**Sorpresa con chispa: cómo Paco casi quema la casa por el Día de la Mujer**
El mundo en el piso de Lola estalló antes de que ella pusiera un pie dentro. El portal olía a quemado, el agua jabonosa corría por las escaleras y el aire vibraba como si tratara de advertirla: “No entres… Mejor date la vuelta”. Pero Lola, mujer curtida y directora de una gran empresa, no era de las que retroceden.
Al abrir la puerta, dejó sobre la mesa el ramo del banquete de la oficina, se quitó los zapatos como si despojara el peso del día y se calzó las zapatillas. Aunque, viendo el charco en el suelo, le habrían venido mejor unas botas de agua. Adentro, algo gruñía, chisporroteaba y humeaba. Y en un rincón, el gato aullaba desesperado.
—¡Paco! ¿Qué demonios pasa aquí? —rugió, abriéndose paso entre el vapor y el olor a grasa quemada.
Su marido apareció desde el fondo del piso. En ropa interior, descalzo, la cara llena de rasguños y hollín, con un ojo morado y la cabeza envuelta en una toalla, como un tuareg en el desierto. Tenía pinta de haber librado una batalla con lanzallamas, no de preparar una sorpresa.
—Lolita… pensé que llegarías más tarde… el evento de la empresa, sueles quedarte hasta el final…
Lola, sin inmutarse, se sentó en el taburete, cerró los ojos y dijo con firmeza:
—Informe completo. Sin “mi niña” ni “no te preocupes”. Me preocupé cuando los gángsteres me asaltaron en los noventa. Cuando el negocio estuvo al borde del abismo. Después de eso, el pánico ya no vive conmigo. Ahora, dime qué has hecho.
Paco tragó saliva.
—Quería una sorpresa. Un detalle. Eres mi tesoro, te lo mereces… Decidí limpiar, lavar la ropa, hacer un cordero al horno, fregar los suelos…
—¿Cordero? —preguntó Lola.
—Bueno… la lavadora. Empezó a gotear. No de inmediato. Primero metí el cordero al horno, luego fui al baño, y luego la lavadora. Y ahí estaba… el gato.
—¿Está vivo?
—¡Claro! —se ofendió Paco—. Solo un poco mojado. Y algo alterado. Juro que cuando encendí la lavadora, no estaba dentro. Se coló después.
—¿Se *coló*? ¿En una lavadora *cerrada*?
—Bueno… quizás se filtraba…
Lola se cubrió la cara con las manos.
—Vale, sigue. Pero muéstrame al gato. Quiero asegurarme de que al menos él sobrevivió.
—Eh… está en el salón. Atado. Por su seguridad. Y para que se seque.
—¿Tiene las patas?
—Las cuatro. Solo que… inmovilizadas. Temporalmente.
—¿Y luego?
—Fui a lavar la ropa, noté olor a quemado. Abrí el horno y la carne era carbón. Eché aceite para salvarla y prendió fuego. Me chamuscó las cejas. El gato empezó a berrear. Corrí a la lavadora, pero no se abría. Y el gato tras el cristal, con ojos de demonio, gritando. Yo, atrapado entre el infierno del horno y el de la lavadora. Agarré una palanca, la rompí, el gato salió disparado y empezó el caos…
—Dios mío… —susurró Lola.
—Rompió dos jarrones, se hizo sus necesidades en la alfombra, arrancó las cortinas, arañó el papel pintado, tiró el champán, los vecinos de abajo amenazaron con llamar a la policía y a una bruja. Lo atrapé, lo até y lo sequé. Todo por tu sorpresa, Lolita…
Lola entró en el salón. Lo que vio habría dado un infarto a una mujer sensible, pero no a ella. El gato, amarrado al radiador, con la cara envuelta en una bufanda, humo en el aire, charcos y cristales rotos. Parecía un reportaje de guerra. Paco iba detrás, balbuceando:
—Es que no se estaba quieto. Temía que no se secara. Y para que no chillara, le tapé la boca. ¡Pero está bien!
Lola lo liberó, lo secó con la toalla de Paco y lo abrazó.
—Eres un desgraciado, Paco. Podía ahogarse. Aunque, después de la lavadora, ya nada le asusta.
Sentada en el sofá con el gato, miró a su marido:
—¿Y bien?
—¿”Y bien” qué? —murmuró él—. ¿Me ahorco ahora o después?
—Felicítame, bobo. Hoy es el Día de la Mujer.
Paco se iluminó, salió corriendo y volvió con aire solemne, arrodillándose ante ella.
—Lolita, mi sol. Treinta años juntos y no dejo de admirarte. Eres fuerte, guapa, paciente y amada. ¡Feliz Día de la Mujer!
Le entregó una cajita con un anillo y un ramo arrugado y deshojado.
—Las flores estaban bien… hasta que el gato… ya sabes…
Lola olfateó las rosas.
—Huelen. Y, milagrosamente, no a quemado. Paco, no más experimentos. Solo flores. Solo un abrazo. Y no vuelvas a prender fuego a la casa, ¿vale?
—Solo quería algo especial. En el trabajo te regalan obras de arte… yo quería algo casero, con alma. Y con chispa. Y así salió…
—Salió —sonrió Lola—. Con alma, con chispa y hasta con amenaza de bomberos. Vamos. A salvar la casa. A pedir perdón a los vecinos. No vayan a llamar a esa bruja. Aunque quizás ella también tenga su Paco… igual de “creativo”.
El gato bostezó, enroscó su cola en la pierna de Lola y, como en señal de solidaridad, bufó hacia Paco. La fiesta fue un éxito. Para el recuerdo.