Sombras de duda: el descubrimiento de una esposa sobre su yerno

**Sombras de duda: cómo la suegra descubrió la verdad sobre su yerno**

Carmen López, con el corazón apretado y llena de malos presentimientos, decidió ir a ver a su yerno. Su hija Lucía se había ido de viaje de trabajo, dejando a su marido, Álvaro, solo con sus tres hijos. *«A ver cómo se las apaña mi yerno con los niños…»*, pensaba Carmen, frunciendo el ceño. *«¿Y si los ha dejado tirados y se ha ido de juerga?»*. Preparó bolsas con comida casera, dulces y juguetes, y salió hacia su casa, con el alma en vilo. ¿Y si Álvaro había dejado a los niños con su madre para irse a divertir con los amigos? Tocó el timbre, pero nadie abrió. En el piso reinaba un silencio que le helaba la sangre. Por fin, la puerta se abrió, y allí estaba Álvaro, despeinado y con cara de sueño. ¡No esperaba para nada la visita de su suegra! Carmen entró en el recibidor y se quedó helada de la sorpresa.

**Cuatro meses atrás**

Carmen, llena de angustia, decidió visitar a su yerno. Lucía estaba en un viaje de negocios y Álvaro se había quedado a cargo de sus tres hijos. *«¿Cómo llevará la situación?»*, se preguntaba. *«¿Y si lo ha dejado todo y se ha escapado a divertirse?»*. Cargó bolsas con puchero, turrones y juguetes, y salió hacia su casa con un nudo en el estómago. ¿Y si había dejado a los niños con su madre y se había ido de fiesta? Al golpear la puerta, nadie respondió. Solo el silencio… Hasta que Álvaro abrió, medio dormido y sorprendido. Carmen entró y se quedó sin palabras.

Álvaro nunca tuvo prisa por casarse. Tenía el ejemplo de su hermano mayor, Javier.

Javier se casó joven, casi recién salido del instituto, con su compañera de clase Marta. Tuvieron un hijo, Pablo, y Marta era una mujer guapísima. Pero el amor se apagó, y Javier se volvió más amargo que un café sin azúcar.

—¿Qué te pasa? —le preguntaba Álvaro con apenas dieciocho años—. ¡Tienes una mujer preciosa, un hijo, y siempre estás de mal humor!

—No lo entenderías —replicaba Javier—. No te cases nunca si no quieres arruinarte la vida. Marta era perfecta… hasta que se convirtió en mi esposa y madre. Antes solo me quería a mí, y ahora solo quiere al niño. ¿Lo pillas?

Javier agitó la mano con fastidio.

—Eres joven y no entiendes nada. Pero si no quieres aprender por las malas, no te cases. ¡Nunca!

Álvaro lo miraba confundido. Marta seguía siendo guapa después del parto, y tener un hijo debería ser felicidad. Pero Javier solo veía el lado malo y acabó divorciándose. Luego se quejaba de la pensión y de lo mal que le había salido la vida.

Javier empezó a salir con otras chicas, pero ninguna duraba mucho.

—Todas quieren llevarme al altar —mascullaba—. Pero ya me conocen. Si una se va, siempre hay otra más joven. ¿Para qué atarse? Aprende de mí, Álvaro. No te dejes engañar.

Su madre, viendo cómo su hijo menor absorbía esas ideas, se preocupaba:

—Javier ya es mayor y cometió sus errores, ¡pero no copies todo lo que hace! ¿Y si te presento a una buena chica? Tú eres demasiado callado, hijo…

Álvaro confiaba en su hermano. Sus padres le parecían anticuados, y Javier sabía de lo que hablaba.

Álvaro vivía con ellos y trabajaba en el taller mecánico de su padre, en las afueras de Sevilla.

Los coches le apasionaban desde niño. Arrancaba un motor, escuchaba su sonido, daba una vuelta para detectar el problema. Sus diagnósticos eran certeros, y los clientes lo preferían: *«Don Antonio, que nos lo arregle Álvaro, que tiene mejor mano»*.

Su padre estaba orgulloso. Desde pequeño lo llevaba al taller, enseñándole todo. A los once años, en el pueblo, lo sentó al volante de un viejo coche para que aprendiera a conducir. Álvaro apenas llegaba a los pedales, pero insistía: *«Papá, quiero ser como tú»*.

En aquel taller aprendió de todo: a defenderse, a arreglar motores… Hasta se hizo un tatuaje para parecer más duro, pero luego entendió que la verdadera fuerza era otra cosa.

Su madre trabajaba en una tienda cercana, y Álvaro estaba acostumbrado a que llevara empanadas para todos. Después de comer, otra vez al trabajo.

—Oye, ¿recuerdas que te iba a presentar a una chica? Hoy viene en un Seat plateado con un ruido raro. ¿Le echas un ojo? —Javier le dio una palmada en la espalda—. Ya me lo agradecerás, que llevas demasiado soltero.

—Déjame en paz —gruñó Álvaro. No le gustaba hablar de su vida privada.

Pero esa noche, frente al taller apareció el Seat plateado, y de él salió una chica agradable.

—Hola, ¿eres Álvaro? Me han hablado muy bien de ti —dijo con seguridad, explicando el problema del coche.

Álvaro se sorprendió. Pocas mujeres entendían tanto de coches. Además, no se parecía en nada a las amigas de Javier.

—Me llamo Lucía —se presentó—. Seguro que Javier te ha avisado, ¿no?

Quedaron en que dejaría el coche un par de días. Álvaro notó que en el asiento del copiloto había un hombre mayor.

—Es mi padre —aclaró Lucía, sonrojándose—. Casi no me deja traerlo yo sola. Dice que si quiero conducir, también tengo que aprender a cuidarlo. Así que aquí está, vigilando.

A Álvaro le encantó su sinceridad y su afición por los coches. Lo arregló antes de lo previsto, y cuando Lucía volvió a buscarlo, le pidió salir. Ella aceptó.

—¿Qué tal, Álvaro? ¿Lucía te gusta? —se burló Javier después—. Pero no te enamores, que con esas no hay futuro.

—Déjame en paz —refunfuñó Álvaro.

Cada vez que veía a Lucía, le gustaba más, y los comentarios de su hermano le molestaban. Ella no era como Javier decía.

A las dos semanas se supo la verdad. Resulta que la novia de Javier se había ido con otro, y a Lucía la había recomendado un amigo de su padre.

Empezaron a salir más. Un día, Álvaro la llevó a la tienda de su madre.

—Vente a vivir conmigo —le propuso—. A mis padres les caes bien, mi padre te ha visto en el taller. Tenemos sitio en casa, lo entenderán.

Pero Lucía arrugó la frente.

—No, Álvaro. Así no.

—¿Por qué no? Somos mayores, nos queremos… ¿O es que quieres algo más? —sonrió, recordando las palabras de Javier.

—Creo que me confundes con otra —respondió ella con firmeza—. Yo soy una mujer normal. Quiero un marido, no un novio. Y quiero hijos. Si tú no, busca a otra.

Sus palabras le dolieron. Álvaro se preguntó por primera vez: ¿estaba listo para responsabilizarse de ella y de una familia? No era cosa fácil.

Dos semanas después, fue a verla con un ramo de flores.

—Perdona, fui un necio. Cásate conmigo, quiero estar contigo siempre.

Lucía rio.

—Pues vamos a conocerte con mis padres. A mi padre ya lo viste, pero entonces no eras mi prometido…

Carmen se quedó de piedra cuando Lucía llevó a Álvaro a casa. Ellos habían criado a su hija con disciplinaCarmen, al ver a Álvaro abrazar a los niños mientras le contaban entusiasmados cómo habían ayudado a cocinar y limpiar, sintió que por fin entendía que el amor verdadero no se mide por títulos ni apariencias, sino por los pequeños gestos de cada día.

Rate article
MagistrUm
Sombras de duda: el descubrimiento de una esposa sobre su yerno