**El Sorpresón de Nochevieja para la Suegra**
En la mesa de Nochevieja en casa de mi suegra, Carmen López, yo, Lucía, disfrutaba de su ensaladilla rusa mientras esperaba las campanadas. De repente, mi marido, Javier, sacó un sobre del bolsillo y, con una sonrisa pícara, se lo entregó a su madre: “Mamá, aquí tienes billetes a Marruecos. ¡Siempre has soñado con el desierto! Y también el autobús a Madrid para llegar al aeropuerto sin líos”. Casi se me cae el tenedor del susto. ¿Marruecos? ¿Madrid? ¿Mi Javi, el que normalmente regala flores y cajas de turrón, había organizado un viaje al otro lado del Mediterráneo? Me quedé parpadeando, preguntándome cuándo diablos había planeado esto… y por qué yo, su mujer, era la última en enterarme.
Llevamos cinco años casados, y cada Nochevieja la celebramos con sus padres. Carmen es una mujer activa: trabajó toda la vida como maestra, y ahora, jubilada, se dedica al huerto y a organizar eventos en el barrio. Siempre suspiraba contando cómo de joven soñó con viajar, pero nunca pasó de Alicante. “Ojalá conociera el desierto, ¡y los zocos!”, decía, mostrándonos postales de Marruecos. Yo pensaba que eran fantasías, como decir “quiero ir a la Luna”. Pero Javier, al parecer, tomó nota. Y yo, como una tonta, ni me enteré de que estaba tramando semejante sorpresa.
Aquella noche, la mesa rebosaba de comida: jamón, croquetas, cordero al horno, empanadillas… Carmen se había esmerado. Brindamos, reímos y todo transcurría con normalidad. Hasta que Javi se levantó como si fuera a dar un discurso y, en su lugar, sacó el dichoso sobre. “Mamá —dijo—, siempre te has sacrificado por nosotros. Ahora te toca a ti”. Carmen lo abrió, leyó y se dio un vuelco el corazón. “¿En serio, Javi? ¿Marruecos? ¡Pero si solo era un sueño!”. Casi se le saltan las lágrimas. Yo, mientras, me quedé pasmada, como si me hubieran soltado un cubo de agua fría.
La verdad, me pilló totalmente por sorpresa. No es que me molestase —Carmen se merece el mundo—, pero… ¿por qué no me lo dijo? ¡Si planeamos hasta el último céntimo del presupuesto familiar! Yo le regalé un pañuelo y una crema de manos, y él, ¡un viaje al norte de África! Vamos, como si yo llegara con unos polvorones y él con un anillo de oro. Sonreí y felicité a mi suegra, pero por dentro ardía. Cuando nos quedamos solos en la cocina, le susurré: “Javi, ¿desde cuándo planeas esto? ¿Y por qué no me avisaste?”. Él se encogió de hombros: “Lucía, quería que fuese una sorpresa. Si te lo cuento, empiezas con que es muy caro”. ¿Muy caro? ¡A lo mejor hasta lo apoyaba, pero me gustaría haberlo sabido!
Carmen flotaba en una nube: “Necesito un sombrero para el sol, ¡y una maleta nueva que la mía está hecha polvo!”. Asentía con la cabeza, pero pensaba: “Este hombre es más sigiloso que un espía”. Hasta el autobús a Madrid lo tenía calculado para que su madre no sufriera transbordos. Bonito gesto, sí, pero me sentí como una invitada en mi propia familia. ¡Yo también quería aportar algo, ser parte de su ilusión! En lugar de eso, aplaudí desde la grada.
De vuelta a casa, no pude contenerme: “Javi, ha estado genial, pero soy tu mujer. Podrías habérmelo contado. ¡No es un detallito, es un viaje entero!”. Él me miró con cara de “no exageres” y soltó: “Lucía, solo quería que mamá se llevara el susto. Tú no sabes guardar secretos”. ¿Que no? ¡Si soy un pozo de discreción! Pero discutir era inútil: él estaba eufórico, y yo, un pelín traicionada. No por el dinero, sino porque no compartió esa alegría conmigo.
Al día siguiente, llamé a mi amiga para desahogarme. Se rió: “Lucía, tu Javi es un crack de los regalos inesperados. ¡Mejor Marruecos que otra Nochevieja con el rosco de Reyes!”. Me reí, pero el coraje seguía ahí. Ella me aconsejó: “Dile que la próxima, el sorpresón va para ti”. Total, ¿a quién no le gustaría un viajecito? Pero luego pensé: “Bueno, que disfrute Carmen, que se lo ha ganado”. Eso sí, habrá que aclarar con Javi que los próximos *plot twists* familiares se consultan antes.
Ahora mi suegra me llama a diario para contarme que está buscando bikinis y leyendo sobre mezquitas. La escucho, sonrío y la rabia se va disipando. Está tan feliz que es imposible guardarle rencor. Javier, viendo que me ablandé, me guiñó un ojo: “El año que viene, los tres juntos, palabra”. ¿Los tres? Eso ya suena mejor. Quizá esta sorpresa no era solo para Carmen, sino para mí: una lección de que mi marido sabe jugar sus cartas. Mientras, veo a mi suegra brillar como una niña y pienso: “Que disfrute del desierto”. Y yo… igual empiezo a ahorrar para nuestras vacaciones. ¡Eso sí, que Javi no se olvide de invitarme esta vez!