! comenta Nicolás, mientras ayuda a Alba a bajar del tranvía y a retirar a Pedro del asfalto, lanzándole un beso volado a Olga.
Olga le lanza una amenaza con el dedo, se vuelve y se aleja.
Yo voy para allá dice el chico apuntando al rascacielos de la derecha.
Yo voy para allá responde Alba, señalando el callejón que se abre a la izquierda.
Pedro se tambalea, sin saber si despedirse o marcharse.
¡Hasta luego! sonríe Nicolás a los dos. ¡Qué mujer, qué bulldozer! repite y se aleja.
No se enfaden, Alba. Mantengamos lo que hemos visto entre nosotros, ¿de acuerdo? No juzguen, no se burlen. Cada uno vive como puede susurra Pedro detrás de Alba. Sin Olga sería nada.
Alba quería contestar que él la había convertido en «nada», pero se detiene al ver la mirada triste y suplicante de Pedro.
Soy la tumba, Pedro. Vamos. ¿Puedo pasar antes que usted? ¿O tal vez por la puerta trasera? titubea ella.
Vaya con calma, le diré a Loli que ajuste su horario. Servicio por servicio. Siempre usamos taxis, pero el conductor de Olga está enfermo, así que nos toca el tranvía. ¿Qué le ocurre? pregunta Pedro con amabilidad, tomando a Alba del codo y llevándola adelante.
Alba cuenta la historia del apagón, el abrigo arrugado y el gato que saltó del congelador.
Pedro escucha y sonríe. Extraña una conversación ligera, la risa juvenil y los gatitos.
En su infancia, la casa de Pedro siempre tenía gatos; a Olga no le gustaban, los prohibió.
No critiquen a Inocencio. Lo hizo por necesidad, es pobre suspira Pedro.
¿Quién lo critica? ¡Es nuestro favorito! Ni una punta lo toca. responde Olga.
Alba sigue hablando, Pedro se relaja, sus hombros se sueltan, su cara se ruboriza y siente ganas de beber algo fuerte. Compra un café y unos croissants para ambos.
En ese momento suena el móvil de la esposa, pregunta qué hace su marido en la cafetería; él no responde, apaga el móvil y lo guarda en el bolsillo.
Así es. dice Pedro. Adelante, yo sigo. añade, deseando buen día.
Pedro camina por las calles y llega a la oficina al mediodía. No se ha separado, no ha cambiado, solo ha tomado aire profundo. No le queda energía, pero sigue adelante.
Al caer la noche, Olga, harta y perfumada con todas las esencias a la vez, llega a casa y entiende cuánto la extraña. La ama, ¡qué pecado! La ama, y punto. Como un gato…
Alba, después de publicar un par de artículos sensacionales sobre los misterios de los mayas, sale de la redacción exhausta. Así son los creativos, o los que no han dormido.
¡Alba! aparece Nicolás de la sombra. No sé qué flores le gustan, así que le traje estas
Le entrega un colorido ramo que Alba llama «ensalada mixta».
Alba sonríe y acepta.
¿Le acompañamos? Sé que parezco insistente, pero después del beso en el tranvía siento que tengo derecho bromea Nicolás.
Alba frunce el ceño, piensa desechar las flores, pero decide quedarse con ellas y con Nicolás.
Caminan por la calle iluminada, observan escaparates bañado en luces multicolores y se alegran de que el futuro aún sea posible, quizá su amor sea distinto al de Pedro Martínez.
No, él es un buen jefe afirma Nicolás. Como diceAlba, mientras el tren se aleja bajo la lluvia tenue, decide que la vida es demasiado corta para esperar permisos, y abraza a Nicolás, prometiendo que, pase lo que pase, seguirán persiguiendo sus sueños juntos.







