La soledad en el matrimonio. Él se fue con otra. Relato
Con Javier vivimos juntos 20 años. Hubo de todo, bueno y malo. Pero nunca me arrepentí de un solo día a su lado.
Siempre intenté ser una buena esposa, complacerlo en todo y no llevarle la contraria.
¿Y cómo no? Una mujer debe ser sabia. Si no, es fácil quedarse sola; hay tantas divorciadas rondando por ahí. Un par de veces le perdoné infidelidades. Y una vez, Javi quiso irse de casa. Pero le dije que sin él no podía vivir. Se asustó y se quedó.
A mi marido también le gustaba beber, pero ¿a quién no? Al menos trabajaba y traía algo de dinero a casa. Nos llegaba, justo, pero llegaba. Yo también trabajaba en dos empleos. Así vivíamos.
Cuando nació nuestra hija, estaba de baja maternal y no podía trabajar. Entonces, Javier se volvió más duro. Me recriminaba cada gasto y me insistía en ahorrar. Pero luego mejoró, volví al trabajo y pude comprar lo necesario para mí y la niña.
Una vez llegó de madrugada, no muy sobrio. Cuando le pregunté dónde había estado, se enfureció y levantó la mano. Me callé, porque una esposa debe entender que él es hombre y a veces necesita descansar de la familia.
Y poco después, no solo levantó la mano. Llevaba gafas de sol para ocultar los moratones, pero decía que me había golpeado con una puerta abierta.
Luego volvió a pasar. Y otra vez. Y se hizo constante. Los médicos que me trataron la nariz rota y las costillas dijeron que debía denunciarlo. Pero no pude. Porque Javier era mi amor, mi vida.
Además, si lo hacía, se ofendería y me dejaría.
Y teníamos una hija que necesitaba a su padre.
Aunque la verdad es que apenas le hacía caso. Quería un varón. Pero no llegó el segundo hijo, aunque yo deseaba tenerlo.
Cuando mi hija creció, me pidió que me divorciara. Sí, ya sé, es raro, porque los niños suelen querer a sus padres pase lo que pase. Pero Lucía (mi niña) le tenía miedo, porque también sufría sus golpes. Javier era nuestra autoridad, y aunque lo obedecíamos, no siempre evitábamos el castigo.
Pasaron los años, ya había cumplido los cuarenta. Lucía se fue a vivir con su novio.
Y mi marido se calmó, casi no hablaba conmigo, ni me hacía caso. Me acostumbré a ese trato, lo amaba en silencio, ni miraba a otros hombres. Hacía todo por él, para que estuviera contento.
Un día llegó antes del trabajo, callado y extraño. Daba vueltas por la casa, como si quisiera hablar pero no se atreviera.
—Javi, ¿qué pasa? —decidí romper el silencio.
Esperó un momento.
—Estoy harto. ¡Me voy!
El suelo desapareció bajo mis pies. Me agarré a una silla.
—¿Cómo que te vas? ¿Adónde? ¿Y yo? ¿Y nuestra familia?
—¿Qué familia? —gritó—. ¡Mírate! Llevo toda la vida aguantándote, sufriendo. Ahora quiero vivir para mí, con una mujer que me merezca.
—¿Tienes a otra? —las lágrimas me cegaron.
—¡Claro! A ti no se te puede mirar sin llorar, pareces una vieja. Y yo tengo mi atractivo. Cualquiera se enamoraría de mí. Pero tú ya me cansas con tu amor.
Se levantó de un salto, se vistió rápido y cogió una bolsa.
—¡Mañana paso a por mis cosas! —gritó al salir.
Así terminaron nuestros 20 años de matrimonio.
Después supe que llevaba tres años con otra. Y que se había ido con ella.
Hoy cumplo 45 años. Han pasado cinco desde el divorcio, y sigo sin reponerme del todo.
En el reparto, mi ex se llevó hasta las cucharas. Solo me dejó el piso, que era de mi madre. Todo fue como un sueño, no podía creerlo.
¿Cómo pudo pasar?
¡Si yo lo di todo por él!
Ahora, años después, lo entendí. No se puede vivir la vida de otro. No se pueden perdonar ofensas si no hay arrepentimiento. No hay que rebajarse ni complacer siempre. Ni aguantar humillaciones o maltrato. Y además, puse a mi hija en segundo plano. Ahora casi no hablamos; está resentida por su infancia.
¡Qué pena no haberlo visto antes! Cuánta energía perdida.
El reloj marcaba las horas. Este cumpleaños también lo paso sola. Pero al menos sé que quiero vivir lo que me quede con alegría y paz, sin depender de nadie.
Sonó el timbre. Al abrir, era mi ex.
—Hola, he vuelto para quedarme. Me di cuenta de que eres la mejor. ¿Me dejas entrar? —sonreía como si nada, con un ramo de margaritas.
—No. Vete y no vuelvas.
Cerré la puerta y supe que, por fin, estaba lista para dejar atrás la soledad y empezar una vida sin fantasmas del pasado.
PD: Esta historia es real, me la contó una amiga.
¿Vosotros creéis que ella actuó bien? ¿Cómo debe comportarse una mujer en el matrimonio?