*¡Solo piensas en ti! ¡Y Lucía nunca en su vida ha visto el mar de verdad!* soltó Carmen con rabia, intentando que su marido entendiera cómo la hacía sentir antes de marcharse.
Mañana me voy a casa de mi madre. Una semana, o quizá más. Y quién lava y plancha tus camisas pues ya no es mi problema.
¿Cómo que te vas? Pensé que estarías en casa. Por fin podrías limpiar bien.
No. He decidido que descansaré mejor con mi madre.
Álex estaba sentado a la mesa de la cocina con una taza de café, fingiendo leer noticias en el móvil. En realidad, seguía cada movimiento de su mujer, percibiendo la tensión en sus pasos.
Carmen llevaba tres días en silencio, y eso daba más miedo que cualquier pelea. Todo empezó con otra de sus “discusiones” sobre las vacaciones. Bueno, más bien con la negativa de Álex a ir a la playa.
Este año, por primera vez en mucho tiempo, tenían tiempo y ahorros. Carmen soñaba con el mar. La última vez que fueron fue a Alicante hace diez años, sin hijos. Desde entonces, nació Lucía, que nunca había visto las olas romper contra la arena.
Carmen también anhelaba el sol y la arena caliente. No le molestaba el olor a crema solar, el crujir de las tumbonas ni el bullicio de la playa.
Pero Álex, como siempre, se negó:
*Ya te dije que no soporto ese tipo de vacaciones. Gente por todas partes, calor, arena en los zapatos Además, prefiero el campo. Tranquilidad, fresquito con el aire acondicionado y nada de estrés.*
*¡Solo piensas en ti! ¡Y Lucía nunca ha visto el mar!* repitió Carmen, esperando que al menos eso le llegara al corazón.
*¿Para qué necesita el mar? ¡Si el año pasado le compramos una piscina estupenda!* se desentendió él, sin levantar la vista del móvil.
Carmen ajustó nerviosa la camiseta de su hija, cerró la cremallera de su mochila y apartó la bolsa de juguetes. Sobre la mesa había una lista: bañador, chanclas, gorra, cuentos, pelota Todo estaba bajo control, excepto su paz interior.
Álex seguía en la mesa, deslizando el dedo por la pantalla sin prestar atención. En media hora, no preguntó ni si necesitaban ayuda con el viaje, ni con las malas, ni por Lucía. Y eso le daba ganas de gritar y llorar a la vez.
*Mamá, ¿llevamos las gafas de bucear?* la niña tiró de su mano.
*Sí, cariño. Están en tu mochila* respondió Carmen con una sonrisa forzada.
*Oye, ¿quieres que os lleve yo?* dijo Álex sin apartar los ojos del móvil.
Carmen lo miró sorprendida, con una mezcla de cansancio, enfado y un poco de pena.
*No hace falta. Nos apañaremos solas* cortó ella, cogiendo las llaves del coche.
Isabel, su madre, las esperaba en la puerta con un delantal de flores y un ramillete de perejil en la mano. Al ver el coche, salió corriendo.
*¡Mis niñas han llegado!* exclamó, ayudando a sacar las bolsas del maletero.
Lucía entró corriendo en la casa, sabiendo que su abuela, como siempre, tenía sus tortitas favoritas preparadas. Carmen dejó las cosas y se sentó en el banco del porche.
Isabel puso un plato de tortitas con mermelada de fresa delante de su nieta y salió a reunirse con su hija.
*¿Pasa algo?* preguntó con suavidad.
Carmen calló un momento, apartó el pelo de la cara y lo contó todo. La negativa de Álex, su indiferencia, la maldita piscina que, para él, lo sustituía todo. Cómo una y otra vez cedía para mantener la apariencia de un matrimonio feliz.
Isabel la escuchó sin interrumpir. Luego le apretó la mano y susurró:
*Hija, tienes derecho a ser feliz, a descansar y a que te apoyen. Si quieres, quédate este fin de semana con Lucía.*
*No he traído nada*
*No importa. Buscaremos algo de lo antiguo. En diez años no has engordado ni un gramo, así que todo te valdrá.*
Así lo decidieron. Carmen regó el huerto, cuidó las flores de su madre y comió frambuesas hasta hartarse. Por la tarde, jugaron en la piscina con Lucía, bebieron limonada casera y escucharon el canto de los grillos.
Álex solo recordó al anochecer que su mujer debía haber vuelto. Bueno, en realidad, solo se acordó porque necesitaba el coche y las llaves no estaban.
*¿Cuándo vuelves?* su voz sonó molesta al teléfono.
*Hoy no. Mañana* respondió ella.
*¿Qué dices? Necesito el coche. Quería ir a casa de Jorge.*
*Llama a un taxi. Ahora es tarde, no voy a moverme.* Carmen colgó antes de que empezara a gritar.
Apagó el sonido del móvil y lo dejó boca abajo en el alféizar. Ya había estropeado suficiente el día. Álex enfurruñado en el piso entre tazas sucias y sus asuntos importantes.
Cuando Lucía se durmió, agotada de jugar, Carmen e Isabel se sentaron en el porche. El aire era cálido, perfumado de flores y hierba recién cortada. Solo el sonido de los grillos rompía el silencio.
*Sabes, mamá* Carmen apretó la taza de leche caliente *no le pido mucho a Álex. Solo un poco de atención. Que diga: «Estás cansada, yo ayudo» o «Quieres ir a la playa, pues vamos».*
*Álex nunca ha sido de demostraciones* murmuró Isabel.
*Ya ni espero que me traiga flores. Solo que note que soy su mujer, no la asesora del hogar.*
*Cuando alguien está demasiado tiempo a tu lado, se vuelve invisible. Hay que recordarles que existes.*
Carmen sonrió amargamente. Así se sentía: como la empleada invisible, cargando con la rutina, los niños, la limpieza, la compra
Isabel habló sin juzgar, sin tomar partido, como pocas madres saben hacer.
*No sabes lo que significa para mí, mamá* Carmen la miró a los ojos *que estés ahí, sin soltarme frases como «Todos los hombres son iguales» o «Aguanta, como hace todo el mundo». Solo me escuchas Eso vale más que todo.*
*Porque eres mi niña, aunque seas mayor* Isabel le acarició el pelo *Tu vida es tuya. Tienes que equivocarte y aprender. Nadie puede decidir por ti.*
Carmen asintió, sintiendo un alivio repentino.
*¿Sabes qué?* dijo tras un silencio *Voy a ir con Lucía a la playa. Solo nosotras. Nos vendrá bien. Además, tengo ahorros.*
Isabel sonrió:
*Me parece perfecto. Yo te ayudo con los billetes. Un regalo de la abuela a su nieta y a su hija.*
Al día siguiente, Carmen volvió a casa cerca del mediodía. Álex estaba tirado en el sofá, junto a la caja de una pizza que debió de cenar la noche anterior.
*¡Por fin!* refunfuñó él sin levantarse *Te llevas el coche un día entero y yo aquí encerrado. Jorge y yo íbamos a pescar. ¡Menuda desilusión!*
Carmen dejó la bolsa en el suelo y fue a la cocina.